“Entonces me acordé de nuestros refugiados belgas. ¿Por qué no hacer que mi detective sea belga?, pensé. Había todo tipo de refugiados. ¿Por qué no un oficial de policía refugiado?, me pregunté. Un policía retirado. No demasiado joven”. Así describe en su “Autobiografía” (1977) la escritora inglesa Agatha Christie (1890 – 1976) el nacimiento del detective Hércules Poirot, protagonista de 41 de sus libros, entre ellos “El asesinato de Roger Ackroyd” (1926), que fue elegido en 2013 por la Asociación de Escritores del Crimen como la mejor novela de suspense de todos los tiempos.
Poirot apareció por primera vez en “El misterioso caso de Style”, hace cien años, en octubre de 1920. Su nombre es resultado de la evidente influencia de Sherlock Holmes sobre Christie, quien relata: “Necesitaba un nombre ampuloso, uno de esos nombres que tenían Sherlock Holmes y su familia. ¿Cómo se llamaba el hermano de Sherlock? Mycroft Holmes. ¿Qué tal si llamaba a mi hombrecito Hércules? Sería un hombre pequeño con un gran nombre: Hércules. Su apellido ya resultaba más difícil. No recuerdo cómo escogí el de Poirot, si simplemente se me ocurrió o lo vi en un periódico o escrito en algún sitio; de todas formas, el apellido surgió. Pegaba bien con Hércules. Hércules Poirot. Estupendo”.
La influencia de un hombre pequeño
“Mi nombre es Hércules Poirot y soy, probablemente, el mejor detective del mundo”, asegura el personaje en el libro “El Misterio del Tren Azul” (1928). Nuestro héroe Poirot era un hombrecillo de aspecto fuera de lo corriente. Como se describe en “El misterioso caso Styles”, medía escasamente 1m. 60 de altura, pero su porte resultaba muy digno. Su cabeza tenía la forma exacta de un huevo y acostumbrara a inclinarla ligeramente hacia un lado. Su bigote era tieso y de aspecto militar. La pulcritud de su atuendo era increíble y cojeaba ligeramente.
Poirot es el único personaje de ficción al que The New York Times dedicó un obituario el día que murió en “Telón” (1975). El detective belga —que murió un año antes que su creadora— envió, en 1936, una carta a los editores estadounidenses de Agatha Christie presentándose, y aclarando que su experiencia en el campo de la investigación nació en 1904, cuando empezó a trabajar en el servicio de detectives de su Bélgica natal. Las aventuras de Poirot fueron más que exitosas: han sido traducidas a más de 100 lenguas, su creadora está en el libro de los Récord Guinness como la autora con más libros vendidos en la historia, solo detrás de Shakespeare y de la Biblia; y han sido llevadas a la pantalla grande y chica en más de una oportunidad.
Hércules Poirot llegó al cine en 1931 en la piel del actor irlandés Austin Trevor en la película “Coartada”, basada en la historia del libro “El asesinato de Roger Ackroyd”. La próxima aparición cinematográfica del detective belga ha sido detenida por la pandemia, pues debió llegar a las salas de cine este año, y se trata de la adaptación de “Muerte en el Nilo” (1936), protagonizada y dirigida por el irlandés Kenneth Branagh, quien ya encarnó al mismo personaje el año 2017 en la adaptación de “Asesinato en el Expreso de Oriente”, cuyas críticas fueron bastante negativas. ¿Podrá resarcirse Branagh en “Muerte en el Nilo”? ¿Superará la actuación del inglés Peter Ustinov, quien encarnó a Poirot en la primera adaptación de dicha obra, en 1978, con gran aplauso de la crítica?
Sin embargo, la figura más clásica de Poirot es la que encarna el actor británico David Suchet, quien protagonizó la serie “Agatha Christie: Poirot”, desde 1989 y durante 13 temporadas.
Una pista inesperada
No sabíamos del detective mucho más de lo que mostraban los libros de su creadora, hasta que en 2014 Michael Clapp, un comandante belga retirado, hizo público el resultado de una curiosa investigación: le había seguido la pista a la persona que, probablemente, inspiró a Christie a crear a Hércules Poirot.
Clapp le detalló vía e-mail al periódico ABC de España el origen de sus pesquisas: en 2008 recibió dos viejas maletas de cuero con las pertenencias de su abuelo. Entre ellas, estaba un pequeño libro de cubierta negra que con los nombres, edades, ocupaciones y direcciones de más de quinientos refugiados belgas que huyeron de la ocupación alemana en 1914. Y a un lado las personas de contacto o la ciudad a la que fueron enviados. El libro era de Alice Graham, la abuela de Clapp, que ayudaba a los refugiados en Inglaterra.
Dice la nota del ABC: "Entre esos nombres se encontraba el gendarme retirado Jacques Hornais, que fue alojado (según la anotación hecha por la abuela de Clapp en la página 41 del libro) por la señora Potts-Chatto en Torquay, una casa llamada The Daisons, donde creció Agatha Christie. Durante su investigación, Clapp visitó el museo local de Torquay para ver si averiguaba algo sobre la familia. Un documentalista encontró un viejo periódico en el que se mencionaba que la señora Potts-Chatto celebró una recepción el 6 de enero de 1915 para recaudar ropa y dinero para los refugiados y que, en aquel evento, una tal Agatha Miller, de 24 años, tocaba el piano. Agatha Miller pasó a llamarse Agatha Christie al contraer matrimonio. Aunque es poco probable que Hornais asistiera a la recepción, es muy posible que Agatha, cuya familia conocía a los Potts-Chatto, llegara a conocer a Hornais y se inspirara en él”.
Y termina la nota: “La escritora siempre dijo que se inspiró en un refugiado belga para crear a Poirot, y, al parecer, Hornais fue el único detective belga enviado allí. No es una prueba, pero sí una gran coincidencia”.
Los cuatro grandes de la novela negra
El escritor Miguel Ángel Vallejo Sameshima ubica a cuatro personajes literarios como los detectives más grandes de la ficción: Chevalier Auguste Dupin, creado por Edgard Allan Poe; Sherlock Holmes, creado por Arthur Conan Doyle; Hércules Poirot, de Agatha Christie; y Philip Marlowe, creación de Raymond Chandler. El quinto, dice, podría ser Doctor House.
Tiene sentido esta afirmación, en la medida que cada uno se sucedió al otro y representan, de alguna manera, la evolución del personaje detectivesco. Así se desprende del artículo “La evolución del detective en el género policíaco”, escrito por el investigador de la Universidad Autónoma de Madrid, Iván Martínez Cerezo, donde se establece —basado en el trabajo previo del autor Juan del Rosal—la evolución de la novela policial en cuatro etapas. Cada una representada por los personajes nombrados por Vallejo.
La primera fase es la racional: se procede por medio de la lógica para enlazar las piezas del rompecabezas y el detective llegará a la solución sabiendo unos pocos datos. El representante de esta fase es, por supuesto, Dupin. Sherlock Holmes se ubica en la segunda fase, la experimental: Holmes une a sus conocimientos su gran capacidad de observación y dice en un momento que es un grave error formular una conclusión antes de haber reunido todos los datos necesarios. La tercera fase, encarnada por Poirot, es la psicológica, pues el detective belga utiliza su experiencia de la propia vida para resolver los casos. Finalmente, la cuarta fase, según este autor, es la dinámica, y en ella Marlowe destaca entre sus contemporáneos. Esta fase se caracteriza porque el detective ya no recurre a procesos intelectuales para resolver el caso que se le presenta, y no tendrá ningún inconveniente en utilizar cualquier método para recopilar información, incluso, si es necesario, recurrirá a la violencia.
Al respecto, el escritor Leonardo Caparrós dice: “Entre Holmes y Poirot hay probablemente más semejanzas que diferencias, no por nada la propia Christie aceptó que Doyle la inspiró de alguna forma, así como Doyle reconocía la influencia del Dupin de Poe. Son juntos la primera gran generación de detectives: inteligentes, agudos, maniacos y detallistas. Muy diferentes a los rudos e instintivos Marlowe de Chandler o Carvalho de Vásquez Montalván. Quizás donde se desmarcaban uno de otro, era en el arte de la investigación. Donde Holmes nos asombra a con sus milimétricas deducciones, Poirot termina siendo un experto de la condición humana, un explorador de la psiquis de sus investigados”. No por nada el detective belga decía que en las pequeñas células grises del cerebro se halla la solución a todo misterio.