Desde su cargo como decano de Estudios Generales Letras en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), Pablo Quintanilla se hace tiempo para su mayor pasión: la investigación filosófica. Luego de recibirse como PhD en la Universidad de Virginia (1996-1999), decidió regresar a nuestro país. Alentado por el impulso neopragmatista que los estadounidenses Donald Davidson y Richard Rorty –de quien llegó a ser alumno– insuflaron en los 80 y 90, Quintanilla optó por seguir sus estudios sobre lo que se ha denominado, también, “filosofía de la mente y el lenguaje”, a pesar del poco interés que la comunidad académica local solía tener en esos temas por ese entonces. Sin embargo, los años de trabajo rinden sus frutos, y se puede decir que hoy las investigaciones sobre filósofos antes poco conocidos en nuestro medio han crecido de forma notable. Lo más interesante, por otro lado, es que lejos de reivindicar un purismo filosófico, el pragmatismo contemporáneo concilia diferentes disciplinas como las neurociencias, la psicología cognitiva, la historia de la ciencia o la lingüística. Producto de esa colaboración es que han visto la luz libros como “Cognición social y lenguaje. La intersubjetividad en la evolución de la especie y en el desarrollo del niño” (PUCP, 2014), que Quintanilla editó junto con Carla Mantilla y Paola Cépeda; “El pensamiento pragmatista en la actualidad: conocimiento, lenguaje, religión, estética y política” (PUCP, 2015), editado junto con el profesor argentino Claudio Viale; o “Pedro S. Zulen. Escritos reunidos” (Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2015), antología del mítico filósofo peruano de inicios del siglo XX que fue un temprano y lúcido iniciador de los estudios sobre pragmatismo en nuestro país.
En la siguiente entrevista, Quintanilla aborda el pragmatismo, su historia, actualidad e implicancias, además de dar su opinión sobre el estado de la educación superior en el Perú.
—El pragmatismo nace con la obra del estadounidense Charles S. Peirce a fines del siglo XIX. ¿Cuál es su aporte a la historia de la filosofía?En efecto, el pragmatismo clásico está signado por Peirce, James, Dewey y Mead, mientras que el neopragmatismo o pragmatismo actual contiene nombres como Rorty, Putnam o Brandom. Creo que los unifica una concepción acerca del significado y la verdad, así como un espíritu falibilista (la idea de que cualquiera de nuestras creencias puede ser revisada o abandonada) pero también antiescéptico y antirrelativista. Aunque a Rorty se le acusó en ocasiones de ser relativista, él siempre dijo que uno no puede ser relativista practicante, es decir, que uno no puede vivir como relativista. Para un pragmatista, que cree que las creencias que uno tiene son las que se expresan en su forma de vida y no las que uno cree tener, el que sea imposible vivir como relativista muestra que el relativismo es una posición imposible. Pienso que en el valor de esas intuiciones radica su aporte a la disciplina. Hoy el pragmatismo tiene mucha influencia en la filosofía de la ciencia posterior a Wittgenstein y Kuhn y, de manera particularmente notable, en las neurociencias y las ciencias cognitivas, al interior de la filosofía de la mente.
—¿Cómo se explica el fuerte apego del pragmatismo por los avances de las ciencias hoy en día?Algo característicamente pragmatista es el abandono de la pretensión de encontrar una descripción última o definitiva de la realidad, lo que, sin embargo, no implica abandonar la tesis de que puede haber varias descripciones simultáneamente correctas. La ciencia es una de esas descripciones válidas, pero también lo son el arte, la literatura o la religión, en relación a sus propias pretensiones y objetivos. Sin embargo, volviendo a tu pregunta, el pragmatismo tuvo siempre una afinidad natural con el evolucionismo darwiniano. Los acerca, por una parte, su común desconfianza ante la idea de que hay esencias inmutables en la realidad, y que las diversas historias tienen un común objetivo único, ya prefijado de antemano. Para los pragmatistas es bueno entender el conocimiento humano a la luz de la selección natural: las teorías sobreviven provisionalmente, como consecuencia del ensayo y el error, si se logran adaptar a las nuevas evidencias que la realidad impone. Mucha de la ciencia que se practica ahora tiene un fuerte espíritu pragmatista, en el sentido señalado.
—¿A qué crees que se debe la escasa producción en cuanto a la filosofía en el Perú? Creo que un factor prioritario para que eso ocurra ha sido el desdén con que tradicionalmente los filósofos peruanos han visto a la filosofía en el Perú, pues su referente fue siempre la filosofía europea y estadounidense. Además, el prejuicio de que los filósofos peruanos son solo reflejos imperfectos de otros de otras latitudes condujo a perder interés en aquellos. Pero el desinterés en los filósofos peruanos, en muchos casos, es solo ignorancia. Si uno lee a Zulen, por ejemplo, encontrará a un hombre inteligente pensando problemas universales en el Perú de la segunda década de este siglo. O si uno lee a Javier Prado –quien, más que una avenida, fue el filósofo que trajo al Perú el positivismo europeo–, notará creatividad y agudeza. Pero incluso si uno creyese que estos autores no son filosóficamente relevantes, tendrá que admitir que sí son interesantes en tanto reflejan la vida intelectual que el Perú produce en sus distintos períodos. La primera generación de filósofos profesionales que generó el Perú fue a fines del siglo XIX, en la posguerra del Pacífico, y sin duda estos autores son un reflejo verbalizado de los procesos sociales que ocurrían en el Perú de entonces.
—Por último, y tomando en cuenta tu experiencia en el campo universitario, ¿cuáles crees que son los principales problemas del sistema de educación superior en el Perú? Y, por otro lado, ¿cuál es tu percepción de la nueva Ley Universitaria?Creo que la nueva ley no es perfecta, pero es infinitamente superior a la anterior y pienso que tiene las herramientas necesarias para poder ser mejorada. En cuanto a la educación superior, el principal problema es la proliferación de instituciones que tienen el nombre de universidad pero que no lo son, porque en realidad son empresas con fines de lucro cuyo objetivo es hacer que pasen por sus aulas la mayor cantidad de personas con la menor exigencia académica posible, para que el negocio sea lucrativo. No hay un verdadero interés en investigar ni en generar profesionales de calidad. No podría haberlo, porque el objetivo es producir profesionales en serie. Son como una fábrica de tornillos o de jabones. Es imposible que el mercado las regule o que ellas se autorregulen. Estas instituciones producen profesionales de cada vez peor calidad, mientras les cobran sustanciosamente porque les hacen creer que tienen una formación que en realidad no tienen. Mientras más abaraten sus costos, mejor negocio será, pero peores profesionales producirán. Lo que no se ve es que el país se está llenando de malos profesionales que serán un peligro en los diversos sectores en los que participen.