La literatura peruana última parece tenerle alergia a la ternura: este sentimiento, abordado con maestría por autores como Alfredo Bryce y Laura Riesco, genera sospechas en la mayoría de escritores actuales, quienes aparentemente lo asocian con el edulcoramiento, la debilidad o la mera cursilería. Nada más falso, desde luego: concretar en palabras esa emoción demanda un delicado equilibrio que no se consigue solo con oficio, sino a través de un cimentado conocimiento de la experiencia humana, unido a una habilidad para presentarlo como un matiz posible dentro de la crudeza con la que lidiamos cada día. Mario Ghibellini (Lima, 1960), conocido analista político que publicó algunos cuentos de interés en los ochenta, no ha temido encarar el reto de construir una novela enfocada en la ingenuidad y la dulzura del mundo infantil, sin que eso aminore la carga trágica de las adversas situaciones que sus pequeñas criaturas deben soportar en desigual lid.
Es así como nos entrega su primer libro, “La canción del Capitán Garfio”, donde cuenta la historia de Ignacio, un niño limeño de clase media acomodada que es aquejado por una grave enfermedad; ello produce que los adultos lo sobreprotejan a tal punto de hacerlo vivir entre la frustración y el aburrimiento. Un día su madre dispone que pase una temporada con sus tíos y sus primos, Rafo y Sabine, con quienes ha adquirido un compromiso: adentrarse en una extraña extensión abandonada para recrear la historia de Peter Pan, que tiene fascinados a los tres. Este argumento, en un inicio rutinario, adquiere pronto un relente dramático, pues Ignacio, aprovechando las circunstancias, decide dejar de tomar la medicación que mantiene su salud estable. ¿Por qué lo hace? Ghibellini no nos lo aclara, pero lo intuimos: al igual que el célebre personaje de J.M. Barry, Ignacio está cansado del restrictivo mundo de los mayores y, a su manera, opta por viajar a un extraterrenal País del Nunca Jamás en el que hallar la felicidad ausente.
Estoy dispuesto a creer que, así como Ignacio busca una arcadia, Ghibellini desea reflotar la suya: su relato, situado a principios de los ochenta, captura estancias, paisajes, olores, objetos y costumbres con amor por los detalles y una refrenada nostalgia que le permite perfilar personajes creíbles y lejanos de la caricatura: la memorable tía Gisela, la adorable Sabine, el abusivo Chuncho Kessler. Una arcadia es un lugar en que el miedo y el dolor supuestamente han sido suprimidos; Ghibellini metaforiza ello con inteligencia cuando monta en medio de la trama una ferial casa de los horrores donde Ignacio y su familia ingresan para experimentar un pánico artificial, paródico, que se desarrolla mientras el protagonista sufre un calvario privado, secreto y que no puede sino reservar un final terrible que el lector espera con anticipada desolación, muchas veces conteniendo el aliento.
“La canción del Capitán Garfio” es una novela escrita con esmero y belleza, diestramente estructurada, fresca y sencilla como un sueño retenido luego de traspasar la aduana del alba. Mi único reproche es el final abierto, quizá algo abrupto, que pretende ser epifánico y termina siendo excesivamente anticlimático, sobre todo tras la expectativa que Ghibellini ha conseguido infundir en sus receptores. Admito que esta podría ser la muy subjetiva opinión de un lector atrapado y luego soltado a su suerte, pero ya el hecho de formularla dice bastante del hechizo que este cálido libro puede producir en sus consumidores.
Mario Ghibellini. La canción del Capitán Garfio.
Alfaguara, 2023. 147 pp.
Relación con el autor: ninguna.
Valoración: 4 estrellas de 5 posibles.
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