Con apenas 11 años, el poeta estadounidense de origen mexicano Luis J. Rodríguez era parte del mundo de las pandillas del este de Los Ángeles, en California.
Tras una década de violencia, muerte, drogas y arrestos, Rodríguez consiguió dejar esa vida atrás gracias a su amor por la literatura y por el activismo, que descubrió en los años 60 de la mano del movimiento chicano, que luchó en Estados Unidos a favor de los derechos civiles y en contra de la Guerra de Vietnam.
Con una quincena de libros publicados -entre los que destaca su biografía “Siempre corriendo, la vida loca”, en la que capturó su experiencia como pandillero- Rodríguez acaba de ser nombrado poeta laureado de Los Ángeles, puesto que ocupará durante los próximos dos años.
En este tiempo, Rodríguez -quien es fundador de la editorial Tía Chucha Press y de un grupo que trabaja para sacar a los jóvenes del mundo de la delincuencia- deberá escribir varios poemas dedicados a la ciudad californiana, así como organizar lecturas y talleres abiertos al público.
Rodríguez recibió a BBC Mundo en el Centro Cultural Tía Chucha, un espacio que él mismo creó en el Valle de San Fernando y que está pensado para acercar el arte y la literatura a los miembros de la comunidad hispana.
¿Qué supone para usted el haber sido nombrado poeta laureado de Los Ángeles?Es un honor, por muchas razones. Una de ellas que yo soy de aquí. Crecí en Los Ángeles. Nací en la frontera entre Texas y México pero he pasado casi toda mi vida aquí.
Por eso es muy importante. Además, muchos de los habitantes de esta ciudad son latinos y se les ha de dar una voz, una voz fuerte. Creo que puede ser la mía y es un honor para mí. Quiero ser la voz de toda la comunidad.
¿Qué ha significado la poesía en su vida?Para mí la poesía es muy importante. Es algo vital. Especialmente en estos tiempos difíciles en los que es necesario tener más creatividad y usar más la imaginación.
Creo que la literatura y la poesía sirven para ampliar la visión que uno tiene del mundo, que muchas veces se limita a lo que uno tiene alrededor.
La poesía es una manera de hablar de alma a alma. Es un género de honestidad. No creo que haya nada como la poesía.
Además, me gusta cómo permite jugar con el lenguaje, cambiando el sentido de las palabras.
Una de las etapas de su biografía que más le ha marcado son los diez años que pasó como pandillero siendo joven. ¿Cómo logró salir de todo aquello?Cuando era pandillero y tomaba drogas, me gustaba leer libros.
En cuanto podía me refugiaba en la biblioteca. Era un refugio porque los libros no abusaban de mí, no me insultaban ni me hacían daño. Me permitían escapar del mundo en el que estaba viviendo. No tenía casa, estaba en las calles.
Cuando logré salir de las pandillas, lo que me quedaba era la literatura y los libros.
En esa época no había libros sobre la experiencia de los chicanos, sobre los latinos en EE.UU. y se me ocurrió que yo podía encargarme de reflejar esa realidad.
Ahora, regresar como poeta laureado a la biblioteca central de Los Ángeles, donde me refugié tantas veces cuando no tenía casa, es un tremendo honor.
¿De dónde le vino el amor a los libros?Creo que de mi padre. En esa época muchos de los mexicanos que venían para aquí no estaban bien educados. Pero mi padre había sido director de una escuela en México y amaba los libros.
Aquí en EE.UU. no le quedó otro remedio que trabajar limpiando oficinas o en fábricas.
Además, de pequeño yo no hablaba inglés y los libros me ayudaron a aprender el idioma.
Si le gustaba tanto la lectura, ¿cómo fue que acabó en el mundo de las pandillas?Había muchos problemas en casa. Mucha frustración. Éramos muy pobres, no había empleo.
La pobreza es la fuente de las pandillas. Nosotros vivíamos en un barrio que era muy humilde, con casas diminutas. Estábamos constantemente en guerra con otros barrios.
Tenía muchos vacíos en mi vida, muchos vacíos personales que también existían en la comunidad.
¿Cree entonces que no tuvo otra salida?Creo que no. En esa época no veía otras opciones. Estábamos muy limitados por ser pobres, por ser mexicanos y por la discriminación a la que habíamos de hacer frente.
La pandilla era el lugar, el lugar en el que me sentía protegido.
¿Cuándo decidió abandonar las pandillas?Fue cuando descubrí el movimiento chicano. Las protestas contra la guerra de Vietnam me atrajeron mucho. Me sedujeron las ideas que tenían sobre nuestra gente y nuestra raza, y las ganas que tenían de cambiar el mundo.
Hasta ese momento yo no había oído nada de eso. Yo estaba dispuesto a matar y a morir por mi barrio, y ver que existía el movimiento chicano me ayudó a pensar que podía vivir de otra manera, con otros ideales.
Usted logró salir de las pandillas, pero su hijo se metió en ellas y acabó pasando 15 años en prisión. ¿Qué sintió al ver que su hijo seguía el mismo camino?Me sentí muy culpable. La locura me llamó otra vez. Hacía muchos años que había salido de ese mundo pero, sin que yo pudiera evitarlo, mi hijo cayó en él y eso es algo que te hace sentir fatal como padre.
Fue muy duro darme cuenta de la rabia que él tenía adentro y que me recordaba a la que yo había tenido años atrás.
¿Qué mensaje de esperanza le daría a los jóvenes que no ven otra salida a sus vidas que unirse a las pandillas?El arte le ayuda a uno a ver el mundo de una manera diferente y abrir la mente a nuevas posibilidades.
Hemos de enseñarles que sí que hay un futuro y que ellos son dueños de ese futuro y pueden hacer lo que quieran con él.
A los jóvenes les digo que han de encontrar sus pasiones y su destino.
¿Para qué han venido a este mundo?No ha sido para matar o morir. Hay otra manera de vivir y de pensar que es mucho más plena y positiva. Han de explotar los dones y talentos que poseen.