Esa tarde había ido a visitar al hospital a un primo que había sido recientemente operado. Y en las conversaciones al lado de la cama, su tío Hugo, padre del paciente, le contó una historia que para la escritora cusqueña resultó fascinante. Haciendo uso de su prodigiosa memoria, compartió con ella un recuerdo terrible de su niñez, un crimen que había conmovido a toda la ciudad imperial en 1945, cuando él era un niño: Cuatro muchachos habían aparecido muertos en las murallas de Sacsayhuaman. Su sangre tenía la nieve, según recordaba el pastor que los encontró. Las heridas en sus cráneos las había producido el mismo revolver. Allí, Karina Pacheco tuvo claro que había una novela.
La escritora cusqueña y antropóloga por la Complutense de Madrid investigó en las diferentes hipótesis que arrojó el caso: suicidio, asesinato pasional, razones políticas. En su momento corrieron muchos rumores pero nadie tenía una explicación coherente. Y cuando una escritora no encuentra en la realidad la solución, pues la encuentra en la ficción.
Así nació el proyecto de “La sangre, el polvo, la nieve”. Una novela nacida a partir de este caso policial, pero cuyo plan resultó mucho más ambicioso que contar la historia de un crimen. En efecto, publicada originalmente en 2010, su ficción (narrada desde la voz de su tío Hugo a manera de homenaje), es un gran retrato de la sociedad cusqueña desde los años 20 hasta la mitad del siglo XX. Está dedicada a Rafael Tupayachi Ferro, y gran parte de su historia se inspira en este personaje real, director de un colegio de primaria y activista por los derechos de los indígenas, respetado por muchos en la ciudad pero también perseguido por sus ideas políticas. Pasó muchas veces por la cárcel, siendo la última, en los años 30 durante el gobierno de Sanchez Cerro, la que acabó con él a causa de la tuberculosis. Tupayachi fue el primer esposo de una tía abuela de la escritora. La escritora recuerda haber visitado varias veces su tumba acompañando a su padre, que compartió con ella muchísimas historias de este luchador social.
Pero la novela cuenta también la historia de Giralda, la esposa de Rafael, arquetipo de la mujer moderna y emancipada que apareció en estos tiempos de vanguardia cultural. A partir de su retrato familiar, Pacheco va trazando el paisaje de todo un país, su turbulencia política, violencia institucionalizada y secretos ominosos. Así como de una ciudad como el Cusco, en medio de un florecimiento como parte de su intercambio con Buenos Aires, ciudad más cercana que Lima en términos de intercambio cultural e informativo. Tiempos en que visitaban la capital incaica intelectuales, pintores, escultores, periodistas, y en la que brillaba una generación de científicos y pensadores como Uriel García o Luis Valcárcel, y en el que empezaba a surgir del indigenismo para plantear nuevas preguntas sobre la construcción de la identidad peruana.
Por cierto, luego que Pacheco publicara su novela en 2010, por fin dio con la historia de los asesinatos y la resolución del caso por la policía. Estos cuatro jóvenes, estudiantes de literatura y filosofía, eran devotos seguidores de un escritor y periodista colombiano José María Vargas Vila (Bogotá, 1860 - Barcelona, 1933), quien preconizaba en una de sus obras el suicidio como una forma de virtud de resistencia moral. Dice uno de sus poemas:
Cuando la vida es un dolor, el suicidio es un derecho.
Cuando la vida es una infamia, el suicidio es un deber.
El suicidio es siempre una virtud.
¡ Cobardía ! Así lo llaman los cobardes, que buscan una disculpa a su infamia de vivir, y apellidan valor la vergüenza
de su vida.
La escritora descubrió que aquellos cuatro jóvenes seguidores del autor colombiano decidieron dejar atrás las lecturas y pasar a la acción. Y si bien este suicidio múltiple da para otra novela, Karina Pacheco quedó muy satisfecha con la suya.
La modernidad cusqueña
Una novela como “La sangre, el polvo, la nieve” nos permite meternos en una fotografía de Martín Chambi, en sus grandes retratos de terratenientes y sus familias, en cuyos márgenes aparecía la servidumbre. Imágenes que forman parte de la modernidad cusqueña...
La modernidad intelectual y cultural, la revolución de la propia sociedad cusqueña, se dio en las primeras décadas del siglo pasado. Un factor fundamental fue la huelga universitaria de estudiantes del año 1909, hartos del nepotismo y la corrupción de sus autoridades. La huelga fue tan fuerte que el gobierno clausuró la universidad San Antonio de Abad y decidió hacer una reforma. Para 1910, se convocó como decano a un profesor jovencísimo de la Universidad de Yale, Alberto Giesecke, quien se enraizó con el Cusco. Se casa con una mujer cusqueña y se quedó a vivir aquí hasta el final de sus días. Llegó muy joven, con muchas ganas de hacer cosas, acompañado por una generación de estudiantes muy brillantes que luego destacaría en diversos ámbitos. Cuando Chambi se instaló en el Cusco, encajó muy bien con todo ese grupo.
Tu libro es también un catálogo de las violencias, desde la política hasta la sexual.
El tema de la violencia sexual contra las mujeres es algo que no terminamos de resolver. Se ejerce de múltiples maneras, siempre escondiéndose bajo la alfombra. En el fondo, es un tema que atraviesa muchas historias familiares del país. Y eso da miedo. Porque en el momento en que empieces a tocar los hilos que puedan cambiar esta normalización de la violencia, generará una nueva violencia. La violencia sexual abarca a todos los aspectos de la sociedad, y me parece importante mostrarlo. Esa es la maravilla que te permite la literatura: al presentarte una historia de ficción te revela algo que está ocurriendo en la sociedad de una manera generalizada, pero que con el lenguaje crudo de la denuncia periodística no llega a entenderse en todo su dolor y oprobio.
Otra forma de violencia que denuncias tiene que ver con el racismo...
Y ahora mismo estamos viéndolo. Una y otra vez salta en el Perú. En lugar de argumentar, el insulto racista abre y cierra cualquier discusión. El desprecio racista es una violencia psicológica devastadora y permanente. Son desigualdades brutales con la que normalizamos nuestra convivencia diaria. No vemos la violencia que puede haber en el hecho de que haya miles de niños trabajando en pozas de maceración o en minería ilegal. Nuestra historia está plagada de violencias sutiles y fealdades espantosas. Y no nos sacudimos de ellas. Y entonces nace esta desconfianza de un lado y del otro, un temor de sectores del país frente a otros. No aprendemos que eso forma un caldo de cultivo para la violencia.
¿La actual clase media limeña no se diferencia mucho de la clase terrateniente cusqueña de hace un siglo que pintas en tu novela?
Ni las clase media cusqueña tampoco. Nuestra idea de desarrollarnos individualmente se basa en pisotear y despreciar. Ese es el modelo que tenemos. Incluso gente que puede haber sido pisoteada en el pasado, cuando asciende en esta escala social, muchas veces asume esos mismos comportamientos.
Giralda, tu protagonista, representa la aparición de la mujer moderna a principios de siglo XX. ¿Pese a toda la violencia, crees que vivimos hoy un proceso parecido de empoderamiento, una transformación en el pensamiento de las mujeres?
Esa es la gran revolución de los últimos años. Sobre todo las jóvenes están demandando una cantidad de derechos, incluso cosas tan normalizadas como que no te metan la mano en la calle, o que no te estén diciendo frases espantosas que para algunos son piropos. Plantearle la cara a todo tipo de violencia, empezando por la verbal, son pasos que están costando mucho porque somos una sociedad muy conservadora.
¿Crees que la sociedad cusqueña contemporánea resulta especialmente machista?
Te diría que lo somos tanto como en Lima. Menos, posiblemente, que en Arequipa y otras ciudades grandes del Perú. El cosmopolitismo no se trata de cuánto has viajado, sino cuanto de multicultural tengas. Y el Cusco, al ser una ciudad multicultural de origen, con una fuerte presencia de la cultura quechua, occidental y amazónica, sumado a ser epicentro del turismo nacional, ha generado siempre mucho cosmopolitismo. Pero seguimos siendo una sociedad machista.
El tema del aeropuerto en Chinchero reedita los prejuicios sobre la mal entendida modernidad en el Cusco. ¿Cómo te ubicas frente a este dilema?
Pienso que estamos narcotizados con una idea de modernidad basada en cuánto consumes. Y Chinchero expresa esa idea de modernidad vinculada al consumo. Hay un ansia por que llegue más plata y más turistas, a costa de la destrucción de la belleza. Para mí, la modernidad es un sinónimo de libertad de pensamiento, de creación, de exploración. Eso era lo que buscaban los modernistas hace 100 años, cuestionando todas las estructuras mentales y sociales. En el arte rompieron con todo, ¡pero jamás habrían destruido un solo cuadro antiguo! En cambio, nosotros sí queremos destruir chinchero interesados por obtener más dinero y no más belleza. Hay que pensar en formas de desarrollo que no resulten el simple expolio de la naturaleza. Es muy triste decirlo, pero en el Cusco esa falsa idea de modernidad lo está avasallando todo. La gente por todas partes está construyendo sin respetar las áreas verdes, buscándole sacar el jugo al metro cuadrado con más cemento. Nos hemos olvidado de la belleza y del respeto al medio ambiente.
¿La defensa de Chinchero es de una minoría o divide a la sociedad cusqueña?
Ahora mismo la ciudad del Cusco está partida en dos. Hay un sector que sí se ha dado cuenta que estamos destruyendo ese patrimonio paisajístico, único y maravilloso, es una mitad que, o está en contra o tiene dudas. Sin embargo, la otra mitad, sea por un anhelo anti centralista o por simple deseo de lucro está a favor del aeropuerto. Por donde se lo mire, es una desgracia.
DATO
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Cusco: así es la nueva normalidad del emblemático mercado de San Pedro
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