A estas alturas ya es ocioso decir que la saga de “Star Wars” es un fenómeno que, cada vez más, tiene que ver muy poco con el cine y mucho con la cultura de masas. Analizar estos filmes trasciende el valor autónomo de cada uno, y se convierte en la disección de un mecanismo de mercadeo que prolifera sin límites, al infinito.
Veamos algo de su pasado. Desde que George Lucas dejó de tener el control sobre este universo ficticio, y pasó a manos de la compañía Walt Disney, estas películas han dejado de experimentar con nuevas fórmulas –lo que quería Lucas, aunque sus formatos del nuevo milenio fueron fallidos en términos artísticos–, para jugar a la pura complacencia. Es lo que hizo J.J. Abrams, competente realizador que con “Star Wars: el despertar de la Fuerza” (2015) combinó el gran espectáculo, el humor de las primeras cintas y reencuentros nostálgicos (Harrison Ford y Carrie Fisher volvían a aparecer en una historia que, lejos de absorberlos, los exhibía como objetos de museo).
Por su parte, Gareth Edwards ha querido hacer con “Rogue One” –especie de pequeña historia que se desprende de la principal de la saga– una fábula menor, más cerca de la aventura infantil que de la ópera shakespeariana contrabandeada, con poca suerte, por Abrams. Ahora la pareja de muchachos (Felicity Jones y Diego Luna) que pelea junto a los buenos rebeldes y contra el maligno Imperio se presenta con más funcionalidad y claridad narrativa, al viejo estilo de Hollywood.
Y, en efecto, ese costado directo, lleno de acción, con la profusión de ambientes futuristas en sofisticados claroscuros, más el espíritu de equipo en cuanto a la misión de “la resistencia”, es lo atractivo. Edwards hace respirar las peripecias de su relato con un saludable tono ligero, ya sin las pretensiones de trascendencia de las anteriores entregas.
Pero los puntos en contra de “Rogue One” también saltan a la vista. La falta de química entre Jones y Luna es uno de ellos. Sus personajes son opacos, carecen de simpatía y carisma. Y por allí se acrecientan los defectos. Uno de ellos es la dosis de drama familiar que, como sucedió en “El despertar de la Fuerza”, se tramite burocráticamente, con la figura del padre de la heroína –un Mads Mikkelsen siempre formidable, aunque desperdiciado– que es raptado por los esbirros del Imperio para aprovechar sus conocimientos científicos.
Hasta que llegamos al punto clave que arruina las posibilidades de la cinta de Edwards. Como ya había ocurrido con Abrams, y con el mismo Lucas, la suma de subtramas y de personajes secundarios hace que veamos la historia desde lejos, abarcando mucho y desarrollando poco. El villano y jefe de Seguridad de la Estrella de la Muerte, Orson Krennic (bien interpretado por Ben Mendelsohn), se ve desplazado por las apariciones fulgurantes, y hasta más interesantes, de Darth Vader. El foco del mal queda así disgregado, lo que perjudica al filme.
Con pocos méritos, “Rogue One” puede definirse como una sombra de otras sombras. Sus personajes son ecos y reflejos de otros (Diego Luna de Harrison Ford, Felicity Jones de Mark Hamill), sin que ninguno pueda lograr una personalidad o intensidad propia. Lo peor: figuras de relleno como el líder revolucionario Saw Guerrera que encarna Forest Whitaker, actor cuyas últimas apariciones en pantalla empiezan a rozar un sinsentido que desmerece la trayectoria de sus mejores años.
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LA FICHA“Rogue One”Género: ciencia ficción, acción, aventura.País: Estados Unidos, 2016.Director: Gareth Edwards.Actores: Felicity Jones, Diego Luna, Alan Tudyk.Calificación: 2 estrellas de 5.