Hace tres noches, Mario Vargas Llosa se vio en una fotografía de adolescencia y se emocionó. Pero a la vez parecía no reconocerse. Ocurrió casi apenas el Nobel bajaba del avión para reencontrarse con su Arequipa natal. Alguien le alcanzó la imagen histórica, aparecida en una edición reciente del libro “El cadete Vargas Llosa”, de Sergio Vilela. Y, claro, el autor de “Conversación en La Catedral” ya no es el que era antes; pero esta Arequipa, fatigada por el tráfico y el estallido inmobiliario, tampoco es la que era antes. En buena parte, el regreso de Vargas Llosa a su terruño ha revelado una tiranía de las transformaciones.
El marco, sin embargo, ha sido más que idóneo. El Hay Festival Arequipa 2018 ha recibido al escribidor con todos los matices que una figura de su talla supone. Porque así como no faltaron las charlas magistrales, también hubo correrías en una ciudad que a ratos se paraliza por la visita de su hijo más ilustre. Se entiende también que el resguardo alrededor de Vargas Llosa responde a la presencia de su pareja, una Isabel Preysler que acostumbrada a los flashes definitivamente está. Digamos que el furor en torno al Nobel tiene un 50/50 de motivaciones: la atención a su grandeza literaria y la tensión morbosa que despierta su presente amoroso.
LA LITERATURA Y LA VIDAUn coctel en la noche del jueves y el desayuno tempranero al día siguiente marcaron el inicio de la agenda pública de don Mario. Luego enrumbó al Teatro Municipal, primero como simple espectador para una mesa sobre corrupción que tuvo al periodista Gustavo Gorriti –otro ‘rockstar’ del pensamiento– como principal atractivo, y luego encabezando una conversación con cinco escritores nacionales contemporáneos: Katya Adaui, Jeremías Gamboa, Mariana de Althaus, Santiago Roncagliolo y Renato Cisneros. Una charla que sirvió como entrañable anecdotario sobre cómo la figura de Vargas Llosa levitó y definió las trayectorias literarias de los mencionados, pero que también se cargó de nostalgia. Vargas Llosa recordando a amigos fallecidos recientemente, como Luis Loayza y Abelardo Oquendo, y sintiéndose como el sobreviviente de una generación que se desvanece. Al término de la charla, la foto de Daniel Mordzinski que inmortalizó al grupo se viralizó en redes sociales, o al menos en los círculos más limitados de las letras. Opiniones a favor y en contra, elogios y recelos, y toda la cadena natural de reacciones que Vargas Llosa suele provocar. Reconfirmación de que nunca deja indiferente a nadie.
La pausa de la tarde tuvo lugar en la conocida picantería La Nueva Palomino, en el barrio de Yanahuara. Allí se agolparon varios de los protagonistas –más los respectivos figurantes– del festival, mientras corrían el chupe de camarones, los rocotos y la chicha de guiñapo. Con el delantal puesto, como hambriento comensal, Vargas Llosa tuvo un feliz reencuentro con la exuberante gastronomía arequipeña. Preámbulo necesario para su presentación de la tarde, también en el Teatro Municipal, junto a la periodista cubana Yoani Sánchez y su colega local Rosa María Palacios. Un intercambio que giró en torno al más reciente libro de ensayos del escritor, “La llamada de la tribu”, y que ahondó en su devenir como pensador liberal. Allí es que Vargas Llosa se animó a soltar algunos comentarios coyunturales sobre la situación política peruana actual. “El gran problema del Perú es que la democracia es tremendamente corrupta”, enfatizó tajante el Nobel. “Pero pese a todo, los peruanos no tenemos derecho a ser pesimistas. Están ocurriendo cosas muy buenas. Tenemos fiscales y jueces que de pronto están mostrando una gran independencia y un gran coraje”, agregó.
FIN DE FIESTAPor la noche, en la bella casona Tristán del Pozo, sede de la Fundación BBVA Continental, Morgana Vargas Llosa inauguró su muestra fotográfica “Indomable”, una travesía por distintos paisajes y personajes del Perú. La ocasión permitió reunir, luego de bastante tiempo, a Mario y a Patricia Llosa, padres de la artista, ante la más que obvia expectativa de los concurrentes.
La apretada agenda de Vargas Llosa en el Hay Festival concluyó en la tarde de ayer con el imperdible encuentro con el autor indio-británico Salman Rushdie, moderado por la argentina Leila Guerriero. Historia de una vieja amistad de la que el propio Rushdie adelantó algunas anécdotas para El Comercio. Como aquella en la que se reunieron en la casa de Vargas Llosa en Londres para una cena en honor al escritor cubano Guillermo Cabrera Infante. “Lo único que me advirtió Mario es que no mencionara en ningún momento el nombre de Fidel Castro –relata Rushdie–. Cosa que cumplí, hasta que alguien más en la reunión lo mencionó y provocó que Cabrera estallara y se pusiera a despotricar más de una hora contra Fidel”.
Al cierre de esta edición, le restaban a Vargas Llosa algunas otras actividades que prometía cumplir con sorprendente lucidez y entereza, tratándose de un hombre de 82 años. Difícil pensar en un escritor peruano actual que pueda movilizar tanta atención –así esta provenga de sus críticos, que le abundan también–. Quién sabe cuándo Arequipa lo tenga de vuelta.