Resulta inexplicable la escasa resonancia que ha merecido en el Perú la obra de Teresa Ruiz Rosas (Arequipa, 1956), sin duda nuestra narradora más importante y con mayor prestigio internacional. Desde que en 1994 publicara su primera novela, “El copista”, no ha dejado de acumular reconocimientos y elogios de autores y críticos tan renombrados como Günter Wallraff, Ignacio Echevarría o Enrique Vila-Matas.
Ajena a las efímeras modas literarias y a las veleidosas exigencias editoriales, Ruiz Rosas tiene en su haber una serie de libros de original factura que giran en torno a la circunstancia de vivir en una realidad que agrede, cosifica y destruye a las mujeres. La amistad y el afianzamiento de una identidad son las armas contra los males aparentemente invencibles que las asedian. Es lo que sucede en “La falaz posteridad” (2007), estupenda historia sobre el rescate artístico y la memoria; en “La mujer cambiada” (2008), acuciante fábula acerca de las heridas invisibles que legó el conflicto armado interno de los ochenta en multitud de seres anónimos y desguarnecidos; o en su consagratoria “Nada que declarar” (2013), ambiciosa narración que explora las facetas del comercio sexual que se ejecuta en el mismo centro del primer mundo, donde la dignidad femenina se ha convertido en una mercancía como cualquier otra.
En su más reciente novela, “Estación Delirio”, nos volvemos a encontrar con similares intereses y con el personaje recurrente de sus libros anteriores: la escritora y traductora arequipeña Silvia Olazábal Ligur, difuso alter ego de la autora. Durante su adolescencia en la Ciudad Blanca, Olazábal conoció a la enigmática ciudadana alemana Anne Kahl, quien años después, en su condición de secretaria de la clínica psiquiátrica del excéntrico y brillante doctor Curtius Tauler, se convierte en protagonista de un insólito acto de liberación: es la encargada de embarcar a catorce mujeres, todas pacientes de Tauler, en trenes que las conducirán a distintas ciudades de Alemania, con el objetivo de continuar su tratamiento lejos de una alienante reclusión, siguiendo los preceptos de la antipsiquiatría. Tras la muerte de Anne, Olazábal recibe un extenso testimonio escrito donde se descubren impensables secretos sobre su vida personal y los avatares del trabajo que realizó con Tauler; este material constituirá un sustrato para contar su historia, por medio de la ficción, como una manera de entenderla y reivindicarla.
Queda claro, mientras nos sumergimos en “Estación Delirio”, que estamos frente a esa confesión que Silvia Olazábal ha descifrado y ficcionalizado. El lenguaje con el que ha sido elaborada es la primera evidencia que tenemos al respecto. La rara y abigarrada densidad de la prosa, compuesta por términos cultos que se entremezclan con la jerga arequipeña y referencias literarias y cinematográficas que nunca suenan postizas, sino que colaboran de manera velada pero decisiva en la comprensión de las motivaciones y pensamientos de los personajes, funciona como un puntual artefacto de relojería. Este complejo discurso no significa solo la convincente demostración de un oficio afiatado, sino que es reflejo de la conciencia y de los rasgos idiosincrásicos de Olazábal. Ruiz Rosas redondea de este modo un personaje riquísimo, quien es al mismo tiempo un hacedor que se apropia de aquella frase de Karl Ove Knausgard citada al comienzo del libro: “Escribir es sacar de las sombras lo que sabemos”.
Es imperativo mencionar otra prueba de la maestría de Teresa Ruiz Rosas: la destreza para edificar una estructura compuesta por un puñado de destinos disímiles en cuya firme conjunción hallamos las claves y revelaciones que le otorgan a “Estación Delirio” las credenciales que caracterizan a las novelas maduras y contundentes: aquellas que van más allá de lo que enuncian, que erigen sobre sus cimientos una mirada particular, a la vez generosa e intransferible.
Ya es hora de asumir a Teresa Ruiz Rosas en su verdadera dimensión: tenemos en ella a una escritora excepcional, aunque a veces pareciera que no quisiéramos aceptarlo.
LA FICHA
Autora: Teresa Ruiz Rosas.
Editorial: Literatura Random House.
Año: 2019.
Páginas: 346.
Relación con la autora: ninguna.
Calificación: ★★★★