Ya es un hecho certificado por distintas librerías limeñas: “A propósito de nada”, las sabrosas memorias de Woody Allen, se hallan entre los títulos más vendidos del 2020. Sin duda muchos de esos ejemplares fueron adquiridos por los fans más entusiastas de un autor poco proclive a exhibir detalles de su vida privada y de su faceta creativa; pero sería hipócrita no reconocer que este éxito se debe también al morbo que produce leer su versión acerca del conocido escándalo -sin aparente fecha de caducidad- en el que Mia Farrow lo denunció por haber abusado sexualmente de su hija Dylan cuando esta solo tenía siete años de edad. En su testimonio, Allen ofrece pruebas contundentes que demuestran su inocencia. La misma justicia norteamericana desestimó la acusación, considerando, por lo demás, que existían indicios sólidos de que la niña había sido manipulada por la madre para que mintiera.
Una década después, sin que existiera una sola prueba nueva que sindicara al cineasta como culpable, las redes sociales, soliviantadas por el movimiento Me Too, revivieron el caso y sentenciaron, sumarias, que Woody Allen era un pederasta y un monstruo. Sin más fundamento que ese, fue repudiado por actrices y actores que trabajaron para él, las grandes distribuidoras le cerraron las puertas y cualquier elogio a su extraordinaria obra se consideró, insólitamente, un acto de solidaridad con aquel cínico depredador.
Mientras este linchamiento público se llevaba a cabo, el hábil escritor español Edú Galán (Oviedo, 1980) recordó que entre 2008 y 2009 tuvo a su cargo, en la universidad donde laboraba, un ciclo acerca de Woody Allen y su relación con la psicología. La actividad fue un éxito y nadie la cuestionó ni se indignó por ella. Una década después, Galán se pregunta si es posible repetir hoy una experiencia similar sin ser ajusticiado por las redes y su policía moral. Para absolver esta duda concibió “El síndrome Woody Allen”, provocador y agudo ensayo que introduce su escalpelo en las zonas más delicadas e incómodas de una sociedad que ha reemplazado el ideal de justicia por aquel “placer de sentenciar” del que hablaba Elias Canetti.
El libro de Galán tiene un doble objetivo. El primero es mostrar, apoyándose en un amplio material periodístico, los entretelones del affaire Allen-Farrow, con el afán de que el lector asuma sus conclusiones particulares acerca de cada implicado. La tarea es emprendida con limpieza, pero sin mayores descubrimientos. Como ocurre con todas las investigaciones más o menos serias sobre el tema, esta coincide con los informes judiciales ya conocidos y subraya las múltiples inconsistencias y sesgos de la parte acusadora, algunos de ellos francamente tragicómicos. El segundo me parece lo más valioso del volumen: explicar el cambio colectivo de paradigma marcado por el infantilismo, la emocionalidad, la necesidad de buscar culpables antes que interlocutores y de vengar ofensas, tanto reales como imaginarias, en desmedro de la duda y el pensamiento crítico.
Galán lo tiene muy claro: hay una izquierda, de rasgos identitarios y populistas, cuyo perfil fomenta un nuevo espíritu reaccionario a partir de la sublimación del yo: “nada es peor que algo que me afecta a mí. Si me ofende o incomoda, es una traición y, obviamente, merece castigo”. Una de las primeras libertades vejadas por esta postura tan unidimensional es la creativa: todo autor “debe ser responsable de lo que escribió y lo que escribe (…) y ser “consciente” de ello para “mejorar”, pútrido uso del verbo que pide el perfeccionamiento moral y no artístico de sus obras”. Recordemos que uno de los argumentos (llamémosle así) de los detractores de Allen fue una supuesta obsesión por las adolescentes que se reflejaba en sus guiones y en sus libros. Debemos admitir que en los Juicios de Moscú se formulaban alegatos parecidos.
Los que sentencian y condenan también se arrogan la autoridad para proteger de las ficciones a quienes no pueden evaluarlas correctamente, pues a sus ojos carecen “de las suficientes armar intelectuales y morales”. Al respecto, la influencia de la izquierda autoritaria ha hecho de la universidad uno de sus feudos más intolerantes. Si el neoliberalismo convirtió a los alumnos en clientes que siempre tienen la razón, esta ha aprovechado esa trasformación para que en los campus de Occidente se imponga una “causocracia”, motivada por un sentimentalismo ciego que ya Paul Bloom ha señalado en su recomendable “Contra la empatía”. No hay más fructífero auspiciador de la injusticia y el prejuicio que la empatía sin tamiz cognitivo, basada exclusivamente en una “canonización de la emocionalidad” que, a la larga, destruye todo sentido de responsabilidad. La pregunta que gesta este libro, al final, recibe una respuesta tan certera como deprimente.
“El síndrome Woody Allen” toca muchos otros temas que escapan a la extensión de esta columna. Pero sí hay que advertir del alto grado de subjetividad que caracteriza algunos de sus tramos. Consecuencia natural de escribir con pasión y urgencia ante una época sombría que nos exige algo de luz y verdad para poder atravesarla.
LA FICHA
Autor: Edú Galán
Editorial: Debate
Año: 2020.
Página: 336 pp.
Valoración: 4 estrellas de 5 posibles.