Los hombres, cuando quieren matarse, suelen conseguirlo al primer intento. Las mujeres, mientras tanto, registran la cuarta parte de suicidios en la estadística: muchas sobreviven. En la clínica psiquiátrica donde trabaja Anne Kahl, protagonista de la novela, están orgullosos de no haber perdido a ningún paciente últimamente. Para evitarlo, son detallistas: ninguna ventana puede abrirse más de cinco centímetros para evitar que alguna paciente salte desde ellas.
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La escritora arequipeña Silvia Olazábal, álter ego de la autora Teresa Ruiz Rosas, es la encargada de contar la aventura de Anne y la de 14 mujeres a su cargo, abandonadas por su psiquiatra. El médico ha decidido cerrar su clínica especializada en terapia electroconvulsiva para evitar que caiga en malas manos. Deslizando al inicio de “Estación Delirio” la frase “Todo parecido con la realidad es una coincidencia”, Ruiz Rosas entrega mucha vida, experiencia y lugares vinculados con su biografía en su más reciente novela.
¿Cómo ha cambiado para ti la idea de la locura después de escribir tu más reciente novela?
Es un tema muy estigmatizado. La tendencia actual, bastante extendida, es tratar las enfermedades mentales con química. Un cerebro que se arregla con pastillas, sin ver el problema de fondo. Pero el cerebro no se arregla solo con química. Una pastilla es una especie de tapón para poder seguir actuando, pero el daño sigue, como una bomba de tiempo. Conozco personas que hace 15 años toman antidepresivos. ¡Eso no puede ser un método válido!
El escenario de tu novela, una clínica psiquiátrica, es un tópico de la literatura de terror...
Allí tienes la lobotomía, que era un verdadero crimen, aunque algo parecido se hace ahora con las pastillas.
¿Y cuál crees que es el trauma que define ahora la realidad europea? ¿La memoria histórica? ¿Las heridas aún abiertas del horror nazi? ¿La soledad?
Pienso que la vida virtual es un arma de doble filo. Nunca hubo tanta soledad como ahora, en que la gente está tan colgada de las redes sociales. Ellas te van amputando tu capacidad de socializar en la vida real. Algo aterrador entre la gente más joven, que no llega a tener una experiencia sana de socialización. Se comunican desde el anonimato, sin saber dar la cara, aunque, curiosamente, están usando Facebook.
Es curioso que hables de Facebook, porque tu novela, entre muchas cosas, trata sobre la amistad real...
Hay una parte de la novela en que aparece Facebook. Es una herramienta útil, pero la gente exagera... Al escribir esta novela, me daba cuenta de la importancia que había tenido para mí una vieja amiga, fallecida ya hace mucho tiempo. Nunca me había puesto a pensar cómo ella había influido en mi forma de ser, en muchas cosas de mi vida. Somos producto de todo el tiempo que hemos visto pasar. Para bien o para mal. Nuestra cabeza está siempre haciendo asociaciones, especialmente cuando viajamos. Esas referencias siempre están vivas. Aunque las hayas olvidado, te las recuerdan otros, las personas que has querido. En el fondo, son parte de tu equipaje.
¿Qué caracteriza la amistad entre mujeres?
Tengo grandes amigos hombres de diferentes generaciones, nunca he sentido la tendencia de juntarme solo con mis iguales. Es más, muchas veces me aburren las reuniones solo de mujeres. Pero, por supuesto, hay una complicidad, sobre todo cuando se empieza a hablar de hombres. Es un tipo de conversación necesariamente diferente.
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En la novela, la narradora está muy pendiente de los diferentes apellidos que llevó Anne, tu protagonista. ¿Estos cambios de apellidos conllevan también cambios también en su identidad...
Sí. Fue algo que trabajé en otra novela, “La mujer cambiada”. Por eso yo nunca me he cambiado el apellido. Me casé con Andrés Chirinos, cuya obra respeto muchísimo, pero nunca llevé su apellido. Nunca he querido ser de nadie, no quiero estar nominalmente sometida. Toda la vida he sido feminista, siempre he tenido claro cuáles son mis derechos, y parte de eso es no aceptar un apellido impuesto. En el caso de la historia de Anne, la función de recuperar el apellido tiene que ver con recuperar su origen judío. Su padre fue una víctima de los campos de concentración.
Radicas desde hace mucho en Alemania, y eso te da una visión cercana del preocupante rebrote neonazi. ¿Cuál es su origen?
Tiene mucho que ver la fuerte migración proveniente del África y Oriente. Es el clásico miedo al otro: a quedarse sin trabajo, a la delincuencia. En Europa, la migración se acepta, lo que no aceptan es la pobreza. Rechazan al pobre porque temen que pueda quitarte algo. Es lo que tienen en la cabeza. En el caso de España es tremendo, ver el ascenso de un partido como Vox es algo que no puede ser.
Título: “Estación Delirio”
Autor: Teresa Ruiz Rosas
Editorial: Penguin Random House
Páginas: 348
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