No recibo de buen ánimo la misión. Mi jefe, en su consabido sentido del humor, pregunta si alguien quiere “sacrificarse” al ir a una sala de cine para escribir sobre esta reapertura a modo de crónica. Me lo pienso antes de levantar la mano. De mi cama a mi trabajo hay apenas 12 metros de distancia. Solo dejo estas cuatro paredes para ir al mercado o al médico. Tengo suerte, aunque no siempre lo considero así, cuando el pesimismo y la dejadez toman el volante de mis acciones y pensamientos. Como difícilmente alguien leerá la poco noticiosa travesía de un treintañero desde su silla de trabajo a la butaca del cine, contaré otras cosas relacionadas. Me moveré entre el pasado, el presente y, lamentablemente, el futuro.
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En los años 90 no había cines cerca de mi casa. Había que tomar combi, bus o lo que hubiese y estar allí por horas de ida y vuelta. Tenía 8 años cuando entré por primera vez al cine del Centro Comercial Camino Real, mi primer cine; sitio chico, dos salas nada más. Allí vi “Gasparín”. Me gustaría decirles que elegí una más ‘digna’, como “Toy Story”, también de 1995; pero no fue así. Además, la presencia del personaje fantasmal en televisión era un argumento suficiente para preferirla sobre Woody y compañía. “Gasparín” me encantó, por cierto, y no me interesa que Rotten Tomatoes diga otra cosa.
En los 26 años que han pasado desde entonces, las cosas han cambiado por el lado del entretenimiento. Ahora Villa el Salvador, que sigue siendo mi casa, tiene tres multicines; todos vinculados a un centro de comercio, sean pequeños malls o un mercado, como lo es Unicachi. Ven a comprar, quédate para el cine; es el mensaje. Una fuente relacionada a la distribución de películas me dice que antes de la pandemia el país contabilizó 110 multicines; 61 solo en la capital. Todos esos cines, de acuerdo al Sistema de Información de las Artes Culturales, se traducen en 359 pantallas; 254 solo para Lima. Esto significa que en Lima Metropolitana hay una sala de cine por cada 11,09 kilómetros cuadrados. Si vives en mi distrito esto es conveniente, porque salir de aquí en transporte público es el problema que ni el Metro de Lima o los alimentadores del Metropolitano han resuelto: o te aguantas las colas o te aguantas el tráfico. A menos, claro, que quieras ver una subtitulada. Allí sí estás frito.
Tres cines aquí, pero ninguno ha estado abierto en año y medio.
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Es la tarde del jueves 5 de agosto del 2021 y salgo de mi casa/oficina/refugio con dirección al Movie Time. Me gusta ir al cine en el horario de las 2:00 p.m., siempre ha sido así por el escaso tráfico, por la escasa gente; incluso antes de la pandemia. Por mi personalidad, mientras menos personas haya a mi alrededor, mucho mejor. No es la primera vez que entro a una sala este 2021. En junio entré a otra de un multicine de la Javier Prado para una función de prensa. Entonces el gremio de las salas, ANASACI, aún negociaba la reapertura, y los pasillos de ese cine en particular se parecían más a una oficina en plena mudanza que al utilitario espacio donde solo estás de paso hasta que abran la sala; papeles por todos lados, mobiliario huérfano. Ni siquiera era postapocalíptico. Incluso en eso la realidad puede ser decepcionante.
Cineplanet y Cinemark reabrieron el 5, pero ya tres semanas antes otras dos cadenas ya habían hecho lo mismo; CineStar y Movie Time. ¿Por qué hizo más ruido la segunda reapertura que la primera? En parte es por las distribuidoras. Con las dos cadenas “grandes”, la teoría dice que es más rentable tener en cartelera estrenos de Disney, Warner Bros. y Universal ¿Cierto? En realidad, depende de a quién le preguntes, pues antes de este retorno a los cines ANASACI rogó al Ministerio de Salud (no exagero, rogó) permitir la reapertura con el consumo de alimentos. Pero una reapertura así no ocurrió. La colega Claudia Inga de Día 1, quien ha reportado de manera exhaustiva sobre el sector, tiene datos en este artículo, como que en el caso de Cineplanet el 40,9% de sus ingresos en 2019 fueron por confitería.
Antes de que Perú reabriera sus salas, otros países de la región ya lo habían hecho, aunque con limitaciones. En Chile, por ejemplo, los cines podían reabrir en lugares donde la pandemia ya no causara tantas víctimas. ¿Pero qué pasa si los lugares con mayor densidad poblacional todavía pasan por altos niveles de contagio y hospitalizaciones? En esos lugares los cines permanecieron cerrados hasta que la situación mejore.
Otros mercados, como el de Quebec, Canadá, reabrió cines en junio, pero sin consumo de alimentos y bebidas; pero su modelo de negocio no es como el de Perú. Allá, si quieres ver en un día de semana “Jungle Cruise” en Cinema Cartier, pagas 11.25 dólares canadienses, equivalentes a S/ 36,51. En mi caso, pagué S/ 8.5; o S/ 10.8 si considero el pasaje de ida y vuelta. La ‘china’ murió, lamento, meditabundo, en el trayecto.
Compro la entrada con mi plata, por supuesto. Lo hago por internet, donde veo que, aunque vaya solo, hay posibilidad de que termine sentándome junto a otra persona si el cine se llena. El cuerpo se me escarapela un poco. Intento mentalizarme: “será como en los buses, siempre hay alguien cerca, llevarás una mascarilla encima de otra”.
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Ya en el cine, ubicado en el segundo piso de un pequeño Mega Plaza, paso por el control sanitario. Debí llevar alcohol en gel, pensaré horas después, al recordar que no me lo ofrecieron en el sitio. Cuando estoy por ir al pasillo que precede a la sala tres, noto actividad en el mostrador de la confitería que no debería estar abierta. No le doy mucha importancia a eso y paso a la sala. ¿Ver “Cruella”? No, esa está en Disney+ sin costo adicional. ¿”Jungle Cruise”? No me interesa. Veré “Viejos” (“Old”), la última de M. Night Shyamalan, que sigue a personas que envejecen rápidamente por razones misteriosas. Una triste y ajena ficción para desaparecer un rato de esta triste, y propia, realidad. Pero no puedo escapar. Doy unos pasos en la sala levemente iluminada y noto en varias butacas una cinta amarilla y sobre la misma un “prohibido el paso” en letras azabache brillante. Como las que ponen en las escenas del crimen de las películas.
Esta sala tiene 228 butacas, todas muy cerca una de la otra. Al cierre de esta nota, han muerto 197.029 personas en todo el Perú solo en año y medio. Todas esas personas, de estar vivas, podrían llenar 864 salas como esta. Estamos ante cifras de guerra. Considerándolas, no sorprende que esta reapertura sin canchita ni gaseosa haya tardado tanto. Y la tercera ola, según el ministro de Salud Hernando Cevallos, podría ocurrir en septiembre.
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Es un tópico que en los momentos más difíciles el carácter de las personas se muestre tal cual es. En mi prueba de fuego, entré en crisis. Tuve Covid-19 en abril. Tuve suerte, solo con fiebre y tos. La pasé en casa aislado mis 14 días correspondientes. No voté. No trabajé, aunque traté. Afortunadamente, no contagié a mis seres queridos; posibilidad que golpeó mi mente como un clavo en los primeros días de los síntomas. Los periodistas no podemos escribir sobre el futuro. Podemos citar a especialistas que, de manera informada, con datos, hacen predicciones. Cualquier otro intento podría ser mentira, ficción o una manifestación de ansiedad.
La ansiedad que tengo se manifiesta, en alguna de sus formas, al enfocarme demasiado en el futuro o demasiado en el pasado; no en ese punto medio, el presente. Al recuperarme, mi temor de contagiar a la familia se vio reemplazado por otro: ¿Y si me contagio otra vez? ¿Y si esta vez la enfermedad, en una variante distinta, me golpea con mayor fuerza? ¿Y si (insertar aquí cualquier otro pensamiento ansioso)?* No podía pensar claramente. Para graficarlo con humor, es como si pasara una mosca y, de inmediato, quisiese presionar un botón de pánico.
No podía seguir escribiendo esta crónica si no contaba el miedo que sentí al poner, por primera vez en mucho tiempo, un pie fuera de casa. Vivir así es complicado, uno tiene que usar estrategias para que la percepción desmedida de la realidad no afecte las actividades diarias; buscar ayuda profesional. Para esta crónica quería graficar mejor la ansiedad, así que le pedí a mi amiga Pamela Páez, psicóloga, que me pasé un artículo sobre el tema. Ella me pasó un texto medianamente entendible**, del cual me quedo con una gran frase de la psicoanalista argentina Janine Puget: “La incertidumbre es patrimonio humano”.
Me gusta la ficción porque da sentido a los acontecimientos, aunque estos no hayan ocurrido. Mientras el contacto con la humanidad puede ser incómodo y, desde el año pasado, peligroso; la ficción puede ser un bonito sueño. Pero como dice el Duncan Idaho de Jason Momoa en “Dune”, una cinta que sí o sí tengo que ver en cines, “los sueños dan buenas historias, pero todo lo importante ocurre cuando estamos despiertos”. Salir de casa puede ser una manera de despertar.
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Sentado en la butaca, veo cómo Vin Diesel habla directamente a la cámara. En partes iguales el video proyectado en este cine promociona “Rápidos y furiosos 9” y también es una bienvenida a los cines; me cuenta que este tipo de entretenimiento lleva más de 100 años y que nos une como personas y otras cosas más; mensaje diluido en las carreras y explosiones de una cinta bastante entretenida (es la que vi en la función de prensa). Luego, el avance de “Black Widow” (una película no tan buena); que en medio de sus respectivas explosiones me pide apagar el celular. ¿Desde cuándo los anuncios de próximos estrenos encubren estos mensajes? En eso pienso mientras le hago caso a Scarlett Johansson.
En “Viejos” Gael García es joven cuando empieza la película, pero luego ya no. Igual sus hijos. Aquí todos envejecen demasiado rápido, es dramático; funciona para elevar la tensión. No recuerdo la última vez que vi una película sin revisar mi celular cada cinco minutos, ciertamente no en las que veo en casa. “Viejos” me gustó por su sencillez, por sus conflictos humanos y el aprovechamiento de su reducida escenografía. El final pudo ser mejor, pero no me importa. Si hubiese habido gente cerca de mí, y si no hubiese tenido estas mascarillas, habrían visto una sonrisa. ¿Me habría gustado menos la cinta si no la hubiese visto en una sala? No lo sé. Tampoco quiero pensar mucho más en eso, no de momento al menos.
Afuera del cine veo, con más claridad, que en confitería preparan la canchita que se supone no debe ingresar a las salas. Otra vez no le presto importancia y tomo la escalera eléctrica al primer piso del mall, ensimismado en las líneas que escribiré. Entonces recuerdo que soy periodista, que mi trabajo no es asumir, sino preguntar lo que no sé. De vuelta en el multicine, una de las trabajadoras me confirma que no se puede comer nada dentro de la sala.
“¿Entonces, eso que venden es para…?”
“Consumo fuera de la sala”.
Me quedo pensando en la utilidad de pagar un popcorn sobrevalorado para no comerlo mientras veo una película. También en si algún otro chico o chica de Villa hará caso a la orden y comerá afuera, en la zona de los arcades, de las maquinitas, y no encaletará la crocante merca para comérsela en la penumbra, mientras las historias de la pantalla se convierten, aunque sea por un par de horas, en lo más importante de esta vida.
*¿Necesitas ayuda psicológica? El Ministerio de Salud cuenta con Centros de Salud Mental comunitarios que pueden ayudarte. Busca aquí el más cercano a tu casa. Y si quieres prevenir el contagio de Covid-19, revisa este especial de El Comercio.
**Revista peruana de psicoanálisis N°26, mayo del 2021.
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