RODRIGO BEDOYA FORNO
Quizá los grandes cineastas se definen por su capacidad de hacer parecer fácil lo difícil, de alcanzar cierto grado de fluidez que hace que la narración sea totalmente trasparente, como si manejar varias líneas narrativas y construir elipsis y saltos en el tiempo fuera la cosa más simple del mundo.
Hace rato que Clint Eastwood ha conseguido ese nivel: su clasicismo permite que sus historias se desarrollen ante nuestros ojos con total claridad, explorando la intimidad de personajes golpeados por la vida, ya sea un simple entrenador de box peleado con su hija (como en “Golpes del destino”) como el de un tipo frío y calculador que creó una maquinaria de control tan grande como el FBI (como en la enormemente subvalorada “J. Edgar”). En el cine de Clint, los personajes pueden ser alguien famoso como cualquier hijo de vecino: lo que importa es el lado íntimo, los elementos personales que hacen que los personajes actúen de tal o cual manera.
“Jersey Boys” se centra en un grupo muy famoso: los Four Seasons, que tuvieron un enorme éxito en los años sesenta. Se ha dicho hasta el cansancio que la cinta está basada en un popular musical de Broadway, pero lo que menos le interesa a Eastwood es hacer un musical, o por lo menos en el sentido tradicional del término. De nuevo, lo que motiva al realizador es mostrar ese lado íntimo y personal de los personajes, un lado que está irremediablemente ligado a su barrio y a los personajes que ahí viven. Por eso, la película observa ese barrio ítalo-americano de clase media baja con minuciosidad pero también con naturalidad: ese mundo donde uno entra y sale de la cárcel como en su casa, donde la forma de salir adelante es proteger a un mafioso y donde dentro de lo cotidiano está cometer pequeños delitos y estafas.
Eastwood nos presenta cada situación con humor y con complicidad, la misma complicidad con la que el irascible Tommy DeVito (extraordinario Vincent Piazza) protege al joven e inocente Frankie Valli, sabiendo que su voz vale oro. El realizador juega con los arquetipos del barrio, los hace naturales y cercanos, como el notable mafioso que interpreta Christopher Walken, que más que un villano de cine de gángsters es alguien que busca solucionar los problemas de la comunidad de la forma más diplomática posible.
“Jersey Boys” no carga las tintas jamás: por el contrario, deja que la historia fluya con absoluta naturalidad. Por eso, con esa misma familiaridad vemos cómo el grupo pasa de cantar en unos bares a la fama mundial. Porque lo que le importa a Eastwood es seguir mostrando la intimidad y complicidad entre los personajes: ya sea la confianza que surge entre Frankie y Bob Gaudio, como la desconfianza que esa amistad genera en Tommy. Las relaciones más íntimas y personales son aquellas que mueven la película, incluso cuando los personajes ya están en la cumbre de su fama: los lazos de barrio están escritos con sangre, y son aquellos que generan los conflictos y solucionan los problemas, como la notable escena donde las deudas del grupo se solucionan en la casa del mafioso Walken: los Four Seasons vuelven a ser los chiquillos que crecieron en un barrio de crímenes de poca monta y bajo la protección del criminal del barrio.
Eastwood comete el error de cargar las tintas al narrar la vida familiar de Frankie, haciendo que su esposa bordee peligrosamente la caricatura. Pero eso no daña lo importante: Clint Eastwood volvió a hacer parecer fácil lo difícil. A sus 84 años, el cineasta aún tiene el secreto de los grandes maestros.
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