Fueron apenas seis segundos, pero bastaron para dividir la historia de la ciudad del Cusco en un antes y un después. El domingo 21 de mayo de 1950, a la 1:39 de la tarde, un sismo de grado 7 en la escala de Mercalli destruyó tres mil viviendas y gran parte de su arquitectura colonial. Iglesias como Santo Domingo, la Compañía, Santa Catalina, Belén y San Sebastián sufrieron daños desoladores.
Como señala el experto en patrimonio Luis Repetto, fueron los muros incas los que sostuvieron la ciudad. Los conventos perdieron parte de sus estructuras, pinturas murales y revestimientos. “Lo que tenemos hoy la asemeja, pero no es exactamente la construcción virreinal que había”, dice.
El escritor cusqueño Luis Nieto Degregori recuerda una encuesta entre autoridades, empresarios, profesionales, intelectuales y artistas cusqueños, donde se preguntaba cuáles fueron los diez hechos claves en la región durante el siglo XX. En primer lugar se mencionó el descubrimiento científico de Machu Picchu por Hiram Bingham en 1911 y cerca, en segundo lugar, el terremoto y la posterior reconstrucción de la ciudad.
Para el autor de “Cuzco después del amor”, ambos hechos están estrechamente unidos en el imaginario local, pues desde hace décadas la economía de la ciudad gira en torno al turismo.
—La reacción oficial—
Inmediatamente después del sismo, el entonces presidente Manuel Odría llegó al Cusco vestido de luto, llevando con él los primeros fondos destinados a la reconstrucción. “Dada la importancia patrimonial del Cusco y su valor simbólico para el país, el Estado se comprometió en la tarea de reconstrucción y desarrollo”, explica Nieto Degregori. Por ello, ya a fines de año se había promulgado la ley del estanco al tabaco para generar recursos destinados a la reconstrucción.
En febrero de 1951, la ONU envió a la ciudad la Misión Hudgens, cuyo informe propuso la creación de un organismo autónomo para la reconstrucción y el fomento de su desarrollo económico. Así, a inicios de 1952 se creó la Junta de Reconstrucción y Fomento Industrial del Cusco y cinco años después, su Corporación de Reconstrucción y Fomento, que impulsó la construcción de la hidroeléctrica de Machu Picchu (1963) y la fábrica de fertilizantes de Cachimayo (1965). “De esta manera, se buscaba proporcionar energía para el despegue industrial y abonos para el desarrollo agrícola de la región”, detalla el escritor.
—Una catástrofe modernizadora—
El historiador José Tamayo Herrera definió el terremoto del Cusco como una “catástrofe modernizadora”. Y es que para la sociedad cusqueña, como advierte Nieto Degregori, significó un choque espiritual que se tradujo en un ansia de modernización y progreso que caló hondo en la mentalidad, aunque no siempre estuviera claro en qué debía consistir esta”.
Para el escritor, el terremoto no solo se trajo abajo edificios, sino que puso al descubierto el ruinoso estado de conservación de las casonas y la tugurización que lastraba la capital inca por décadas. “Tras la catástrofe, el abandono en que se encontraba la ciudad llamó la atención del Estado y de los organismos internacionales. Ello dio pie a las primeras acciones de conservación de gran envergadura y sucesivos proyectos desarrollistas como el Plan Copesco con la Unesco”, dice.
Así, ambos expertos señalan que la historia de la Ciudad Imperial se divide entre el antes y el después del terremoto de 1950. Como advierte Nieto Degregori, las huellas del terremoto tienen que ver también con la fiebre modernizadora desatada en los años siguientes. “Ello se tradujo en la demolición de las casonas coloniales más dañadas, el ensanchamiento de las calles para el tránsito vehicular, así como la construcción en pleno Centro Histórico de edificaciones que no armonizaban con el espléndido conjunto monumental”, explica.
Así, el sismo marcó además el inicio de un acelerado proceso de expansión urbana, pues, en pocas décadas, una ciudad que había crecido muy poco desde fines del siglo XVIII, se expandió rápidamente hasta tener su apariencia actual.
“Si se observa con cuidado, el Cusco actual es en realidad hechura del movimiento sísmico, desde las casonas y portales que rodean el perímetro de la plaza principal hasta los barrios populares encaramados en las laderas de los cerros”, señala Nieto.
Para Repetto, setenta años después, la ciudad del Cusco se ha transformado diametralmente. Sin embargo, su promesa de modernidad no se ha traducido en proyectos de desarrollo más allá de los vinculados al turismo. “Hoy, que estamos viviendo un drama terrible, cuando el turismo es una de las industrias nacionales más afectadas, es tiempo de repensar otros motores de desarrollo para el Cusco, desde su industria cultural hasta la agroindustria”, añade.
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Coronavirus en Perú: míticos ukukus salen a las calles de Cusco para hacer cumplir la cuarentena
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