Como sabemos, el casuario es un ave malencarada, impedida de alzar vuelo y que se cuenta entre las más peligrosas: una patada suya es capaz de matar instantáneamente a un ser humano. ¿Qué ocurriría si un día esa bestia respondiese con tal crudeza a las preguntas formuladas por los hombres? Gabriela Atencio (1994) ha tomado esa voz brutal y al mismo tiempo dolorosa en su libro debut, “Palabra del casuario”, que destaca por la inteligente concepción de sus poemas y las imágenes fabricadas a partir de un incómodo enrarecimiento que se contagia al lector, sin caer nunca en la autocomplacencia del exhibicionismo ni en el exceso para la galería.
Porque si de algo se halla libre “Palabra del casuario” es de toda indulgencia. Lo tenemos claro desde la primera composición, que da título al libro, un largo poema cargado de sentido, hilvanado por medio de una memoria familiar corrosiva, donde el padre es constante símbolo de la infecundidad y el abandono. Es por ello que el hablante le recrimina haber “estrechado tu semilla espuria entre las rocas” y proclama que “el poema es pretexto para retozar en la orfandad”. En distintos textos se reitera la innoble sombra del progenitor baldío, quien es portador de un “esperma de la ira” (“Ángel”) y se insiste en que “la semilla de mi padre blanquecina no volvió a responder” (“Ausentereferente”). Esa débil encarnación del sistema patriarcal, despreciable como simiente anulada por su propia indolencia, es el blanco predilecto de este casuario.
Atencio anuncia estar dispuesta a asumir “el discurso indigesto del mundo”, el que equipara la vida con un “turismo maléfico”, en el que no puede permitirse “que nadie me aplaste triunfante con la mirada”. Ese es otro de los asuntos remarcados en el libro: la batalla por la dignidad (de la mujer, de todos) en una realidad rastrera. Quizá ninguno de los poemas lo refleje con mayor enjundia que “Microeconomías”, coincidente en tono y temas con “Ana C. Buena” de Valeria Román, volumen que recrea la atribulada figura de una joven anónima recluida en una cocina, donde es acosada por los fantasmas de la desigualdad y el hambre. Atencio también enfila sus dardos contra ese orden, solo que presentando la estampa de la madre como quien “aceptó a regañadientes los tácitos acuerdos de la manada”, mientras fustiga esa “libre economía del miedo” en que “la madre hierve a su niño sin saber”.
Pero el mayor logro de “Palabra del casuario” es la versátil noción de animalidad que Atencio ha impreso con solvencia en estos textos: una que por un lado nos muestra a través de esa perspectiva el acontecer de lo humano (aspecto más conseguido del libro cuando se explora la esfera privada que la social o histórica) y por otro aparece como condición que denuncia nuestra falsa humanidad, que señala nuestra barbarie intrínseca; por eso negamos ese rostro, pues “quién querría verse reflejado en la ofrenda” y ser identificado como “el ave que destruirá su hogar”. Aunque algunas de sus piezas pecan de anecdóticas (especialmente en la segunda parte), podemos afirmar que Gabriela Atencio ha escrito un poemario maduro que la sitúa entre los nombres promisorios de una hornada que debe ser la más talentosa en lo que va del siglo.
Editorial: Alastor
Año: 2022
Páginas: 61
Relación con la autora: ninguna
Valoración: 3.5 estrellas de 5 posibles
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