Por uno de esos caprichos del azar, César Vallejo ya no mira a la cultura. Trasladado por pretexto de unas obras desde su ubicación frente al teatro Segura, la estatua del poeta hecha por Miguel Baca Rossi ahora mira a unas ópticas. De costado a la bocacalle del jirón Huancavelica, como de incógnito entre la gente, aguarda su momento. Casi parece estar en misión de detective. ¿Un poeta detective? La inusual junta de sustantivos está en el corazón de una novela gráfica ambientada en un Paris ajeno, que en su extrañeza guarda parecido con el Perú de hoy.
Escrita por Gino Palomino, “Marías que se van” (Casa de Cartón, 2024) empieza en el Paris de 1924, donde el detective privado Lucien Falcón recibe el encargo de encontrar a una mujer desaparecida, tal vez muerta; la cantante María. En su búsqueda se topa varias veces con el poeta peruano César Vallejo, autoexiliado por aquel entonces, en el que descubre una sensibilidad para ver cosas que otros no ven. Así, lo recluta como su asistente, como un doctor Watson malnutrido, con los húmeros puestos a la mala.
Un poeta en misión suicida
“Yo tenía claro que Vallejo no iba a ser el detective, porque Vallejo tiene que ser él mismo. El trabajo de detective implica una mentalidad mucho más racional y tiene que ser una especie de Sherlock Holmes y Vallejo no era así”, sostiene Palomino, a quien dimos el alcance frente a la estatua; él también dibujó y coloreó la obra, 200 páginas de titánico trabajo que le requirió un año entero. Mientras Vallejo hace lo suyo con la palabra, Falcón se mete en las pesquisas como el tipo racional que es, sobreviviente a la guerra y a la mala vida. Vallejo es distinto a él, también anda pobre por esa época, pero siempre permanece conectado con cosas más trascendentes, con una visión de artista.
En el Paris de esta obra se vive un clima de libertinaje (fueron los llamados “años locos”), pero también de opresión. La obra destaca el surgimiento de los grupos de ultraderecha; allí están las semillas que llevarían al nazismo a Alemania y el fascismo a Italia y España. “No querían saber nada de los extranjeros que ‘venían a Paris y degradaban todo’. Pero sí, hay cosas en común con estos tiempos [en Perú]”, dice el autor, que encuentra otra coincidencia: en 1924, la Ciudad de la Luz desarrollaba una olimpiada, como ocurre también este 2024.
Darle voz a la voz de un país no es para tomarlo a la ligera. “Uno tiene que investigar”, dice Palomino, serio. Para esta obra se leyó dos biografías del poeta; “¡Yo que tan solo he nacido!” de Miguel Pachas Almeida, y “César Vallejo: la vida bárbara” de Jorge Nájar. Estos libros le dieron una base sobre la cual transformar la realidad y crear su ficción. “Sé que hay personas especialistas y si la obra capta atención, un poco que van a revisar con lupa, pero también tengo presente que esta es una obra de ficción que tiene una intencionalidad de entretenimiento”, dice el autor.
En su investigación, Palomino descubrió que el poeta dijo alguna vez “siempre hay alguien que esconde un revólver contra mí”, frase precisa para el cómic; qué más detectivesco que una pistola apuntando al héroe. O al poeta, que en la vida real jamás regresará a su tierra. Porque estar marcado por la tragedia también es el sino del detective.
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