“Hace unos tres años escuché en la República Dominicana una historia bastante insólita sobre el régimen de Castillo Armas, quien llegó al poder en Guatemala luego de un golpe militar montado por la CIA contra el presidente Jacobo Árbenz, a quien acusaban de comunista”. Esta historia de intrigas políticas aparentemente locales, contada por el escritor y periodista Tony Raful al final de una comida eterna, “de esas a las que uno nunca debe ir”, sería el germen de “Tiempos recios”, la reciente novela de Mario Vargas Llosa.
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“Siempre me ha fascinado la manera en que surgen mis historias”, cuenta Vargas Llosa —el saco azul, la camisa a rayas, la corbata a juego— ante la nube de periodistas que abarrota el auditorio el auditorio del Palacio de Linares, local de la Casa de América de Madrid. Durante la conferencia de prensa de su nuevo libro, el Premio Nobel de Literatura 2010 confiesa divertido que está acostumbrado a ser abordado por espontáneos que le cuentan anécdotas, asegurándole que le servirán como materia prima para una magnífica novela. Cuenta que siempre ha huido de estas historias y que nunca se le había ocurrido escribir sobre ellas. Hasta ahora.
El libro describe la llegada al poder de Carlos Castillo Armas, cabeza de la dictadura militar que gobernó Guatemala entre 1954 y 1957, luego de derrocar a Jacobo Árbenz, que llegó a la presidencia a la cabeza de un gobierno reformista, con la promesa de enderezar un país de mayoría indígena cruzado por las inequidades. Como aclara Vargas Llosa, no se trataba de un gobierno de izquierdas, pero emprendió una reforma agraria que chocó contra los intereses de la todopoderosa United Fruit, la compañía bananera que estiraba sus tentáculos por Centroamérica, el Caribe y Colombia.
El falso pretexto que el gobierno de Dwight Eisenhower esgrimió para justificar su intervención fueron los vínculos de Arbenz con el comunismo. Apelando a técnicas de desinformación que precedieron a las fake-news de la actualidad, se extendió la presunción de que Guatemala estaba convirtiéndose “en un satélite soviético, mediante el cual el comunismo internacional se proponía socavar la influencia y los intereses de los Estados Unidos en toda América Latina”.
Vargas Llosa incide en un hecho poco desarrollado de este episodio: la intervención de Rafael Leonidas Trujillo, “El Chivo”, en el desenvolvimiento del golpe contra Arbenz y la posterior caída en desgracia de Castillo Armas. Un hecho resulta especialmente intrigante: la presencia de Johnny Abbes García, jefe de Inteligencia de Trujillo, como embajador dominicano en Guatemala. El autor de “La ciudad y los perros”, “La Casa Verde” o “La tía Julia y el escribidor” confiesa que esta ligazón con “La fiesta del Chivo”, próxima a cumplir veinte años, fue una de las razones que lo animaron a estudiar el caso Guatemalteco “para mentir con conocimiento de causa” y poder escribir sobre él.
“Desde luego que lo ocurrido en Guatemala con la caída de Jacobo Árbenz tuvo una enorme repercusión en toda América Latina. Ocurrió en tiempos de la Guerra Fría, cuando Estados Unidos se sentía eufórico luego de haber conseguido la caída del gobierno de Mossadeq en Irán, y no toleraba que ningún gobierno latinoamericano actuara de manera independiente frente a las compañías norteamericanas”. Esta intervención llevó a la mayoría de los jóvenes latinoamericanos a descreer de la democracia y volverse antiamericanos: “Yo pensé que la democracia era imposible, había que buscar el paraíso comunista”.
“La caída de Árbenz fue neurálgica en América Latina”, explica Vargas Llosa: “Salimos a protestar ante aquel atropello inicuo. Yo me acuerdo de aquello porque estaba en la universidad. Eran los años de la Guerra Fría. Si no hubiera ocurrido aquello, Fidel Castro no se habría radicalizado”. Es como si hubiera cambiado el foco de aquella gran pregunta que abre “Conversación en la Catedral” —"¿En qué momento se había jodido el Perú?"—, para proyectarla como una sombra sobre toda la historia de América Latina.
De todos modos, el novelista aclara que “un país, salvo casos excepcionales, no se jode en un día”. El atraso del continente no tiene un origen específico, fue consecuencia de una persistencia en el error de los latinoamericanos, que recién en los últimos años comienzan a enderezar el rumbo. “Ya no hay dictaduras militares sino ideológicas” como los casos de Cuba, Venezuela o Nicaragua, que comparten espacio con democracias muchas veces muy imperfectas.
El título “Tiempos recios” proviene de un verso de Santa Teresa de Ávila incluido como epígrafe: “¡Era tiempos recios!”. Como explicó Pilar Reyes, editora general de Alfaguara que acompañó a Vargas Llosa en la mesa de presentación, la novela tuvo muchos títulos provisionales, antes de quedarse con este, que resultó definitivo y ahora resulta casi forzoso, pues resume con precisión ese período histórico que sacudió a un país y a sus personajes. Especialmente trágico es el caso de Jacobo Árbenz, que luego de perder la presidencia, “fue ridiculizado, acusado de cobarde, se suicidaron dos hijos suyos, estaba casi alcoholizado... Y murió ahogado en una bañera en México”.
Resulta inevitable tender puentes entre los hechos relatados en “Tiempos recios” y el momento presente. Ahí están la persistencia de las fake-news como motor de muchos hechos relevantes; la intervención de los Estados Unidos en aquellos lugares del mundo donde sus intereses se ven afectados; la elevación de las agendas de algunas de sus empresas a la categoría de razón de Estado. Una anécdota que se remonta al golpe de Estado que laceró Guatemala, pero que mantiene una estremecedora actualidad.
“Tiempos recios”, la nueva novela de Mario Vargas Llosa aparece simultáneamente en veinte países, con una primera tirada de 180 mil ejemplares. Y aunque parte de hechos históricos comprobables, el escritor peruano no quiere dejar pasar la ocasión para hacer una advertencia: “Esto es una novela no un libro de historia. Donde había vacíos, momentos en blanco, he puesto fantasía. Hay personajes históricos con añadidos de ficción”. Por eso pide: “No me crean, lean el libro sin prejuicios”