RODRIGO BEDOYA FORNO
Como actor cómico, Robin Williams era un capo. No por nada es considerado uno de los más grandes comediantes 'stand up' de la historia: los que lo vieron en vivo hablan de una capacidad para improvisar única; capacidad que también aprovechó en cintas como “Buenos días, Vietnam” y en la voz del Genio en “Aladino”. Los que han tenido la suerte de ver la cinta subtitulada, los diálogos del personaje son de lo mejor que nos ha ofrecido Disney en su historia.
Es más: entren a YouTube y busquen la participación de Williams en “Whose Line Is It Anyway?”, el excelente programa de improvisación que conducía Drew Carey, y que podía hacer llorar de risa. En noviembre del 2000, él estuvo en el show y se lo veía como pez en el agua, inspirado y dispuesto a sacar las mejores frases.
Por eso, el Williams que preferimos recordar es el de la comedia: desde las más ácidas (“Buenos días, Vietnam”) hasta las más amables (“Papá por siempre” o también conocida como “Mrs Doubtfire”, en donde está notable); desde las fantasiosas (“Aladino” y su anarquía, o “Jumanji”) hasta aquellas en que tuvo roles pequeños pero potables, a pesar que la cinta no necesariamente era tan buena (“Una noche en el museo”). Y, por supuesto, difícil olvidarlo en “Jack”, de Francis Ford Coppola, el cineasta que quizá mejor supo combinar su costado cómico y dramático.
Pero la comedia no da réditos ni prestigio en el cine. Y quizá por eso muchos prefieran recordar a Williams por sus roles dramáticos que, sí, le aportaron premios. “La sociedad de los poetas muertos” marcó cierta época, pero es una de esas cintas que da un poco de miedo volver a ver porque uno teme que haya perdido mucho con el tiempo. Pero fue a partir de finales de los noventa en que el actor se dedicó mucho al drama, siguiendo un patrón que, quizá por esa imagen de buen tipo que se creó, se repitió constantemente: el hombre que da lecciones de vida, que inspira, que resulta un modelo a seguir a pesar de sus propios demonios personales.
Hacer eso le dio el Óscar por “En busca del destino”, una película sobrevaloradísima, y que resulta más fallida aun cuando aparece Williams, con su pasado cargado pero recitando las frases que ayudan al vehemente Will Hunting a encontrar el camino correcto. Hacer eso hace que muchos lo recuerden por “Patch Adams”, una película que ha ganado respeto recién desde ayer, cuando se encontró muerto al actor. Porque el filme nunca tuvo prestigio. Es más: no lo merece, como tampoco lo merecen “El hombre bicentenario” y “Más allá de los sueños”. Y felizmente nadie ha mencionado “Jakob the Liar”, en donde hace de prisionero de campo de concentración.
Cómo actor dramático, Williams tiene mejores roles que los antes mencionados. Los fanáticos de Christopher Nolan, que parecen creer que el cineasta salió de la nada con “Batman”, no han recordado su formidable rol en “Insomnia”, donde hacía de un psicópata que atormentaba al policía Al Pacino en la fría Alaska. O incluso “One Hour Photo”, que sin ser una gran película ofrecía una actuación más concentrada y menos pretenciosa del intérprete.
Robin Williams, en algún momento, fue una superestrella. Pero hace por lo menos diez años que el cine le es esquivo: los grandes éxitos del pasado quedaron atrás y se acumularon algunas comedias familiares flojas y alguna que otra cinta de suspenso. La severa depresión en la que estaba metido finalmente pudo más que él. Su legado como comediante es y será un referente para muchos, no solo en el cine, sino en el teatro y la televisión. Así preferimos recordarlo.
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