Que difícil resulta definir el género de un libro como “Días Contados” (Planeta). Hablamos de un gran reportaje, la crónica del año en que vivimos en peligro, pero que también podría leerse como un parte de guerra, una novela negra o el guion de una película de desastres. Pero, ante todo, un thriller político desde la primera a la última página.
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Luis Jochamowitz ya había acuñado el nombre del nuevo género periodístico antes de empezar a trabajar en el libro al lado de su colega Rafaella León. Se trataba de hacer “una crónica político sanitaria”. Al principio, para ambos periodistas sonaba cómico el nombre, ya que “sanitario” y “político” parecían términos antagónicos. Sin embargo, les sirvió para ordenar megagigas de información. Al inicio del proyecto, sentían que la tarea resultaba inabarcable, con temas que se contaminaban unos sobre otros, incluso contradiciéndose. “No sabíamos cómo comenzar a contar”, confiesa Jochamowitz. “En realidad, contar una pandemia es una idea demente. Es como intentar contar el mundo hasta acabarlo”, añade en esta entrevista compartida.
El papel de un periodista no es dar soluciones, sino señalar lo que no funciona. Y en este libro, son muchas las cosas en la gestión del Estado que no han funcionado en su intento de combatir la pandemia...
Rafaella León: Lo interesante del libro es que es muy periodístico. Revisamos miles de archivos, nos arriesgamos a salir a entrevistar. Luego tienes el trabajo narrativo: no es un libro en el que uno espere encontrar datos que harán caer a un gobierno. Más bien es un trabajo literario, bello pero también duro.
Luis Jochamowitz: Ha habido una búsqueda de lo literario, pero no por un regusto por las Bellas Artes, sino porque en el lenguaje hay una integridad. No me refiero solo a la honestidad, sino a que el lenguaje tiene que contenerte. Y eso, a veces, es difícil en el periodismo: somos más operativos, tratamos de llevar la información y nos olvidamos que estamos manejando el lenguaje, una sustancia que nos abarca de arriba a abajo.
¿Cómo creen que el Covid ha infectado la vida política en estos dos años? La crisis política es un producto directo de la pandemia?
Luis Jochamowitz: Yo creo que sí. La primera vuelta, por ejemplo, tuvo un resultado claramente pandémico: allí está toda nuestra dispersión y desconcierto. Y de alguna forma seguimos en eso. La pandemia es tan absoluta que no puede quedar nada fuera de ella. Y nuestra política va a reflejar muy tempranamente este tiempo terrible y complejo, este caos, este griterío, este ánimo de linchamiento, con el surgimiento de una ultraderecha y de una ultraizquierda. Somos el resultado del 2020, un año realmente feroz.
Rafaella León: Desde el inicio, pudimos notar como ya algo estaba pudriéndose dentro del gobierno de Vizcarra, cuando por decisión propia, el presidente estaba más solo que nunca. Creyó probablemente que no necesitaba más que tres o cuatro voces alrededor suyo. Él es el gran responsable de las ineficiencias del gobierno, que vienen de la mano con las ineficiencias sistémicas, propias del Estado. Era simbólico ver cómo este hombre se deshacía en medio de una pandemia que a todos se nos iba de las manos. Cuando en setiembre parecía que nos recuperábamos de la primera ola y empezábamos a respirar un poco más tranquilos, llega el 9 de noviembre, el último día de Vizcarra. Era imposible contar la historia de nuestra pandemia sin los estadíos de nuestra enfermedad política.
En el Perú siempre pensamos que lo que sucede es lo peor. Parece que peleáramos por asumir el galardón a la mayor cifra de contagios y de muertes. ¿Cómo ven la ubicación del Perú dentro de esta pesadilla global?
Luis Jochamowitz: Somos así. Somos muy buenos para el castigo, nos despreciamos mucho, nos detestamos intensamente. Y en estas circunstancias surge el vómito negro que llevamos dentro. ¿Objetivamente, somos realmente los campeones de la muerte en esta maratón universal? Con toda seguridad, vamos a estar en el pelotón delantero. Hace unos días leí, por ejemplo, que en la India se calculaba que para alcanzar su cifra de muertos real, había que multiplicar por 10 las cifras oficiales. Nosotros tuvimos que triplicarla. Las cifras se irán aclarando, pero será algo ya en el terreno de los historiadores. En treinta años habrá cifras mucho más exactas, irá a surgir una ciencia de la pandemia de todo esto, pues no la vamos a olvidar. Lo asombroso es que hayamos olvidado la pandemia de 1918, y creímos que la salud pública ya había ganado la guerra.
Hablando de la gripe española de 1918, no podemos olvidar que la ultraderecha y el nazismo nacieron justamente en ese caldo de cultivo pandémico.
Luis Jochamowitz: Es que las pandemias han cambiado el mundo varias veces, por eso resulta increíble que lo hayamos olvidado.
Rafaella León: Pero más allá de todas nuestras miserias, hay gente valiosa también, que ofrecen historias de resiliencia impresionante. Después de entrevistar desde altos funcionarios a trabajadores anónimos que saben cómo funciona el monstruo por dentro, nos quedamos con una enorme sensación de soledad, de gente que peleaba sola contra el mundo. Nos llevamos lecciones de gente que hizo todo lo posible por salir adelante. Por no cerrar su negocio para que la gente no se muera sin oxígeno, o caminantes que buscaban una manera de sobrevivir.
Al inicio de la pandemia el gran temor desde el poder era a los saqueos masivos. Sin embargo, el fenómeno social que apareció tuvo que ver, más bien, con personas que decidieron tomar sus cosas y volver a sus lugares de origen.
Luis Jochamowitz: Yo tengo el recuerdo muy vivo de políticos que fungen de analistas o de periodistas, que daban prácticamente la fecha del comienzo de los saqueos. Y la verdad es que nada resultó más lejos de la verdad. De pronto, nos vimos frente a un país con una resistencia que no anticipamos. No solo los caminantes que tomaron la iniciativa época de regresar a sus tierras, sino la gente de Lima, encerrada en los cerros los primeros 60 días, volviendo a las ollas comunes, inventando el menú del día con nada, mientras el Estado todavía no lograba una mínima respuesta. Es algo increíble y muy de admirar. Lo terrible de todo es que los que escribimos, los que tenemos que dar opinión, lo que resumimos las noticias del día, no tenemos ojos para ver eso. Frente a esta resistencia, la opinión era: “si sales de tu casa para vender manzanas, es culpa tuya si te enfermas”, mientras que la gente ofrecía esos gestos de afirmación de vida. Fue algo de un valor enorme, pues entonces no sabíamos de los riesgos. Todo era incertidumbre, creíamos que el virus se transportaba en la suela de los zapatos, que volaba por el aire, que estaba en las monedas, no había forma de aislarte. Pero la gente tenía que salir, y nos ha dado una nueva lección. El nuestro es un país de una resistencia enorme.
Rafaella León: la gente se buscó su camino, y no hablo solo de los caminantes. A pesar de haber gobernadores regionales nefastos, los hubo también que pudieron sacar a su gente adelante, que resistieron hasta que el virus los barrió como una ola. Pienso en los líderes de las comunidades indígenas cerrando sus ríos, por ejemplo. El Estado estaba tan perdido que no había otra alternativa que buscar tu propio camino.
“Días contados” se centra en el primer momento de la crisis, en el gobierno de Vizcarra. Si bien el virus era considerado un enemigo invisible, ¿Cuáles fueron los enemigos internos y visibles que el Estado debió enfrentar para coordinar su respuesta?
Rafaella León: Primero se me ocurren “las tías”, como la ex ministra Pilar Mazzetti llamaba a la procuraduría, a la fiscalía y a las comisiones investigadoras del congreso.
Luis Jochamowitz: Cada parte tiene sus enemigos internos y todos pelean contra todos pero tienen sus particulares enemistades. Por ejemplo, el Colegio Médico fue una rémora desde el principio. Se convirtieron en defensores de ellos mismos. Luego está el Legislativo contra el Ejecutivo, cada uno de ellos intentando librarse de un enemigo particular. En el fondo, quizás la opción sea esa: estamos profundamente divididos, somos nuestros peores enemigos, pero como dice Rafaela, en medio de todo surgen personas y grupos donde ha habido heroísmo. La pandemia es un desastre absoluto, pero de ella se aprende mucho. Aparecen cosas que uno no creía que no existían.
Rafaella León: A veces íbamos donde un ministro y luego íbamos a otro solo para darnos cuenta de que no habían coordinado entre ellos. Dentro del propio gabinete había poca comunicación. Y eso jugó en contra de sus propios planes. Muchos funcionarios confesaban su miedo a poner su firma en órdenes de compra o proyectos de ley, temían que en algunos años se les investigara. La ministra Alva decía: “Yo soy la más arriesgada, ese muro me frustra”. Ella se sentía atada y no podía hacer más. Rescato también a gente como la ministra Rocío Barrios, capaz de resolver problemas con una llamada. Hay un abismo entre los que optan por no hacer nada, y el otro lado, gente que se la faja.
En primer personaje del que habla el libro es el ex presidente Vizcarra. Rafaela escribió un libro dedicado a él, en el cual miraba al personaje con ciertas expectativas favorables. ¿Cómo ha cambiado tu mirada sobre él?
Rafaella León: Llevo buen tiempo pensando el momento en que alguien iba a preguntarme esto. El perfil que hice de él fue de un momento: el Vizcarra del 2016 hasta mediados del 2019, antes de disolver el Congreso. Ese hombre medio improvisado pero con un capital político envidiable, el apoyo de la gente y de la opinión pública. No sé en qué momento perdió la perspectiva y se autodestruye. Probablemente el clímax de esa autodestrucción ocurre cuando nos enteramos que se había vacunado. Allí pasa a ser un traicionero.
El libro acuña para él una buena frase: “la muerte post mortem”.
Rafaella León: Exacto. En política uno muere varias veces, pero esta muerte es final. Ya en ese primer libro habíamos descubierto que Vizcarra trabajaba con un equipo increíblemente chico y desconfiado. Pero eso fue una anécdota comparado con lo que hemos descubierto ahora. Estamos hablando de una pandemia. El creía que podía gobernar solo, y con ello ahuyentó dos colaboradores claves como Iván Manchego y Maximiliano Aguiar. Allí empezó su final, porque las dos personas que quedaron solo se dedicaron a cubrir parches.
Luis Jochamowitz: Rafaela ha dicho la palabra clave con Vizcarra: autodestrucción. Él podía tener muchas limitaciones, como todos nosotros. Pero en su caso, sus defectos son multiplicadores, garantizan fracasos más adelante, acogen otros defectos y se van reforzando unos a otros. En el caso de Vizcarra, ese mundo pequeño, desconfiado, parroquial, se volvió más grave ante la falta de curiosidad intelectual o de imaginación. Su mundo más concreto y pequeño le hubiera funcionado si no llegaba la pandemia, habría terminado seguramente con una aprobación aceptable. Pero la pandemia voló por los aires el mundo previo. Vizcarra pensó que podía seguir en el mismo juego y eso le costó carísimo.
El libro mantiene una ética muy clara: no juzgar. Ustedes lo dicen: “Juzgar, en tiempos de pandemia, es un acto de autodefinición”. ¿Qué significa eso si analizamos un personaje como la ex ministra Pilar Mazzetti?
Luis Jochamowitz: Allí observas lo frágil de la condición humana. Por mucho que te prepares, te convenzas y trabajes, de pronto viene un viento que puede llevarte de un lado a otro y hacerte cometer los peores errores. Quizás en otras partes el líder puede fallar pero su equipo lo corrige, lo resitúa. Aquí, los líderes parecen flotar en esta debilidad institucional, comenten un error y nadie los ayuda. Pueden ser muy inteligentes y diligentes, pero no pueden dejar de tener miedo o de cansarse. Eso al final te pasa una factura enorme, te liquida, entierra todo lo bueno que pudiste hacer. Más que juzgar o no (creo que el libro está lleno de juicios) tratamos de que nuestros juicios tengan contención, que no se desparramen desde nuestro fondo personal. ¿Por qué somos así? ¿Por qué hemos caído en este juego tan delirante por temporadas? No lo sé. Una de las cosas que me gustaría leer en el futuro es un estudio que compare cómo se enfrentó las pandemias en México, en la Argentina, en Colombia, en Chile, en la India. Allí hay muchas claves de la naturaleza humana y peruana también.
¿Qué sugiere una frase como “no podía darme el lujo de enfermarme” dicha por la ex canciller Elizabeth Astete para justificar su vacunación secreta?
Rafaella León: Probablemente algo tenga que ver tu posición de poder por sobre los demás. La dijo ella, pero pudo haberla dicho cualquier otro. Luis Suarez, Vizcarra, incluso Pilar Mazzetti. Hay una sensibilidad que obviamente esta señora Astete no tiene.
Luis Jochamowitz: tratando de encontrar las respuestas personales, por qué tal persona actuó de esta forma y la otra de esta otra, preguntaba a los testigos y nos encontrábamos con explicaciones tales como: “es que tuvo una crisis psicótica” o “lo que pasa es que si estás tres meses en un ministerio terminas creyendo que lo puedes todo, que estás por encima del bien y del mal”. La gente es tan compleja y tan impredecible que, al final, nunca podrás obtener una respuesta.
El libro señala como Pilar Mazzetti no quiso firmar los acuerdos de confidencialidad con los laboratorios para la compra de las vacunas. ‘¿Por qué esta demora en la decisión en el gobierno de Vizcarra?
Rafaella León: Allí hubo una epidemia de desinformación al interior del poder. Y eso es responsabilidad de quienes decidieron que los negociadores sean un médico y un funcionario de cancillería. Los mismos funcionarios nos contaban lo sorprendidos que estaban de que no se haya escogido a negociadores expertos como había hecho Chile, por ejemplo. El comando vacuna fue para la tribuna, algo pésimamente pensado. Y ni siquiera se llegó a corregir a tiempo, solo cuando cambió el gobierno. Vizcarra se fue sin que hubiese ni un solo contrato firmado.
Luis Jochamowitz: Una de las cosas que más me ha inquietado al entrar a los detalles y los procedimientos es la debilidad del Estado peruano y su capacidad infinita para embrollarse. Es asombroso. He pasado la campaña electoral, pensando mil veces en que mientras sigamos con este Estado, ninguna promesa electoral funcionará. La pandemia ha demostrado de forma grotesca la inoperancia del aparato público. Y Cambiarlo va a ser bien difícil. Hay intereses enrocados unos con otros.
Hay dos personajes que en el libro ubica en la orilla de los que sí se fajaron por cambiar las cosas: la ex ministra de Economía María Antonieta Alva y el exministro de Salud, Víctor Zamora. ¿Cómo ven sus desempeños durante la crisis?
Luis Jochamowitz: Yo los pondría en el mismo platillo. Es la gente que se lanza a hacer cosas. Que sabe que no van a durar y que van a fracasar. Incluso que van a ser buscados con antorchas en la noche para luego ser colgados. Pero hacen cosas. Eso, en el panorama del Estado peruano, es valioso y digno de defender. Aunque ya entrando en el PBI y la norma sanitaria, empiezan a aparecer mil errores. Pero hay un impulso de lucha. Y eso yo lo agradezco.
Rafaella León: No se quedaron con los brazos cruzados. En medio de los miedos que hemos mencionado, fueron contra la corriente. Renegando, frustrándose. Pero tratando de contagiar a su propia gente ese ímpetu. En el caso de Toni Alva, su juventud, que para algunos sigue siendo un riesgo, para otros fue aire fresco en la historia del MEF.
Hay historias en el libro absolutamente sublevantes. Pienso, por ejemplo, que en Arequipa el cuerpo médico se opuso a que se haya levantado al lado del hospital un centro de atención transitoria porque les quitaba su estacionamiento. O que el gobernador de Iquitos se fuera al Festival de Viña en plena pandemia porque quería replicar el modelo en un festival en su tierra. ¿Pero de las positivas, qué historias breves, los han conmovido más?
Rafaella León: Pienso en abril del 2020, cuando el Doctor Cárcamo llega a calcular la cifra de cien mil muertes al final del año y espera muy temprano al ministro Zamora para decírselo. Me quedo también con personajes como el doctor Cordero, el primero que le advirtió al presidente la dimensión de la tragedia.
Luis Jochamowitz: Yo he recordado muchas veces en estos meses a Janet Pinto, una médico empleada en la División de Salud del Gobierno Regional de Iquitos: Hablé con ella por teléfono, dos o tres veces. Ella levantó el primer cadáver que encontraron tirado en Iquitos, y estuvo cuando se detectó el primer caso en la ciudad. Llegó en la noche a la casa de la familia contagiada cuando los choferes de las ambulancias no querían ir. A ella le dio Covid muy fuerte, y se quedó encerrada en su casa cuando ya nadie quería ir a los hospitales. Me contaba que sentía que se iba a morir. Y en su proceso de enfermedad comenzó a llenar con post-its descripciones de sus síntomas. Luego reunió estos papeles para tratar de hacerse una idea de la enfermedad en momentos en que no se sabía nada. De su ejemplo me gustaría rescatar dos cosas: su fuerza para seguir y su curiosidad intelectual. Ese ánimo de comprender algo que te está pasando en tu cuerpo, como sucedió con Daniel Alcides Carrión.
¿Qué tan complejo ha sido trabajar este libro a cuatro manos?
Rafaella León: Cuando ya teníamos una idea de qué capítulos tenían que ir, Lucho repartió la baraja. La interacción vino después, pasándonos la información que ambos teníamos. Y allí empezó la magia. Lucho aporta, mejora, quita, pone, y yo hago lo mismo con sus textos. Hemos hecho como un barrido de las entrevistas para que nada importante dejara de estar. El centro de operaciones fue su casa en Chorrillos, donde pasamos horas viendo página por página. A fines del año pasado entró también Joseph Zárate. Todos hemos ido engranando estilos, de alguna manera.
Luis Jochamowitz: Fue un trabajo muy angustioso, sí. Pero no sabría qué habría hecho si no hubiese escrito este libro. Casi todo el 2020 me dio sentido, me situó en el tiempo. Nunca he llorado tanto como en este año. Al principio me criticaba y después empecé a apreciar mi llanto, porque era como recargarte, como volver a sentir. Trabajar con Rafaella no ha sido fácil (ríe) Pero no se podría haber escrito este libro si no hubiera sido a cuatro manos.
Rafaella León: Yo tampoco podría haberlo hecho sola. Recuerdo el momento en que sentíamos que nos derrumbábamos, que no podíamos más. Todo era devastador. Entonces uno era soporte del otro. Fue recíproco.
Luis Jochamowitz: Es que nos hemos lanzado a la Pandemia. La hemos vivido intensamente, pensando en las historias, los casos, las posibilidades. Durante meses. Y llegó un momento en que resultó asfixiante. Ahora tengo un espíritu post-pandémico muy grande, quiero que todo esto termine. ¡Quiero hacer una fiesta gigante!
¿Por eso es tan difícil para ustedes pensar en una secuela para este libro, sobre las vacunas y el gobierno de Sagasti?
Rafaella León: ¡Después de la fiesta te respondemos! (ríe)
Luis Jochamowitz: Yo paso. Ahora estoy escribiendo ficción, como una especie de regreso a las fuentes, a la tranquilidad, al placer de escribir. Escribir crónica, y sobre todo una como esta, no resulta placentero.
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