A principios de los noventa, Augusto Higa Oshiro (Lima, 1946), uno de los más imaginativos y talentosos narradores de su generación –ya por entonces había publicado dos notables libros de cuentos: “Que te coma el tigre” (1978) y “La casa de Albaceleste” (1987)– se vio obligado, por la desalentadora situación económica que atravesaba el país, a emigrar a Japón, la nación de sus antepasados, para trabajar de obrero y así ganar un sueldo más digno que el que cobraba como profesor en una universidad nacional. De este modo formó parte del fenómeno de los llamados 'dekasegi', oficializado por la legislación nipona en 1990, que consentía el permiso para que los descendientes de japoneses pudieran obtener casi sin restricciones el visado laboral. De esa manera, decenas de miles de nikkeis brasileños, argentinos y peruanos ingresaron a la tierra prometida de sus ancestros, sin sospechar la explotación, la soledad y la incomprensión que padecerían en aquel lugar donde, a pesar de los vínculos de sangre, eran tratados como sospechosos y extraños.
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Después de aquella dura e inédita experiencia, Higa escribió un testimonio personal, “Japón no da dos oportunidades” que apareció en 1994 y obtuvo una escasa repercusión incluso para un autor de perfil bajo como él. Esto puede quizá explicarse porque eran tiempos en los que la evocación de las penurias de los peruanos en el extranjero, cuando reinaba el optimista discurso económico del fujimorato, no conseguía demasiados oyentes. Un cuarto de siglo después, leído con una perspectiva más adecuada, “Japón no da dos oportunidades” refuerza sus innegables virtudes: es una crónica precisa y descarnada en el recuento de los desesperanzadores hechos que la conforman y a la vez un agudo ensayo acerca del dislocamiento de una identidad que se creía asentada y asumida.
Higa no se ahorra el menor detalle de sus tribulaciones. Narra con detenimiento sus jornadas extenuantes en empresas donde lo tratan como una maquinaria más, la velada xenofobia de sus vecinos –y la menos sutil criminalización del migrante por su sola condición–, la infranqueable barrera de un idioma que parece haber sido creado para aislarse de los forasteros, y los abusos y robos descarados de las agencias que enganchaban a los trabajadores extranjeros para esquilmarlos. Pero sobre todo prevalece el acuciante tema del dinero. El libro está repleto de transcripciones de boletas de pago y de cuentas de gastos en los que se detallan los recortes arbitrarios y los conceptos absurdos que reducen severamente sus ganancias; esto obsesiona a Higa, que enumera esas tropelías con amarga resignación.
Este relato minucioso –hasta llegar a lo más íntimo y escatológico– de esas vicisitudes rutinarias y deshumanizadoras hubiera resultado tedioso y monótono en manos de un narrador sin la maestría de Augusto Higa. En su prosa sobria y cadenciosa deposita una contenida emoción, un dolor sin aspavientos que adquieren tensión y hondura incluso en los sucesos más ordinarios del día a día. El escritor describe la cadena que lo ató a esa vida rigurosa y desoladora, pero sus eslabones, indiferenciables a primera vista, están labrados cada uno con un signo singular que le otorga una visión distinta de la condición humana sometida a límites que ponen en entredicho sus mismas raíces y lo que el espejo le devuelve. Higa triunfa en su cometido de extrapolarnos las estrecheces, el infierno de la incomunicación y la ubicua fatiga física que caracterizaron sus años de exilio.
“Japón no da dos oportunidades” recuerda a otro excelente libro de no ficción, “Cabeza de turco”, de Günter Wallraff. Si bien las circunstancias de los protagonistas son distintas, la idea central de ambos es semejante: un hombre que de un día a otro pierde su propio yo y se somete voluntariamente a una realidad que lo convierte en un paria ante sus semejantes, con el objetivo de llevar a cabo una meta irrenunciable. Al igual que Wallraff, Augusto Higa ha coronado su sacrificio transformándolo en literatura de primer orden.
DATO4/5Autor: Augusto Higa. Editorial: Animal de invierno. Año: 2019. Páginas: 270. Relación con el autor: ninguna.