A 100 años de su muerte, Franz Kafka sigue orbitando en torno nuestro como un cometa fulgurante. Su obra no ha cesado de ser estudiada y analizada desde diversas perspectivas, ya sean literarias, psicológicas o políticas. En cuanto a su vida, esta ha sido escudriñada hasta el menor detalle, como lo prueban las biografías, testimonios y ensayos de renombrados especialistas como Max Brod, Klaus Wagenbach, Elias Canetti, Maurice Blanchot o Reiner Stach. Sin embargo, hay un episodio que ha suscitado no pocas controversias: ¿es verdad que Kafka tuvo un hijo, pero nunca lo supo?
En la primavera de 1948, Max Brod, el amigo y albacea literario de Kafka, recibió una carta del músico Wolfgang Schocken, quien vivía en Jerusalén, donde le revelaba que Kafka había tenido un hijo. Como prueba le adjuntaba una misiva de su amiga alemana Margarete ‘Grete’ Bloch, del 21 de abril de 1940, en la que ella dice: “Visité la tumba del hombre que había significado tanto para mí, que murió en 1924, cuyo arte sigue siendo admirado hoy día. Él era el padre de mi hijo, que murió súbitamente en Múnich en 1921, al cumplir los 7 años. Lejos de mí y de él, de quien había tenido que separarme durante la guerra, para no volver a verlo salvo unas cuantas horas, pues murió en su tierra natal, víctima de una enfermedad mortal. Creo que es la primera vez que le cuento esta historia a alguien. Ni mi familia ni mis amigos lo sabían…”.
Aunque no mencionaba expresamente a Kafka, ni Schocken ni Brod dudaron de que se trataba de él. Al menos, las fechas coincidían. El escritor había muerto en 1924, a los 40 años, y es factible que se hubiera reunido con ella por última vez en Praga en marzo de 1922, según una anotación de su diario. Luego, cuando la II Guerra Mundial obligó a Grete Bloch a huir de los nazis, se instaló en Florencia, hasta que, por ser judía, fue confinada por las autoridades en un pueblo de montaña. Allí trabó amistades a las que les confió haber concebido un hijo con Kafka. Más aún, les enseñó un libro autografiado por él y un álbum familiar que incluía varias fotografías del niño, quien, al parecer, se llamaba Casimir y había fallecido sin que su padre supiera de su existencia. Ella lo había dejado en un hogar de acogida durante los años de la Gran Guerra, quizá por soslayar el estigma de madre soltera, si bien lo había visto de tanto en tanto.
Para quienes no conozcan las cuitas amorosas del autor de “La metamorfosis”, conviene recordar las complicaciones que experimentaba a la hora de formalizar sus vínculos sentimentales. Con su novia Felice Bauer se comprometió dos veces, pero terminó separándose. La primera ruptura ocurrió en 1914 y se debió a la intermediación de Grete Bloch, amiga reciente de Felice que residía en Berlín y había iniciado una correspondencia con Kafka. Él le había manifestado sus dudas respecto de la boda que se avecinaba, a la par que intimaba cada vez más con ella. Para su sorpresa, Grete le mostró a Felice las cartas con dichos reparos, lo que precipitó su rompimiento con Kafka. Aquí cabe preguntarse si Grete lo hizo porque estaba interesada en Franz y si este respondió a sus requerimientos. De ser así, es posible que mantuvieran una relación secreta y fugaz, y que ella acabara embarazada. Cabe señalar que Grete era una mujer decidida e independiente, y que llegó a ocupar un alto puesto gerencial en una empresa industrial de Berlín. De acuerdo con su propia confesión, el niño habría nacido en 1914 (fecha verosímil si consideramos que Grete se encontró con Kafka por primera vez el 30 de octubre de 1913 en un hotel de Praga). ¿Por qué lo ocultó? Por la simple razón de que la situación era muy engorrosa para ella y quería evitar el escándalo.
El lector se preguntará cuán importante habría sido la paternidad para Kafka. Ante todo, habrá que advertir que el escritor se resistía a asumir las responsabilidades que implicaba un matrimonio. Kafka odiaba su trabajo como abogado de una compañía de seguros y su mayor anhelo era dedicarse a escribir, sin tener que arrastrar otras cargas. Por lo demás, su imagen de la familia había sido degradada a causa de su progenitor, un tirano que solo le había inspirado temor y rechazo. Max Brod pensaba que saberse padre habría ejercido una influencia benéfica en su desarrollo y que su hijo habría podido salvarle la vida. No estamos tan seguros de ello. Lo más probable es que hubiera significado un trastorno superior a sus fuerzas. Por cierto, Kafka padecía una tuberculosis terminal.
A fin de cuentas, con su muerte prematura acaecida el 3 de junio de 1924, se libró de un destino nefasto. En mayo de 1944, Grete Bloch fue deportada a Auschwitz, donde sucumbió asesinada a porrazos. Otro de sus grandes amores, Milena Jesenská, también pereció en un campo de concentración. La misma suerte corrieron sus tres hermanas, Ottla, Valli y Elli. El único consuelo para los devotos admiradores de Kafka es saber que, en el último año de su vida, se animó a convivir con una mujer, la joven polaca Dora Diamant, a la que iba a desposar y con la que descubrió una felicidad que siempre le había sido esquiva.
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