La poesía de Carlos López Degregori (Lima, 1952) está compuesta por un universo de pequeñas historias macabras. Mediante ese material ha construido una serie de libros que refulgen con el brillo de lo extraño y lo ominoso; ahí hallamos composiciones signadas por una exploración existencial y metafísica que condena al hablante poético a un destierro lejano de toda zona de confort. Títulos como “Cielo forzado” (1988), “Aquí descansa nadie” (1998) o “Una mesa en la espesura del bosque” (2010) dan fe de esa voluntad peculiar que ha generado un territorio autónomo habitado por seres que renuncian a cualquier identificación consistente o pertenencia delimitada para perderse en un incitante caos donde la intensidad de la vida y las trampas de la literatura se amalgaman hasta extremos insospechados.
Su último poemario, “Variaciones Victoria”, no hace sino profundizar esa aventura personal. Constituido por treinta y dos textos en prosa –y una coda–, el libro toma como punto de partida una de esas mínimas anécdotas fúnebres que, gracias a la destreza de López Degregori, se transforman en la puerta de un universo regido por siniestros arcanos. El primer poema nos narra la tarde en que el autor recibe de regalo una calavera; aunque desconoce el sexo de a quien corresponde, decide llamarla Victoria. Su presencia lo anima a trabajar una secuencia de variantes a propósito de las resonancias que aquel cráneo le sugiere: el tiempo que deforma la memoria, la leyenda cruel, el diálogo con referentes artísticos proclives al misticismo y el horror.
López revisita así temas predilectos, enfrentándolos desde perspectivas inéditas y que casi siempre consiguen refrescar su trajinado imaginario. Un ingrediente que contribuye decisivamente a esa mirada novedosa es la inclusión de un factor que antes se vislumbraba, tenue, en su poética y que en este volumen resulta central: la veta autobiográfica. El asunto de la identidad es una constante en esta obra –el juego de iniciales, el enigma de los nombres dislocados–, pero la experiencia vital propiamente dicha recién aflora distinguible en “A mano umbría” (2019), miscelánea donde los recuerdos de infancia y adolescencia se desenvuelven en medio de situaciones excepcionales que, como su autor apunta, “siempre han sido un imán para mí”. La misma tónica sobrevuela estos textos de raigambre confesional, meditativa, gótica (en cuanto a la estética mórbida y la visión asombrada). De este modo el poeta rechaza el embelesamiento de lo mortuorio para someterse al instinto predador de Victoria, que “roe sin dientes, desgasta el aire con los treinta y dos alveolos vacíos de su mandíbula”.
No hay, pues, perspectiva romántica en estos poemas; ella es sustituida por un discurso despojado de abalorios, directo y centrado en el deterioro y el envejecimiento, en el discurrir de la implacable biología sobre la piel, los huesos y la remembranza de lo vivido y lo leído, ajustada a este orden como una víscera más que el tiempo se encargará de desintegrar y transfigurar en olvido. Sin embargo, López se resiste a encasillar el envejecimiento en sinónimo de ruina o derrota: es también celebración liberatoria, jubilar, de “quietud, espera, inminencia”. Esa fiesta de la paciencia se presenta repleta de conocimiento: filosofía, astronomía, anatomía y otras ciencias se enlazan a este canto que aspira a entonarse desde el reverso de la muerte, desde ese “hermetismo no elegido” y a la vez tan elocuente, como este noble libro atestigua.
Autor: Carlos López Degregori.
Editorial: Máquina Purísima.
Año: 2022.
Páginas:77.
Relación con el autor: cordial.
VALORACIÓN: 3.5 ESTRELLAS DE 5
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