Mientras en la ciudad los muertos se apilan por obra de las narcobandas, en el campo la gente se une para vivir. Para bailar, escuchar música e intercambiar fluidos en rítmica sinfonía. Así se vive el festival Ruido Solar, un evento inventado por la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) para su más reciente obra, “Chamanes eléctricos en la fiesta del sol” (Random House, 2024), novela que explora la relación de los seres humanos con la música, que a veces es válvula de escape y, otras, lo único que importa en el mundo.
“Yo creo que el germen de la novela vino por una pregunta muy básica: ¿Qué le ocurre a nuestro cuerpo cuando está hipersensibilizado por el dolor y escucha música? Siento que hay una especie de relación con la música que recuerda bastante a la posesión, cuando estamos abiertos a la experiencia musical. Cuando un cuerpo está hipersensibilizado por la pérdida, el abandono, la migración, la muerte, etc., la música nos toca de una manera muy particular”, cuenta la escritora en su breve paso por Lima, invitada por la FIL. Ella vive en España desde hace seis años, lo cual se evidencia un poco por su manera de hablar.
El Ecuador que presenta en la novela está azotado por la violencia. No es un futuro que ella augura, es la realidad. Allí están las masacres dentro de sus cárceles, que son territorio perdido para el estado. También están los magnicidios contra alcaldes e incluso contra el candidato presidencial Fernando Villavicencio, muerto en agosto del año pasado. Solo unos meses después, siete de los acusados del crimen fueron asesinados en prisión. “En Ecuador no había lo que ahora hay con el narcotráfico hace 20 años. Y muy velozmente cambió la situación, es bastante doloroso. También por eso me interesaba escribir ‘Chamanes…’, porque estas dos chicas protagonistas, Noa y Nicole, son dos mujeres jóvenes que están tratando de recordar que son jóvenes en un contexto de violencia, que lo primero que hace es quitarte la juventud. Porque si no tienes un futuro, no eres joven”, dice la autora.
Precisamente Noa, a pesar de ser un personaje central, no tiene capítulos narrados desde su punto de vista. A ella la conocemos por lo que dice su amiga, por lo que dice el padre que la abandonó. La trama de Noa es sobre redescubrirse como una cantora, una mujer con vínculos a los conocimientos ancestrales de la tierra. En resumen, una bruja. Y a la autora le fascinan los temas que involucran a la mujer como ser de magia, monstruoso incluso. “En la historia de la literatura y cultural en general, tenemos un montón de monstruos femeninos. Desde las gorgonas a las sirenas, escila, la llorona, la patasola, la tunda. Hay muchísimos monstruos femeninos en Latinoamérica, hay como una mentalidad mítica que entiende lo femenino como algo deforme de la cultura varonil. Y entonces lo femenino se transforma en algo brujil, deforme, que parece ser infeccioso. Esa parte me interesa”.
Allí entran los saberes femeninos ancestrales, que según la autora tienen relación con el cuidado del medio ambiente. “Es una visión que siempre se ha ligado a lo brujil y a lo chamánico, es decir a lo femenino. Pero esa visión es la que hoy en día nos puede salvar de la destrucción de nuestros territorios. Si pensamos en filosofía ecologista, en realidad estamos pensando en saberes chamánicos y brujiles. Entonces, quizás haya algo como políticamente potente en volver a estas ideas tradicionalmente consideradas monstruosas, y quizás sean esas ideas las que vayan a salvar nuestro mundo en un futuro”, sostiene Ojeda.
La entrevista completa, a continuación:
―Tu novela maneja varios temas: el abandono paterno, la búsqueda de la identidad, la música como eso que nos conecta como personas. ¿Fue uno de estos temas el germen que inició todo?
Yo creo que el germen de la novela vino por una pregunta muy básica: ¿Qué le ocurre a nuestro cuerpo cuando está hipersensibilizado por el dolor y escucha música? Siento que hay una especie de relación con la música que recuerda bastante a la posesión, cuando estamos abiertos a la experiencia musical. Cuando un cuerpo está hipersensibilizado por la pérdida, el abandono, la migración, la muerte, etc., la música nos toca de una manera muy particular. A partir de eso imaginé el Ruido Solar, este festival musical a donde se van las protagonistas. Son amigas, pero solo se tienen la una a la otra en un contexto donde el país está tomado por las narcobandas, donde hay terremotos, erupciones volcánicas y encuentran en la música no solo un espacio revivificante, sino un lugar que las conecta con su propio dolor. No desde una perspectiva que genera rechazo, sino desde la posibilidad de reflexionar y de pensar el dolor como algo recreativo, que también te permite reconstruir tu identidad.
―Creo que el ejemplo extremo cuando uno se siente más impactado por la música es el llanto. Pero existe todo un espectro de emociones.
Sí, sin duda. El llanto puede ser alegre también. A veces lloras de alegría. Normalmente relacionamos el llanto como el sufrimiento, pero en realidad no es así. Lo mismo con los gritos. Los relacionamos con el terror, pero a veces uno grita de una emoción extrema. El grito es la desarticulación de la palabra, que pierde todo el significado y lo único que queda es el sonido. Eso me parece interesante porque la música sobre todo se mueve en el aspecto de lo sensorial, no del significado. Y es algo que me interesa de la literatura, que normalmente se mueve en el sector del significado, pero la literatura tiene mucho de sensorial, de música, ritmo, sonido. Y ese aspecto que es un poco lo indomesticable, es la parte que más miedo nos da de la palabra. Esa palabra que no entendemos, la palabra que solo suena pero no sabemos hacia dónde nos lleva. Lo mismo pasa con la música.
― ¿Qué significa la música para ti?
Para mí es una experiencia viva que tiene que ver más con el movimiento del cuerpo y de la mente también. Tiene que ver con el proceso de la belleza y de la excitación de pensar en un lenguaje que es físico, que tiene que ver con la materia.
―Esta es una novela sobre observaciones, porque si bien ocurren algunas cosas, es más que todo personajes que están reflexionando sobre su entorno. ¿Cierto? Me da la impresión que es más sobre eso que acciones concretas.
En la novela pasan cosas, pero es verdad que también están mucho las voces que están reflexionando sobre lo que les ocurre. La novela es el viaje de dos amigas a un festival de música experimental, pero también es el viaje de una de ellas a buscar al padre que la abandonó. Y luego es el tránsito, como en una especie de viaje chamánico, que le hace transformarse en una cantora sobrenatural. Entonces a la vez aparece el padre que la abandonó, que tiene capítulos. En la novela están ocurriendo muchas cosas, también todo esto que tiene que ver con lo sensorial.
―Noto una conexión con este libro de relatos que hiciste, “Las voladoras”. Es como que estás volviendo a explorar lo mágico en la mujer.
Sí, hay un aspecto al que siempre vuelvo que es el tema de lo femenino monstruoso. En la historia de la literatura y cultural en general, tenemos un montón de monstruos femeninos. Desde las gorgonas a las sirenas, escila, la llorona, la patasola, la tunda. Hay muchísimos monstruos femeninos en Latinoamérica, hay como una mentalidad mítica que entiende lo femenino como algo deforme de la cultura varonil. Y entonces lo femenino se transforma en algo brujil, deforme, que parece ser infeccioso. Esa parte me interesa, de memoria mítica, y pensarla en términos contemporáneos. Cómo es que los saberes que tienen que ver con una visión distinta de la naturaleza, una visión distinta de la sociedad, una visión no instrumental de respeto a los territorios, es una visión que siempre se ha ligado a lo brujil y a lo chamánico, es decir a lo femenino. Pero esa visión es la que hoy en día nos puede salvar de la destrucción de nuestros territorios. Si pensamos en filosofía ecologista, en realidad estamos pensando en saberes chamánicos y brujiles. Entonces, quizás haya algo como políticamente potente en volver a estas ideas tradicionalmente consideradas monstruosas, y quizás sean esas ideas las que vayan a salvar nuestro mundo en un futuro.
―Precisamente ese es otro de los temas de la novela. Es un tema más sutil, pero que está presente. Me llama la atención que lo relaciones con los saberes chamánicos, los saberes tradicionales de las mujeres.
Sí, total. Porque todas las culturas ancestrales, que además continúan vivas a día de hoy en nuestros territorios latinoamericanos, llevan desde siempre hablando de la naturaleza como sujeto de derechos, no como objeto. Hablan de la naturaleza desde una perspectiva de territorios vivos, habitados, que necesitan mantenerse en armonía. No en una situación de sobreexplotación, de instrumentalización para fines capitalistas. Este discurso que en Ecuador siempre se ha tildado de ecologismo infantil, porque los ecologistas, entre comillas, “no dejan destruir la tierra”. Ese es el discurso del capital, que se pone en contra del discurso de defensa de nuestros territorios. Entonces está ligado a las culturas ancestrales, está ligada a los saberes brujiles donde es importante el respeto a la naturaleza porque se entiende que la naturaleza es vida y también es muerte.
―¿Es el capitalismo lo masculino y el ecologismo lo femenino?
No me atrevería a decirlo de esa manera tan categórica, pero creo que si hablamos metafóricamente creo que sí, porque el capitalismo tiene que ver con la explotación-instrumentalización; es un sistema económico, además, levantado en términos masculinos, no en términos femeninos. Cuando en la historia entran las mujeres realmente a participar del sistema capitalista, de forma activa quiero decir, no del todo esclavizada, entonces siento que es verdad que en los estereotipos culturales siempre se ha relacionado lo trascendente, que es la idea del capitalismo, de trascender lo natural, con lo masculino. Y en cambio lo inmanente, lo que está relacionado con la tierra, con aquel territorio que está presto a ser conquistado, siempre se ha relacionado con lo femenino.
―¿Por qué el libro nunca presenta el punto de vista de Noa? Siempre es descrita por terceros. El padre, los amigos.
Yo creo que es el parte del misterio de la novela. En la en la novela hablan muchos personajes, todos los personajes del Ruido Solar, habla el padre de Noa. Me interesaba que hubiese una perspectiva que no estuviese expuesta, la de la chamana, la chica que se está chamanizando, la chica que está aprendiendo a cantar con dos voces. Porque es una perspectiva misteriosa y me parecía interesante que permaneciera en el misterio. Una de las novelas que estuve revisando mientras escribía fue “El ruido y la furia” de Faulker, y esa es una novela polifónica también, en donde el personaje protagónico no habla nunca. Hablan otros personajes de la familia, que también son protagónicos, pero ella, especialmente, que es el centro, todos los personajes de alguna manera la narran a ella. Ella nunca habla.
―Esto de mantener el misterio me recuerda mucho lo que ocurrió con Godzilla, que en una de las películas de Estados Unidos querían mostrar el punto de vista de la bestia. Pero los japoneses no quisieron porque, decían, él es Dios. Y no puedes comprender el punto de vista de Dios. Y me llama mucho la atención con lo monstruoso que puede interpretarse que es una chamana.
Sí, yo creo que también es importante, cuando escribimos o filmamos una peli, componemos lo que sea, es importante mantener una zona de misterio. Un punto ciego. Porque si no corremos el riesgo de decir demasiado, sobre todo en la escritura.
―Tu novela incluye varios puntos de vista. En eso me recuerda a lo que hiciste en “Nefando”. ¿Qué ventaja te ofrecía contar esta historia desde varias perspectivas?
Sí, es una mirada poliédrica que te permite que la narración no sea solamente una visión de la realidad, sino más bien te permite construir una realidad moldeada por distintos lados. Y eso me parece que es algo que beneficia mucho a la narración. Depende de qué tipo de novela también. En este caso para mí era importante, porque era un festival de música con muchas personas y tenía ganas de construir esa sensación de lo que es un festival, que es múltiple, con muchos cuerpos, muchas voces, muchas maneras de bailar, muchas maneras de escuchar música. Y también me interesaba la contraposición entre la oralidad y la escritura. Porque por una parte están en la novela los personajes del festival Ruido Solar, que son esa parte oral, pero por otra parte está el padre de Noa, que está esperándola en una cabaña en una montaña, que no habla con nadie porque está solo y que solamente escribe en su cuaderno. Y cuando aparece el padre, aparece esa esa voz de la escritura, que es una voz mucho más calmada, sosegada, ordenada; versus las voces de los personajes del festival que son orales. Como lo es la oralidad divagan, saltan un tema a otro, igual no terminan lo que empezaron. Y también hay como algo de desorden, que es el desorden de lo oral, que también me parecía algo vital de trabajar.
―El padre ausente es una figura común en toda América Latina. Es casi un meme en internet. Pero tú le das una profundidad tenebrosa en este relato.
Sí, yo creo que cuando estaba escribiendo la novela me interesaba pensar las razones por las cuales una persona puede abandonar a otra. Y algo que tenía en mente era la idea de que en realidad nadie puede salir indemne, no solamente de ser abandonados, sino que tampoco puede salir indemne cuando abandonas a alguien. Abandonar a alguien implica también una herida propia, es decir una herida de identidad. Nadie se quiere identificar como la persona que abandona a alguien, y sin embargo hay mucha gente que abandona a gente a lo largo de sus vidas. Especialmente está castigado en nuestra sociedad abandonar un hijo, más para una madre que para un hombre, pero de todas maneras está castigado socialmente. Entonces, ¿qué pasa cuando un hombre decide que va a abandonar a su hija? Qué pasa cuando un hombre además como Ernesto, que es el personaje de la novela, que es un hombre cristiano, religioso y creyente…
―Un hombre movido por el miedo, ¿cierto?
Sí, que huye porque está atemorizado porque vive en una sociedad muy violenta y también le atemoriza estar cuidando de una niña pequeña. Y me parecía interesante, como entrar en los entresijos de la culpa. La culpa no siempre implica un arrepentimiento. Te sientes culpable porque sabes que lo que has hecho está mal, pero arrepentirse significa que si volvieras atrás, lo harías diferente. Y Ernesto no lo haría diferente. Se siente culpable, sabe que lo que hizo está mal, pero ha sido más feliz desde que abandonó a su hija. Y prefiere vivir solo como vive en el bosque. Prefiere vivir sin ella y no quiere tener una relación con ella. Eso no significa que no se juzgue a sí mismo como una persona débil que no fue capaz de amar a su hija.
―Tu novela ocurre en un Ecuador sumergido en la violencia. Una cosa muy extrema. ¿Es esta tu predicción para Ecuador?
Eso es lo que ya está pasando en Ecuador. En los últimos años han habido masacres carcelarias con cientos de personas asesinadas, lo que significa que el Estado no tiene el control de las cárceles. Dentro de las cárceles grandes e importantes hay narcos, pero también fuera de las cárceles las narcobandas tienen el control de determinadas provincias y ciudades de la costa ecuatoriana. Mi ciudad que es Guayaquil es un puerto tomado por las narcobandas, porque se mueve mucha droga. Esmeraldas, que es la provincia al norte de Ecuador, la provincia afroecuatoriana, está en abandono absoluto desde hace mucho tiempo. Ha habido asesinatos a candidatos presidenciales, alcaldes asesinados hay muchos. Es decir el Estado no tiene el control de la violencia, lo tienen los narcos ahora mismo.
―Yo veo lo que ha pasado en Ecuador, leo tu novela y tengo mucho miedo. Porque yo vivo aquí y siento de que podemos asemejarnos a lo que les está pasando a ustedes.
Sí, hay que tener mucho cuidado, porque en Ecuador no había lo que ahora hay con el narcotráfico hace 20 años. Y muy velozmente cambió la situación, es bastante doloroso. Pero es eso, es vivir en medio de la violencia. También por eso me interesaba escribir “Chamanes…”, porque estas dos chicas protagonistas, Noa y Nicole, son dos mujeres jóvenes que están tratando de recordar que son jóvenes en un contexto de violencia, que lo primero que hace la violencia es quitarte la juventud. Porque si no tienes un futuro no eres joven.
―Algo que me causó la lectura de “Chamanes” fue recordar que Perú y Ecuador están unidos por varias cosas. El idioma quechua y las tradiciones andinas.
Creo que ocurre con todos los países andinos. Porque, claro, la división Estado nación es una división colonial, son básicamente las divisiones geográficas que pusieron a partir de la colonia y, luego, en el momento de la consecución de las repúblicas, también esa división de territorios fue bastante arbitraria. Es decir, hay más en común entre un amazónico ecuatoriano y un amazónico peruano, que entre un amazónico peruano y un limeño. Porque tiene que ver más con los aconteceres geográficos de los espacios. La cordillera pasa por varios países latinoamericanos, y allí donde está la cordillera hace que las culturas sean muy similares. De hecho, en Ecuador se habla quichua, no quechua, que es un dialecto. También celebramos el Inti Raymi, aunque hay diferencias. En Ecuador tenemos personajes que no hay aquí. Y así con un montón de cosas. Entonces creo que eso nos recuerda a veces que los territorios son hermanos por otro tipo de razones, no solamente por razones de descripción Estado nación y de bandera, sino por geografía.
―Hay todo un trabajo en la construcción de tu lenguaje. Las palabras que usas. Eso lo noté también en “Nefando” y “Mandíbula”. Me parece que hubo bastante investigación antes de que escribas. ¿Cierto?
Para mí es fundamental que la escritura sea un baile de lenguaje. Eso significa que hay que encontrar movimientos que desplacen, de repente, la lengua de su lugar instrumental a un lugar mucho más festivo. Ese lugar festivo es un lugar de recreación de la palabra. Entonces con cada libro estoy buscando lenguajes distintos para tratar de generar pensamientos distintos. Porque no hay tal cosa como una disolución entre pensamiento y forma. La forma es el pensamiento. Entonces cuando tú estás buscando en un libro una forma distinta, estás buscando en el fondo una manera de pensar distinta. Entonces con “Chamanes…”, pasó igual. Yo estaba tratando de buscar ritmos, sonidos, experiencias del lenguaje que nos llevarán primero obviamente a la territorialidad ecuatoriana, pero también al territorio de la música, en donde fuera casi natural encontrar en la palabra del libro una especie de experiencia musical. No solamente porque en el libro se habla mucho de música, sino porque la propia palabra, mientras tú estás leyendo, te haga experimentar el sonido que tiene la palabra. Una palabra que se te impone por sonido, no solamente por el significado.
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