En 1994, Teresa Ruiz Rosas (Arequipa, 1956), por entonces una poco conocida escritora, llamó la atención de la prensa española cuando su primer libro, “El copista”, se posicionó entre los finalistas del premio Herralde. La novela cosechó buenas críticas de importantes medios peninsulares y hubo consenso en que su autora se hallaba entre los narradores peruanos de mayor proyección de la década de los noventa. Aquí en su patria la respuesta fue menos entusiasta, a pesar del logro artístico que Ruiz Rosas había alcanzado. Recuerdo haberla leído cuando llegaron a Lima algunos ejemplares de la edición de Anagrama y haberme sorprendido por la madurez de la prosa, la profundidad psicológica y el turbador erotismo de la historia. Casi un cuarto de siglo después el sello Surnumérica ha vuelto a publicar “El copista” en una bonita edición. Las preguntas eran inevitables: ¿había conseguido sobrevivir a la severa prueba del paso del tiempo? ¿Sus atributos se mantenían incólumes? ¿O, como ha sucedido en otros casos, su fulgor se convirtió en opaca pedrería?
“El copista” ha resistido bien dicha prueba. Su capacidad persuasiva y su arsenal imaginativo funcionan con la misma eficacia que exhibieron en mi primera lejana lectura y es posible incluso encontrar en sus páginas más planos y posibilidades de interpretación que en aquella oportunidad. Eso se debe a la profusa complejidad de ese juego de espejos del que Ruiz Rosas se ha valido para contar los avatares del conflictivo trío carnal y sentimental que sostiene su novela, repleta de ambigüedades, matices y laberintos emocionales. Su protagonista es Amancio Castro, el prolijo copista del título, un mestizo de existencia marginal y sin suerte con las mujeres que reproduce las sinfonías y preludios de Lope Burano, prestigioso compositor celebrado por la crítica y la sociedad limeña, quien vive una relación con la coqueta Marisa Mantilla, una actriz de segundo orden, pero de llamativa hermosura. El juego voyerista y carnal en el que Amancio y Marisa se empantanan y del que no podrán salir ilesos impulsa las disímiles y, a la vez, complementarias versiones que ellos ofrecen de su destino común.
“El copista” está conformada por dos largas cartas que ofrecen los testimonios de parte sobre este hecho nunca bien dilucidado. La primera es la de Amancio al maestro Burano y es claramente la más convincente. Ruiz Rosas construye mediante esta dilatada confesión a un personaje cuyas aspiraciones frustradas, su deseo nunca saciado y la conciencia de su propia mediocridad le otorgan una dimensión consistente. Pero también hay otros recursos que fortalecen la bien trabajada personalidad de Amancio, como las constantes y bien dosificadas referencias musicales. Su monólogo se tiñe de menciones a grandes compositores, la pasión que siente por Marisa es metaforizada por movimientos y formas propias de las partituras, entre otros apuntes. También es encomiable el uso de pequeñas anécdotas o descripciones que nunca son gratuitas, sino engranajes que hacen funcionar el preciso mecanismo que contribuye a la solidez de esta sección del libro.
La segunda misiva, enviada por Marisa a su amiga Claudia, sin ser fallida, es menos interesante y consolidada que la de Amancio. Se siente demasiado su naturaleza complementaria a la versión de este; por tramos cae en simplificaciones y lugares comunes que adelgazan la figura del yo narrativo. Pero en los párrafos finales el texto gana al narrar la degradación física de la ex amante de Burano, símbolo de la destrucción de la belleza como penalidad por la transgresión de lo socialmente establecido. “El copista” es una muy buena novela y la carta de presentación ideal para una narradora interesante como es Teresa Ruiz Rosas.
AL DETALLEPuntuación: 4/5 estrellas.Título: “El copista”.Autora: Teresa Ruiz Rosas. Editorial: Surnumérica. Año: 2018. Páginas: 114. Relación con la autora: ninguna.