Se dice que son tiempos de incertidumbre, pero en los últimos días, las dudas y las indecisiones provienen de los poderes del Estado. En la calle, por el contrario, no se aprecia vacilación ni debilidad, más bien se ve, en todo el país, jóvenes que salen a protestar a diario contra un gobierno que no los representa, ilegítimo desde su origen.
Hay víctimas que lloramos y represión desbocada, mientras gobernantes y congresistas no asumen su responsabilidad, incapaces de entender lo que sucede a su alrededor. Son tiempos recios, sin duda, pero reconocibles en nuestra historia: ya es un lugar común citar las palabras del poeta Martín Adán, “Hemos vuelto a la normalidad” tras enterarse del derrocamiento del presidente Bustamante y Rivero por el general Odría, a fines de octubre de 1948.
¿Cuan justa es la sentencia del autor de “La Casa de Cartón”? Corremos la pregunta al destacado académico y profesor universitario Guillermo Nugent, más allá del análisis político, esta profunda crisis refleja también la desigualdad que nos define como nación, diferencias que cambian de nombre a lo largo del tiempo, pero que siguen significando lo mismo.
Crees que la frase del poeta Martín Adán define nuestra historia reciente?
Las formas de los golpes de Estado han cambiado un poquito en la región, no solo en el Perú. El ultimo golpe clásico fue el de Manuel Celaya, en Honduras, en 2009. Alli los generales lo detuvieron, en una escena clásica latinoamericana. Desde el juicio político al presidente paraguayo Fernando Lugo en 2012 se ha establecido un nuevo estilo. Entre los golpes militares y los de ahora hay una figura común: cambiar un presidente sin elecciones de por medio. Es muy importante tener eso en cuenta. Una figura como la del presidente puede sufrir contratiempos, pero lo fundamental es que es una figura producto de elecciones.
Asimismo, creo que hay un trasfondo común entre lo que decía Martin Adán y lo que sucede ahora. Sistemáticamente, la manera de representar al país suele ser una tercera parte. ¿En la época de Odría, cuál era ese país representable? Hasta los años 40, se decía que el 70% de la población peruana era “india”. Entonces esa palabra implicaba un universo inescrutable, misterioso, que impide confianza. La idea era de que había un 70 % de un país inconocible. Hoy, muy alegremente la cultura publica oficial señala que los problemas del país radican en el 70% de población “informal”. ¿Qué quiere decir informal? sin reglas, que puede pasar cualquier cosa. Solo se sabe lo que ocurre en el mundo formal, el 30% restante. Exactamente lo mismo que hace medio siglo, solo que antes se hablaba de “indios” y hoy de “informales”. Hay una zona oscura en el espacio público y que se reconoce que esa zona publica abarca al 70 % allí vemos que las cosas no han cambiado mucho desde la época de Martín Adán. En consecuencia, las instituciones no son sentidas sólidas, pues solo retratan a un 30 % de criollos blancos y formales. Siempre tenemos esta idea de que vivimos en un país donde las dos terceras partes son algo irrepresentable. Mientras sigamos así, por supuesto que la fragilidad institucional no tiene remedio.
Si esa inestabilidad nos define, cómo pueden sostenerse durante veinte años sistemas representativos de bases tan frágiles?
No todo han sido golpes, claro. Han habido ciclos de estabilidad e inestabilidad republicana. Hay un sentido de la protesta ciudadana que es importante no solo por la relación con la marcha de los cuatro suyos, y las protestas cuando terminaba el régimen de Fujimori. Yo subrayaría la impresionante marcha de Ni una menos. En las ciudades ha calado con cada vez mayor sentido las libertades ciudadanas. Lo que hay ahora es un desfase muy marcado entre personas que reclaman su derecho a la protesta pacífica, y policías que parecen de otra época. Es chocante que la policía se ensañe con los ciudadanos para respaldar una medida del Congreso que, entre otros, es apoyada por el partido de Antauro Humala, que mató policías. Hay una cosa trágica en esa figura. Esa escena de la policía jaloneando la bandera de las manos de los ciudadanos me parece lo mas terrible que he visto en el plano simbólico aparecida en los últimos años. La actúa actúa así porque se siente impune, gracias a leyes que reducen su responsabilidad en este tipo de eventos.
Lo interesante además es que los manifestantes no están defendiendo a una persona, sino a un sistema.
Eso me parece clave. Yo no creo que casi nadie sale a las calles defendiendo a Vizcarra como caudillo. Se trata de defender una continuidad institucional, y es terrible que todo esto ocurra en medio de una pandemia. Estas protestas, lamentablemente, perjudican la salud pública. El Congreso está más dedicado a sus intereses menudos y mediatos, antes que hacer frente a una emergencia sanitaria. Ya había una institucionalidad muy golpeada por el congreso de mayoría fujimorista (que al disolverse generó cierto alivio y respiro) y la idea era llegar a las siguientes elecciones. Lo que ha sucedido ahora lo trastorna todo. Lo que vemos no son protestas por un caudillo: son, básicamente, la defensa de una continuidad y una tremenda desconfianza frente al congreso por su compartimento, especializado en tomar acuerdos entre gallos y medianoche con una clara intención de estar libre del escrutinio público. Eso es evidente. Merino ha terminado de la misma forma irresponsable que empezó. Vergonzoso a más no poder, con un terrible saldo de muertos y heridos.
El escenario que hoy vivimos de múltiples crisis lo has visto repetido en otro momento de la historia peruana reciente?
Puede que la conducta de la policía nos llame la atención en Lima, pero no es demasiado distinto de las protestas en localidades por problemas medioambientales, como Tía María, o Las Bambas, por ejemplo. Lo que pasa es que esas cosas están representadas por los medios como cosas que suceden “allá lejos”. Ese es un tema muy significativo dentro de nuestra precariedad institucional. En todos los grupos políticos, sin distingo entre derecha, izquierda o centro, se repite esa frase tan reveladora de nuestra precariedad que es hablar de “los lugares más alejados el Perú”. ¿Estamos hablando de Mongolia? No. Es la idea de que dentro del Perú hay sitios muy alejados. Y eso es fatal, porque también son partes del país. Puedes decir que hay lugares de más difícil acceso que otros, pero se trata de un problema de comunicación serio que no hemos resuelto hasta ahora. Eso demuestra que no tenemos una institucionalidad consolidada todavía. Mientras pensemos que en nuestro país hay cosas que ocurren “allá lejos”, siempre vamos a salir perjudicados. “Allá lejos” es una categoría que deberíamos desterrar. Todas estas cosas nos tocan a todos y todas de cerca.
¿Cómo ves el tema generacional en este movimiento de rechazo al gobierno?
Recuerdo las manifestaciones en los años ochenta, cuando confluían la hiperinflación, el terrorismo y la violencia política desatada. Fueron épocas durísimas que han marcado mucho a los padres de quienes ahora salen a protestar. Veo allí una cultura ciudadana que se ha transmitido generacionalmente, y eso es muy valioso. A pesar de la cultura dominante, dentro de los hogares se habla también de identificación ciudadana.
Es en estos movimientos de indignación donde surgen futuros liderazgos. ¿Qué crees que puede salir de estas protestas?
Históricamente, los lideres políticos surgían de las asambleas universitarias, además de los movimientos sociales y sindicales. Esas son las grandes canteras donde se forjan vocaciones políticas. Políticos como Belaúnde, Barrantes, Bedoya, para no mencionar a Luis Alberto Sánchez, hicieron carrera en el mundo universitario. Pero lo que ha habido es una degradación de la educación universitaria a todo nivel. Yo subrayo el termino “vocación política” como algo distinto a “intereses políticos”. Lo que hay ahora es gente que se mete a la política porque tiene algún tipo de conveniencia. Políticos que en su discurso traduzcan algún tipo de vocación, la verdad es que son contados con los dedos de la mano. La debilidad de los políticos profesionales tiene que ver mucho con el deterioro de las universidades. Aquellas nacidas desde el decreto de Fujimori han permitido amasar enormes fortunas, pero se trata de universidades absolutamente despolitizadas. Un político no aparece por inspiración divina, se forja en los debates. Eso es terrible.
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