El pasado 22 de octubre, falleció el sacerdote y teólogo Gustavo Gutiérrez, uno de nuestros intelectuales más reputados e influyentes, leído y traducido a múltiples idiomas como una de las figuras centrales de la teología de la liberación.
La teología de la liberación, que Gutiérrez ayudó a dar forma como movimiento y como propuesta de reflexión y acción para la Iglesia Católica, quedó esbozada en el libro del mismo nombre publicado en 1972. Este debe entenderse en el contexto de la renovación del catolicismo después del Concilio Vaticano II de inicios de la década de los años 60 (algunos jóvenes no registrarán que hasta ese momento los sacerdotes hacían las misas en latín y de espaldas a los feligreses), y de los cambios políticos y sociales que atravesaban a la sociedad en general y a la Iglesia latinoamericana en particular. En el contexto posterior a la revolución cubana, muchos sacerdotes y laicos, en toda la región, se identificaron con la causa del cambio social, con el socialismo y la opción revolucionaria.
El libro está muy marcado por el entusiasmo de ese momento: en su parte más sociológica, cuestiona el desarrollismo y las opciones reformistas, y emparenta la “liberación” con el socialismo y las alternativas revolucionarias de cambio. En su parte teológica, construye el argumento según el cual el mensaje profundo del Evangelio está en identificar la salvación espiritual con la praxis política, “situarse en la perspectiva del reino es participar de la lucha por la liberación de los hombres [...]. Esto es lo que han comenzado a vivir muchos cristianos al comprometerse con el proceso revolucionario latinoamericano”.
Con el paso de los años, después del fracaso de los intentos revolucionarios, de las políticas desarrollistas, de la experiencia de dictaduras de derecha, de las transiciones a la democracia y, posteriormente, con el desplome del socialismo real, el discurso de Gutiérrez supo adecuarse a los nuevos tiempos. En la introducción a la nueva edición del libro de 1988, veinte años después de la presentación de sus formulaciones iniciales, Gutiérrez enfatiza la centralidad de la problemática de la pobreza y de la “opción preferencial por el pobre” para la Iglesia. Insiste en mirar el mensaje del Evangelio marcado por la solidaridad y por el compromiso con los que más sufren, por los marginados, los excluidos, los más débiles, que apunte a romper con estructuras sociales y políticas que la causan, aunque ya sin tomar partido en términos políticos de manera tan clara. Esta línea de reflexión dio lugar a la publicación de lo que serían algunos de sus libros más notables, como “Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente. Una reflexión sobre el libro de Job” (1986) o “En busca de los pobres de Jesucristo. El pensamiento de Bartolomé de las Casas” (1992).
Pasados los años, y viendo en perspectiva las contribuciones de Gutiérrez, a pesar de que se lo vincula inevitablemente con la teología de la liberación, sus aportes posteriores como intelectual y teólogo acaso resultan más relevantes, y su mensaje de fondo, de reivindicar la dignidad de los oprimidos y excluidos, como parte del mensaje salvador del Dios hecho hombre también en ellos, todo lo que conduce a la necesidad de alguna forma de acción política, lejos de envejecer, tiende a adquirir mayor relevancia con el paso del tiempo.