-”¿Qué vamos a ver ahora, Fritz?” -”Cada película debería tener un punto de vista. Aquí es una lucha del individuo contra sus circunstancias. El eterno problema de los antiguos griegos (…) Es una batalla contra los dioses, la lucha de Prometeo y Ulises”. El diálogo sucede entre un antipático productor de cine y un respetado director, mientras el guionista permanece en silencio. La película es “Le Mepris” (“El desprecio”, 1963), el productor es interpretado por Jack Palance, el guionista es Michel Piccoli y el director es Fritz Lang. Aunque este, en su respuesta, se refiere al filme cuya grabación es hilo conductor de la película, podría estar hablando, tranquilamente, de la vocación natural de Jean-Luc Godard –director de “Le Mepris”- y su cine. Cine más allá del cine. La realidad intentada frente a una cámara, las películas como desafío y rebeldía. Un individuo contra sus circunstancias. Por algo, el personaje del guionista permanece en silencio durante gran parte de aquella escena en la que quizás él mismo puso las palabras y que define sutilmente su cine, como tantas otras escenas en filmes como “Sin aliento” (1960), “Vivir su vida” (1962); “Bande à part” (1964); “Pierrot el loco” o “Alphaville” (1965); “Week end” (1967), “Sympathy for the Devil” (1968) o “Histoire(s) de cinema” (1988-1998). “No haces una película, la película te hace a ti”, dijo alguna vez. Sus películas, sin duda, hicieron a muchos. Que lo diga, si no, Quentin Tarantino, que llamó a su productora A Band Apart Films en honor al creador francés.
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Godard y la Nouvelle vague (Nueva ola) revaloraron el papel del director no solo como responsable de la película, sino como agente transformador constante, como un artista que no aleja el martillo o cincel del mármol hasta terminar de darle vida a obras que parecen vivas incluso desde iniciado su proceso creativo. Desde su punto de vista, al cine era necesario incorporarle nuevas posibilidades, giros y alcances. Lo hizo desde su crítica en Cahiers Du Cinema y luego, cámara en mano.
Eso es Godard (nacido en parís el 3 de diciembre de 1930) desde hace más de 60 años: un provocador, un iconoclasta, un renovador, el hombre al que ya no le bastaban las películas tal como las conocía, el que abrazó y luego rechazó el maoísmo, aunque sigue siendo de izquierda. Le hacía falta más. A juzgar por lo que ha dicho hace poco, le sigue haciendo falta y lo va a hacer con la misma voluntad con la que cambió el cine al lado de colegas o amigos suyos como Agnès Varda, François Truffaut, Claude Chabrol, Alan Resnais, Louis Malle, Eric Rohmer o Jacques Rivette.
“Toda película tiene un inicio, un nudo y un desenlace, pero no necesariamente en ese orden”, dijo alguna vez. Veamos.
“Vivir su vida” | Una Película en 3 Cuadros
Desenlace
Pantalón de corduroy marrón, chompa verde cuello V sin mangas y una camisa beige a cuadritos debajo de ella. Un polo rojo debajo reconfirma el abrigo porque cerca de los Alpes hace mucho frío y hay que cuidarse. Pronto destacan las canas que surgen de sus parietales, alborotadas. Tiene lentes, aunque no oscuros como en sus años más agitados. Tampoco tiene la pipa. Sostiene un iPhone que no usa como tal, sino como espejo para alborotar aún más el poco cabello que los años le han dejado y comprobar si luce bien aún. Tiene un habano Partagas sostenido entre los labios. Humea, sonríe, sus ojos siguen siendo vivaces.
Eran las 2.30 de una tarde suiza. Jean-Luc Godard, último sobreviviente del movimiento cinematográfico conocido como la Nueva Ola francesa –surgido en su país, a fines de los años 50- transmitía desde el apacible remanso que habita a orillas del lago Lemán, en la comuna suiza de Rolle, desde 1978. Allí se ha resguardado de la enfermedad que azota al mundo junto a su compañera desde esa misma década, la también cineasta Anne-Marie Miéville.
Del otro lado de la pantalla está Lionel Baier, director del departamento de cine de la École d’art de Lausanne, listo para hacerle su primera entrevista en mucho tiempo. Sucedió el 7 de abril de este año, en pleno confinamiento por la pandemia. El hombre que supo reinventar la imagen cinematográfica y romper los parámetros del cine hace 60 años, estaba transmitiendo en vivo por Instagram, generando comentarios, memes y emoticones en una tertulia titulada “Imágenes en tiempos de coronavirus”. Demostró su vigencia, lucidez y su constante reflexión sobre los medios, los virus y la información que se maneja en el mundo. Aprovechó también para anunciar su siguiente película, en la que, según dijo, “imaginará que la Reina de Saba dirige la Ópera de la Bastilla”.
“Escribo, si es posible, a mano. Antes usaba una máquina, pero prefiero escribir a mano. A menudo escribo poco. Después no puedo releerme, así que vuelvo a escribir...”, les confesó con buen humor a las más de 4 mil personas que se conectaron aquel día para escucharlo durante casi 100 minutos. Un rockstar misántropo del cine había salido al mundo, después de mucho tiempo, a decirles a todos que estaba vivo, trabajando y de buen humor. Y dejó, además, una frase para anotar: “La televisión crea olvido. El cine hace recuerdos”.
Inicio
“Conocí a Jean-Luc Godard en Saint Germain-des-Pres. En ese tiempo, yo estaba en ‘Sois belle et tais-toi’ (1958), con Marc Allégret. El vino al set y me ofreció un papel en un cortometraje suyo, ‘Charlotte et son Jules’. Entonces, la hicimos. El filme nunca fue estrenado, pero mucha gente en la industria la vio, como Claude Chabrol, y cuando Jean-Claude Brialy enfermó en ‘A doble tour’ (1959), me ofreció ese rol. Godard entonces dijo: ‘Un día quiero hacer una película contigo’. Inmediatamente después de ‘A doble tour’, Godard encontró financiamiento para ‘Sin aliento’, y así fue como obtuve el papel”.
Quien habla es Jean Paul Belmondo. Bordea los 28 años y camina entre esculturas moldeadas por su padre, Paul. Es 1961. Recién se está acostumbrando a ser famoso y a dar entrevistas. “Esa película revolucionó el cine”, le dicen a Belmondo por “Sin aliento”. “Denos una idea de cómo fueron filmadas sus escenas. Por ejemplo, la famosa escena del cuarto entre usted y Jean Seberg”. Entonces, más que a la escena o a la película, Belmondo resume a Godard:
“Fue filmada muy libremente, como el resto de la película. Me levantaba a las 9 o 10 a.m., y tomaba café con Jean en la esquina, mientras Godard escribía nuestro diálogo. Cuando estaba listo, iba por nosotros y subíamos. Primero, el leía la escena para nosotros, entonces conversábamos sobre aquello que no nos hacía sentir cómodos y luego lo decíamos en nuestras propias palabras. Ahí comenzábamos a filmar. No había luces ni cables, así que nos podíamos mover libremente. Si queríamos dar vueltas, lo hacíamos. Si queríamos meternos bajo las sábanas, podíamos hacerlo. El camarógrafo estaba listo para todo”.
“¿Godard escribía el diálogo cada mañana?”, interrogan nuevamente al actor sobre la curiosa costumbre del director francés impensada, por ejemplo, en los cánones de Hollywood.
“Es correcto” –responde Belmondo-. Cuando acepté hacer el papel, Godard me dio tres pequeñas páginas donde había escrito: “Él dejó Marsella. Él roba un auto. Él quiere dormir con la chica de nuevo. Ella no quiere. Al final, él puede morir o irse. Será decidido”. Y nosotros optamos por su muerte. Así que cada mañana aprendía sobre las aventuras de Poiccard –su personaje-. Yo no tenía ni idea de qué podría pasarme ese día. Lo encontraba cada mañana. Llegaba cada día y tonteaba haciendo pelea de sombras frente al espejo. Godard me filmó haciendo eso y diciendo “No seré demasiado guapo, pero soy un gran boxeador”. Y así quedó.
Después de todo, fue Godard mismo quien dijo: “El cine es el fraude más bello del mundo”.
Nudo
“Cuando tuve 14, estuve en una película en Copenhague. No sonó mucho, porque yo era muy joven. Entonces, vine a París cuando tenía 17 años. Por supuesto, entonces yo no hablaba francés muy bien. Yo no era rica y mis padres no tenían dinero. Así que tuve suerte de que me eligieran para unas fotos publicitarias. Ahí fue donde me vio Jean-Luc Godard”, cuenta Anna Karina, musa y ex pareja del autor, con la misma emoción naif y el brillo de sus enormes ojos verdes que iluminaron el camino de la Nueva Ola francesa. Han pasado 50 años y responde a una entrevista en un lujoso bar con grandes espejos y asientos de cuero. Tiene enfrente una copa de champán y recuerda con cariño aquellos días en los que el cine se fundó de nuevo.
“Yo no sabía quién era. En ese momento, él estaba trabajando en ‘Sin Aliento’, con Jean Seberg y Belmondo. Me ofreció un pequeño papel, en el que tenía que quitarme la ropa. Entonces, cuando lo vi, le dije: ‘No, señor, yo no me voy a quitar la ropa’. Y me fui”. “Pero señorita –me dijo él-, yo la he visto desnuda en una tina de burbujas”. “Usted me ha visto desnuda solo en su imaginación”, le contestó ella. “Entonces, no obtuve ese pequeño papel en ‘Sin aliento’”, recordó Anna Karina.
Tres meses después, Jean-Luc Godard la llamó por teléfono. Esta vez no era un rol menor, sino un papel protagónico. Anna Karina pensó que era imposible, que era una broma, ella ni podía recordar su nombre. Pero sus amigos le dijeron que estaba loca si no hacía la película con él. “Me hablaron muy bien de ‘Sin Aliento’, Entonces me fui a reunir con él y lo reconocí tras unos lentes oscuros. Porque nadie usaba lentes como esos en aquellos días”, precisa. “Esta vez harás el papel principal. Estás contratada. Regresa mañana para firmar tu contrato”. La joven danesa no tenía idea ni de qué trataba, pero ya sabía que sería la protagonista de una película de Godard. “El pequeño soldado” fue filmada en 1960, pero prohibida hasta 1963 porque hablaba del conflicto entre Francia y Argelia que terminaría con la independencia de estos en 1962. Lo que Anna Karina no tenía cómo saber era que se enamoraría de ese hombre y juntos harían 6 películas más. Como en los verdaderos romances locos, ni ellos ni el cine volverían a ser los mismos.
¿Por qué Godard es uno de los cineastas más influyentes de la historia? Cuatro críticos peruanos nos lo explican.
Mónica Delgado (Crítica de Desistfilm)
Su relevancia se debe a que él y su cine siempre estuvieron un paso más allá para repensar el lenguaje cinematográfico y audiovisual. Cuando vemos las obras de Godard no vemos solo una historia o una tesis, sino una posición en torno al cine, su interpelación, y la resonancia de una pregunta que no pasa de moda: ¿Qué es el cine?
Godard nunca fue un purista, al contrario, ha dejado en evidencia su capacidad para la experimentación de los soportes fílmicos y digitales, de la exploración del material de archivo, de la apropiación y resignificación desde el ensayo fílmico, o para profundizar la experiencia desde detalles en el montaje sonoro.
A pesar de que todos sabemos quién es, creo que su cine es poco visto y valorado. Godard no solo es un cineasta mítico de la Nueva Ola, es uno de los directores más arriesgados del cine reciente, por más que sus películas sean incluidas en festivales de renombre como Cannes o que aparezcan en Netflix como Adiós al lenguaje (2014). Es un cineasta complejo que debe estudiarse y admirarse más, sobre todo desde su última etapa, demasiado valiosa y conceptualmente lúdica y extrema. Godard será recordado por su papel dentro de la llamada Nouvelle Vague, pero es mucho más que eso: es uno de los grandes pensadores del cine. Brillante y abierto a nutrirse del mundo de hoy para cuestionar el modo en que nos representamos y reconocemos.
Isaac León Frías (Critico. Co fundador de la revista Hablemos de cine)
Lo que ha convertido a Godard en uno de los más influyentes cineastas de la historia es, principalmente, su trabajo creativo de transgresor permanente de los modos tradicionales de la narración cinematográfica.
Debería ser recodado por su independencia, su espíritu rebelde, su enorme capacidad para hacer un cine distinto y su persistencia en la realización de películas. A los 90 años no ha tirado la toalla y sigue, como Clint Eastwood en Estados Unidos, en la línea del frente.
Claudio Cordero (cofundador de la revista Godard)
Godard es uno de los pocos directores que, efectivamente, revolucionó la forma de hacer cine, tal como lo hizo alguna vez Griffith o Einsenstein. Se puede decir que “Sin aliento” es el último clavo en el ataúd del predominio del cine clásico.
Más que importante, creo que es inevitable atravesar la obra de Godard, ya sea para celebrarla, imitarla o criticarla: era muy difícil poder hacer cine en los años 60 o 70 sin antes no haber visto “Vivir su vida” o “Pierrot el loco”. Fue quizás el más innovador de los cineastas modernos. Será recordado como el cineasta que demostró que todo cabía en una película, que todo era posible dentro del cine. También es admirable su terca independencia como artista ya que siempre tomó el camino más difícil, el más personal, sin importarle las reacciones de los demás.
Sayo Hurtado (colaborador de Cine O`culto)
Su voluntad de ruptura con lo formal y convencional, tanto en su faceta de crítico de cine como en la de cineasta, ha sido su motor de búsqueda. A Godard lo define el ser un inconforme y, por etapas, su apego a la ideología política lo ha llevado a rompimientos mayores. Quiso la atención del mundo y lo consiguió. Pero lo suyo no ha sido un juego gratuito ni caprichoso: en torno a esa postura rebelde deconstruyó el lenguaje cinematográfico a su manera y encontró nuevos caminos para el cine al ahondar en sus muchas posibilidades.
El legado de Godard debe ser visto desde la experimentación. El deseo de romper con el montaje clásico hizo que llevara al cine a nuevas búsquedas y preguntas, adelantándose, por lo menos, en 20 años a su tiempo. Ese espíritu de avanzar temerariamente a una vanguardia, es el mejor aporte que les puede dejar a los jóvenes cineastas para que cuestionen su propio trabajo y no se conformen con repetir un modelo. Godard debe ser recordado como el cineasta que se cargó de teorías y conocimiento, para luego dejarlas de lado y buscar su propia identidad.