Hollywood no deja de acudir a la historia política más o menos reciente de su país. Algunos presidentes, en ese sentido, tienen la preferencia. Sobre todo, John F. Kennedy. O Richard Nixon, por obvias razones. Pero con el tiempo empiezan a salir a la luz otros personajes, como esos de apariencia gris que encarnan el poder detrás del trono. Un ejemplo de ello es Dick Cheney, el vicepresidente más poderoso de todos los que ha tenido EE.UU.
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El director de este retrato fílmico sobre Cheney –quien fuera segundo en el mando de George W. Bush–, es Adam McKay. Se trata del mismo de “La gran apuesta” (2015), ácida sátira sobre la burbuja inmobiliaria del 2007. Pues bien, su retorno a la dirección tiene el mismo arrojo con el que se enfrentó al sector financiero y conservador de su país. Solo que ahora con el foco no tanto en Wall Street, sino en la Casa Blanca.
“El vicepresidente” (“Vice”) empieza con un texto introductorio que advierte sobre Dick Cheney, de quien se dice, en letras de molde, que es uno de los hombres más misteriosos y elusivos de Estados Unidos. Sin embargo, McKay hace uso explícito de la voz de cineasta detrás del filme y termina el prólogo escrito con una línea irreverente: “Al menos hicimos lo que pudimos”. Ese tono entre dramático y oscuro, pero a la vez torcido por una ironía desenfadada, es el que recorre toda la película.
El uso intrusivo de la voz del cineasta se produce de muchas formas. No solo como texto escrito, también como un constante rompimiento de la transparencia del estilo clásico. Es decir, lejos de que se presenten los hechos de manera objetiva y neutra, donde la presencia de la cámara pasa desapercibida, “El vicepresidente” es una especie de narración ficticia constantemente obliterada por gruesos recursos autoparódicos y metacinematográficos.
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El problema de este concepto fílmico es que la aproximación a los personajes está saboteada por los mensajes que incrusta el director a manera de bromas ingeniosas. Para ello, McKay utiliza artificios llenos de sarcasmo, pero también demasiado explícitos. Ahí está el momento en que el mesero de un restaurante de lujo (Alfred Molina) ofrece las opciones del menú a Cheney y sus amigos, como si fueran alternativas de las mentiras que serán esgrimidas para lograr alguna intervención militar –como la de Iraq, por ejemplo–.
De allí la lógica frustración de expectativas que deja el filme. Si bien el estilo de McKay es muy autoconsciente, pareciera que impide ganar en ambigüedad y sutileza al filme. Quizá el único que puede brillar es el protagonista, un Christian Bale muy subido de peso y que actúa con movimientos lentos y gestos fulminantes: Cheney es un manipulador ambicioso que sabe callar y observar para, luego, contraatacar y ganar la partida.
“El vicepresidente” tiene, de hecho, virtudes que justifican su visión. Hay una buena recreación de momentos claves en la historia estadounidense, con el uso de imágenes de archivo, maquetas e infografías al modo de los documentales políticos de Michael Moore. También una buena dirección de actores donde, además de Bale, destaca Amy Adams como la esposa de Cheney y Sam Rockwell como el infame George W. Bush.
El punto es que McKay no profundiza en las zonas oscuras de su historia –como la homosexualidad de la hija de Cheney o la relación con su esposa–. Solo hay una idea algo monótona: estamos ante un peligroso arribista y lobbista que se hizo del poder aprovechándose de la ineptitud de Bush. Pero los artificios visuales y la deconstrucción de los códigos narrativos son piruetas que llegan a cansar. De esa forma, “El vicepresidente”, con todo su andamiaje ingenioso y didáctico, apenas puede rozar la humanidad de sus personajes.
AL DETALLEPuntuación: 2/5 estrellas.Título original: “Vice”. Género: biografía, comedia, drama. País: Estados Unidos, 2018. Director: Adam McKay. Reparto: Christian Bale, Amy Adams, Steve Carrell, Sam Rockwell.