Ha pasado ya mucho tiempo desde los días en los que Woody Allen recorría las galerías de arte de Manhattan junto a Diane Keaton. Las tribulaciones de los intelectuales neoyorquinos siguen ahí, pero ya no son las mismas. Barthes ha sido desplazado por Zizek, aunque las neurosis, las novelas imposibles a medio escribir, los líos amorosos salpicados de comedia y ansiedad han regresado. Solo que –gracias a Rebecca Miller y Greta Gerwig– desde una mirada más femenina que masculina.
A Miller, novelista, actriz, cineasta, la conocemos por algunas películas de corte independiente. “Intimidades” (2002), la puesta en paralelo de tres vidas muy diferentes, aunque unidas por la condición de la mujer en una sociedad siempre machista, sorprendió por su audacia y profundidad psicológica. A la que conocemos menos por estos predios es a Greta Gerwig, una de esas actrices que cautiva desde el primer minuto gracias a un particular derroche de ternura, inteligencia y cierta sofisticación.
Esta vez, Gerwig es Maggie, profesora universitaria algo ingenua y de mirada despreocupada. Como reza el título del filme, tiene un plan: encontrar a un donante de esperma que le permita tener un hijo. Este donante podría ser un antiguo compañero de promoción, ex matemático que terminó abandonando una promisoria carrera para emprender un negocio de pepinillos orgánicos. En medio de estas tentativas, aparece en el camino otro hombre, el profesor John Harding (Ethan Hawke), con quien tendrá un improbable affaire.
Los puntos fuertes de esta comedia dramática no son pocos. Quizá lo mejor tenga que ver con el diseño de personajes. Ethan Hawke está formidable como un intelectual inseguro, agobiado por la rutina familiar y el éxito académico de su esposa –Julianne Moore, en un rol ácido, calculador, contrapuesto a la dulzura de Gerwig–.
Como suele suceder en la vida real, las personas no son ni tan buenas ni tan malas, y los afectos no se definen fácilmente. Maggie, por ejemplo, no sabe qué debe hacer o sentir respecto a John, a pesar de que este se esfuerza por reanimar su relación.
La de Miller es una fábula de tono sereno y hasta lúdico. Pero a la vez cáustico y agudo a la hora de presentar los conflictos. El aliento alleniano está bien dosificado: alusiones al mundo de la alta cultura, ironía y diálogos burbujeantes están por todo el filme. Por otro lado, no se puede negar el sello propio de la directora. Este radica, hasta cierto punto, en el tipo de observación y empatía. Al fin y al cabo, hablamos de un universo muy femenino: Gerwig y Moore son polos opuestos, pero tan o más exitosos, a todo nivel, que el desconcertado John.
Se podría decir que antes Rebecca Miller confiaba más en las ideas que en las imágenes. El equilibrio se conseguía con dificultad. En cambio, en esta última cinta, las situaciones parecen tener vida propia, y la ligereza del relato deja salir, con naturalidad, ambigüedades insospechadas. Un eco de las antiguas comedias de enredos, rocambolescas (como las ‘screwball comedies’), se percibe en medio de las triangulaciones sentimentales. Sin pretensión, con humildad, confiando en el encanto de su estrella –Greta Gerwig–, “El plan de Maggie” trae sangre fresca a la mejor tradición del cine norteamericano.