Ya no está con nosotros, pero sus enseñanzas persisten. El martes último falleció a los 96 años el sacerdote y filósofo peruano Gustavo Gutiérrez (Lima, 1928), conocido en todo el mundo por ser el padre de la llamada Teología de la Liberación, corriente de estudios católicos que pone al pobre, al desposeído, en el centro. Según esta corriente no se trata solo de ayudar al que no tiene recursos, sino de entender por qué el sistema en el cual se mueve la humanidad no considera a estas personas.
La muerte del sacerdote fue confirmada por la Provincia Dominicana San Juan Bautista del Perú, congregación a la que pertenecía desde 2001. “Pedimos que nos acompañen con sus oraciones para que nuestro querido hermano goce de la vida eterna”, indicó el comunicado.
En 1971 publicó “Teología de la liberación: perspectivas”, una obra fundamental que planteó una forma de entender la fe cristiana en el contexto de la pobreza y la opresión en América Latina. Él propuso que la teología debía ser una herramienta para la liberación social, enfatizando la “opción preferencial por los pobres”. “La teología de la liberación que busca partir del compromiso por abolir la actual situación de injusticia y por construir una sociedad nueva, debe ser verificada por la práctica de ese compromiso; por la participación activa y eficaz en la lucha que las clases sociales explotadas han emprendido contra sus opresores”, indicó Gutiérrez en su libro, el cual ha motivado múltiples interpretaciones.
“La teología de la liberación es el cumplimiento de la palabra del Señor. Una actitud ante Dios, ante la vida y ante el mundo. Los cristianos debemos tener un compromiso permanente con la liberación contra toda forma de dominación y en el camino erradicar la pobreza de la faz de la tierra, que en el fondo es el destino histórico de la humanidad”, dijo Francisco Miró Quesada Rada, exdirector de El Comercio, sobre el pensamiento del sacerdote.
La palabra de Gutiérrez
A lo largo de su vida Gutiérrez, que ganó el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades del 2003, dio varias entrevistas donde expresó sus perspectivas sobre el rol de la iglesia y la sociedad en la que vivió. A continuación, recopilamos algunas de las frases que ilustran su filosofía.
“¿Cómo decirles [a los pobres] que Dios los ama cuando su realidad cotidiana es una negación al amor? Cuando el pobre experimenta la marginalidad que niega una preocupación por él, cómo decirle que Dios lo ama. Es una pregunta que desafía el quehacer de la Iglesia y naturalmente la reflexión que la acompaña, si bien ésta es la cuestión, yo pienso que en ella influyeron también, los años finales de la década del 60, con la nueva conciencia histórica que iba surgiendo en América Latina sobre la injusticia que padecen tantos pueblos hermanos. En Perú, como casi en todos nuestros países, lo histórico y cotidiano es la opresión y la represión. Esto no es nuevo, Lo nuevo es que la gente no lo acepta más. Se levanta contra la opresión y la represión. Incluso en su toma de conciencia comienza a comprender ciertas explicaciones que no coinciden con la realidad.”
-Entrevista con la revista argentina Crisis, 1986.
“Hay que decirlo claramente: según los especialistas, el continente más desigual del mundo es América Latina, pero la gran mayoría en la población latinoamericana es cristiana, católica y evangélica. El cristiano sabe que tiene que amar al prójimo y preferentemente al más pobre. La realidad no parece responder a eso. Eso no es jugar al fariseo ni tirar la primera piedra, es simplemente constatar un hecho doloroso.”
-Entrevista con la revista Punto Edu (PUCP), 2010.
Hay posiciones encontradas y acentos diversos [en la Iglesia Católica], es verdad. No estamos hablando de cursos de acontecimientos fáciles. Pese a limitaciones y vacilaciones que debilitan el testimonio de la Iglesia, los pobres del país sienten la cercanía de personas de Iglesia en su vida diaria, en sus problemas de salud, de alimento, en sus derechos como seres humanos, en los trabajos de la Mesa de la Lucha contra la Pobreza, en algunos de los grandes problemas del país, en su derecho (también lo es) de orar al Dios de su fe. En esos y otros compromisos se hace presente la opción por el pobre. Pero, otra vez, es más, mucho más lo que queda por hacer.
-Entrevista con revista Ideele, inicios de la década del 2000.
“Es indudable que vivimos en una época fuertemente individualista (e incluso egoísta). Se trata de la deformación -que puede ser muy seria de un valor que no podemos olvidar: las personas deben libremente orientar su vida, ser conscientes de sus derechos y de lo que son capaces de aportar. El momento actual, que algunos llaman postmoderno, ha exacerbado esta tendencia individualista. Si bien la afirmación de la persona es un valor, es decir, si bien el individualismo es un valor, la solidaridad de la que hablábamos lo es también. Sin embargo, el individualismo no respeta los derechos de otras personas y tiene algo de suicida. El asunto surge con toda su gravedad en el campo de lo económico: hoy se está lanzando a una gran parte de la humanidad a lo que se llama la “exclusión”, a la pobreza y al sufrimiento. Se requiere una ética de la solidaridad para hacer frente a esos problemas. Es justamente frente a ese individualismo donde la conciencia solidaria se hace más importante y necesaria”.
“La justicia es algo simultáneamente simple y complejo. Hay muchas divisiones y subdivisiones que desde tiempos aristotélicos se han hecho al interior de la justicia. Tratemos de tener un acercamiento muy simple: la justicia supone el reconocimiento de los derechos de otras personas. Ahora bien, pienso que en el país hay una falta de reconocimiento de los derechos que tienen las personas, cualesquiera que ellas sean, cualquiera sea su raza, su cultura, su lengua, su color de piel o su ubicación social. El primer derecho de toda persona es el derecho a vivir.”
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