Se ha dicho y redicho tanto de la Comunicación, que el tema ha llegado a convertirse en lugar común; y si no se ha convertido en eso, está en trance. Lo cual es lamentable porque el lugar común es la expresión trivial, o sea la carente de importancia y novedad.
Pero, además, de tanto llevarse y traerse este asunto, se ha confundido en no escasa medida. Y a mí me parece que cuando tal cosa ocurre, lo mejor, para que el orden vuelva y también la claridad, lo mejor es regresar a lo sencillo, a las formulaciones simples pero no por eso desdeñables. Y como ahora no tengo ánimo ni tiempo para enfrascarme en sesudas consideraciones acerca de la comunicación, bastará decir que con el verbo comunicar significamos el hecho de descubrir, manifestar o hacer saber a uno alguna cosa. Eso es comunicar.
La Comunicación es un proceso cuyos componentes son: primero, el Iniciador, que es el Emisor o Emitente; segundo, el Receptor o Recipiente; tercero, el Mensaje, que es lo que el Iniciador emite y dirige al Receptor; cuarto, el modo o vehículo, un medio por el cual llega dicho Mensaje; y quinto, un Efecto. La Comunicación, para que ocurra realmente, tiene que producir un efecto, debe tener una consecuencia.
Ahora bien: en la situación televisiva son fácilmente discernibles y perceptibles estos componentes; quiero decir, es claro este proceso comunicativo. Y si se dijera por ahí que el efecto que tiende a producir un programa como el que dirigía es el de la entretención e información del televidente, se diría la verdad, porque entre otras cosas persigue eso. Informar y entretener son dos fines televisivos perfectamente admisibles. El programa se propone ser una especie de enganchador emocional del televidente, porque quiere moverlo, suscitarlo y motivarlo; intenta prender al televidente, interesándolo cabalmente.
La suscitación del espíritu crítico es fundamental en la Nueva Educación. De los tres principios pedagógicos básicos, el primero es la crítica, que está antes que la creación, que es el segundo, y antes que la cooperación, que es el tercero. Pero para educar a la gente como es debido, no sólo hay que propender a la suscitación del espíritu crítico, sino que además hay que promover la capacitación para el diálogo lúcido y, por lo tanto, para la mayor y mejor comunicación con los demás; y hay que tratar también de crear nuevas actitudes y nuevos valores.
Hacer todas estas cosas es concientizar a la gente. No hacerlas, desfavorecerlas y obstaculizar su afloramiento, promoción y desarrollo, es alienar a la gente.