Se supone que el periodista debe distanciarse del sujeto del que escribe, pero siempre hay un sesgo que, o se evita, o se profundiza. En cualquier caso, el lector necesita saberlo. Con Merlín Chambi (Tacna, 1989), historiador y ganador del Premio Luces 2022 a Mejor programa digital cultural, son varias la circunstancias que se superponen con este redactor. Descubro en la entrega de su galardón que somos de la misma universidad, que vivimos en el mismo distrito y en el mismo barrio. También que crecimos en la misma época, con las mismas decepciones políticas y, quizás, con similares y breves esperanzas.
Pero Merlín es distinto. Está “bendecido”, diría un colega. Con el nombre del mago artúrico y el apellido del ilustre fotógrafo, este académico de 33 años destaca a donde vaya por uno u otro motivo. El nombre se lo puso su madre por un asunto nada arcano; el apellido, especula él, lo une a una rama familiar que no quería pelearse por los derechos de los negativos. Aun así, en este caso los vínculos existen: él también usa una cámara para hacer lo suyo, que es difundir por medio de su canal YouTube “La biblioteca de Merlín”.
Para él no hay tema pequeño, como sus informes “Historia del caldo de gallina”, “¿Por qué aún existen reyes en el mundo?” o “La pesadilla de los incas: los temibles chankas”. En cada caso, narra la historia tal cual la conocemos, incluyendo discrepancias. Para cada video se apoya en libros que cita como una “pequeña monografía”, precisa. No le va mal, como demuestra la placa que YouTube le dio por alcanzar los 100 mil sunoscriptores (ahora tiene 146 mil), mientras que sus videos han sido vistos más de 9,2 millones de veces. Conversamos con él en, dónde más, su biblioteca.
—Leí sobre el fuerte vínculo que tienes con la historia, lo cual es gracias a tu abuelo Cirilo.
Mi abuelo falleció el año pasado. Él fue una persona muy culta, pese a que ni siquiera acabó la primaria, tengo entendido. Fue culto la manera antigua: la persona que pregunta, escucha, retiene y vuelve a preguntar. Él me contaba cosas correspondientes a la Guerra con Chile, a la Independencia. Me contó de las campañas del general Miller en los pueblitos de la altura de Mirave [Tacna], cosas que yo me enteré después en la universidad. Fue el mejor narrador que yo he conocido. No me interesé en Historia desde el inicio, en un primer momento quise [estudiar] Ingeniería de Sistemas, no sé por qué.
—Todo el mundo quería ser ingeniero de sistemas.
Era el boom de las computadoras. Como todos los chibolos entusiastas con lo tecnológico. De ahí quise Periodismo, me atrajo la Psicología y, luego, la Historia propiamente dicha. El gusto fue inicial, la conclusión fue tardía.
—Noto un vínculo en que tengas un canal de YouTube con el que tu abuelo haya narrado la historia.
Sí. Por eso yo confío mucho en la habilidad del narrador. Un narrador efectivo hace lo que no harían ni 10 congresos de historia: llega a mucha gente y no simplemente se queda en un círculo. Ese fue el objetivo del canal: hacer de la historia algo digerible, no de tertulia. En el canal gente que me cuenta “Merlín, yo quise estudiar historia, pero por cosas de la vida terminé en contabilidad y a través de estos vídeos sé más o menos qué hacer, qué buscar”. Quizá a todos les ha pasado que quieren buscar un tema histórico y no saben por dónde empezar. Los videos tienen ese objetivo, son como una orientación.
—O sea, no solo eres el “tío Merlín” para tus seguidores, sino que eres el “tío” que les ayuda con [la tarea].
Sí, hay gente que aprende de los videos. También hay gente que se pasa de la raya, quieren que les haga sus trabajos de investigación. Me ha pasado varias veces, pero hay de todo. Si yo sumo quizá el número de personas que le hicieron un bien al canal, comparado al número de personas que quizás no esté de acuerdo, creo que la diferencia es abrumadora.
—¿Para ser buen historiador hay que ser buen narrador?
No. De hecho —no voy a decir nombres— historiadores que han sido mis profesores eran unos monstruos del conocimiento en los libros, pero en la clase eran muy débiles a la hora de narrar. No hay que descalificar uno del otro. El historiaor finalmente produce conocimiento, el narrador lo comunica. Entonces no es un requisito, pero en estos tiempos en los que la ola de las fake [news] y la posverdad se hace gigante, es necesario que los académicos tengan un lenguaje más accesible.
"Un narrador efectivo hace lo que no harían ni 10 congresos de historia: llega a mucha gente y no simplemente se queda en un círculo".
—Se me quedó grabada la frase que escuché uno de tus streams: “la historia es el chisme hecho institución”.
[Risas] Sí, de hecho esa frase no es mía, es de mi amiga Isa Arboleyda, historiadora mexicana. La frase es cierta, yo de verdad no conozco algún otro historiador que no tenga esa pasión, no por el chisme, pero sí por la curiosidad de informarse del pasado; yo mismo soy muy curioso. Yo creo que, al igual que el chismoso, el historiador nunca queda satisfecho y el que quiere ser culto tampoco. Es una búsqueda constante y sin fin, lo que puede sonar desolador, pero no lo es tanto porque cada día quizás no te hace más culto, pero sí menos ignorante. Creo que esta búsqueda de la verdad te genera una conciencia crítica, sobre todo la capacidad de decir “pucha, no lo sé, pero puedo saberlo”. Eso es algo que hoy se ha perdido.
—Eres millennial, has crecido con el internet. ¿En qué momento ya llevas tu profesión a YouTube, a Spotify?
Estuve en la universidad en los años en el que los profesores vaticinaban que Internet sería la peor catástrofe del mundo y la muerte de la cultura. Ese tipo de enojos son propios de cada época en la que hay un avance industrial. Es cierto, va a hacer que muchas cosas vayan a puntos críticos, pero también es la oportunidad para democratizar más cosas. Se pueden aprovechar espacios como internet para difundir el conocimiento histórico. Vivimos en un país con tanta historia, pero tenemos muy pocos que nos la cuentan con bibliografía. Los libros de historia existen, son caros, lamentablemente, pero existen. Estoy tratando de hacer eso, pero también las nuevas tecnologías me terminan rebasando. Primero no entendía muy bien la lógica de TikTok y ahora la inteligencia artificial (IA).
—Hablando con amigos del trabajo te describí como el anti-influencer. Lo digo con respeto: el influencer típico vende imagen o algo instantáneo, tú en cambio promueves información comprobable.
Cuando yo veía canales de cultura general —y acá tampoco quiero ser muy “mete palo” — veía que muy pocos mencionaban libros. Incluso me encontraba algunas barrabasadas, en Historia sobre todo, y yo no entendía. Quizás tú has escuchado que las carreras de letras son “fáciles”, que el que estudia Historia y Literatura lo hace por “hobby”. No. El resultado de eso es banalizar la difusión de este tipo de conocimiento, porque alguien puede pensar que la investigación es googlear cuatro cosas. Cada video que hago tiene que estar pequeñamente sustentado con bibliografía, referencias. El canal promueve la historia, pero más que eso provee la importancia de investigar.
—Han surgido personas que promueven lecturas, que muestran sus libros en internet [booktubers, bookstagrammers]. He notado, con algunas excepciones, que la mayoría dice que “sí, este libro es muy bonito”, ponen una foto y nada más. Nos estamos quedando ahí.
Dependería mucho del tipo de difusión. Una vez me contactó una editorial que promueve literatura juvenil, dije que no voy a tener tiempo para leer [el libro que me proponían]. Me respondieron “podrías sacar solo una foto de la portada y comentar algo en general”. Si tengo que recomendar algo al menos tengo que conocer su contenido. No creo que sea solo culpa del influencer, es culpa de lo que pide el mercado que lo financia.
—El otro día escuché tu stream sobre los “haters culturales” y me sorprendí por los “yapeos” de tus seguidores. Creo que te yapearon como 800 soles.
Si yo viviera de los videos de historia [en YouTube], no me salen las cuentas porque lo que monetiza un vídeo no cubre lo que me cuesta un libro para hacer ese video. Lo que finalmente genera el sustento del canal son los directos en los que la gente hace preguntas, consulta. Yo trato de responderles y al mismo tiempo de ser ameno, compartirles un poco de mi vida, que creo que a la gente le gusta. Es bonito ver ese apoyo que te da la gente. Algunos vídeos tienen pocas reproducciones, otros tienen muchas reproducciones; es al azar. Lo dije abiertamente: si a mí me interesaran solamente sus donaciones, solo haría streamings.
—¿Cuánto es lo máximo que te han donado en una de estas transmisiones?
Creo que la mayor cantidad fue cuando llegó la placa de YouTube, o en mi cumpleaños. Hice un stream y la gente, a modo de celebración, creo que sacamos S/ 2000 esa noche, no me acuerdo. Fue una locura, porque nunca había visto tantos donativos. Estoy agradecido por eso. Y lo que ingresa del canal es para comprar más libros y generar contenido con bibliografía.
Chambi, parodiando a Mr. Beast, el influencer que regala dinero. Para Merlín, su divisa son los libros y en repetidas oportunidades los ha regalado.
"Si yo viviera de los videos de historia [en YouTube], no me salen las cuentas porque lo que monetiza un vídeo no cubre lo que me cuesta un libro para hacer ese video. Lo que finalmente genera el sustento del canal son los directos en los que la gente hace preguntas, consulta. "
—Te auspicia una app de taxis, otras empresas también. ¿Qué valoran ellos de tu contenido?
Les gusta que tenga bibliografía, porque lo hace más serio. Y les gusta la comunidad. Es una comunidad sana, porque trato mucho de cuidar que no se rompa de la armonía. A veces se mete uno que otro indeseable y tratamos de poner las cosas bien claras ahí y la comunidad que finalmente se forma es chévere; apoya, genera interacción. Es muy bonito saber que cuentas con personas que te apoyan.
—Recuerdo la anécdota que comentaste en un stream, de tu época del colegio, de escribir cartas de amor [para tus compañeros].
Yo desde muy niño leía. Una vez mi tía me trae un folletito de cuentos de León Tolstoi; ese creo que fue mi primer libro. No sé por qué me empecé a acercar mucho a César Vallejo, seguí con Julio Verne. Tenía una habilidad para poder expresar las cosas que quería decir. En el colegio, la época de las hormonas, alguien quería entrarle a alguna chica y decía “¿quién sabe hacer poemas?”. Lo iba a hacer gratis y me dijeron “te doy un sol”. Hice los poemas, les gustó y luego, si iniciaste una relación con un poema, tienes que mantenerla con poemas. Tenía que hacer, cada dos o tres días, poemas para más clientes. Incluso amplié el negocio, jalé a mi amiga Elena para que los decore con plumoncitos y todo eso.
—Lima es grande, y ahorita estamos en uno de los extremos. ¿Cómo cambia a un limeño vivir tan alejado de lo que es la “zona céntrica”?
Conoces una realidad totalmente distinta. A veces veía cine peruano, como “Mañana te cuento”, y decía “pero estos chicos salen, tienen un grifo cerca, un mini market, se van en el carro de papá y tenemos casi la misma edad. Yo acá tengo arena”. Yo decía “¿Qué es esto?” “¿Dónde estoy?” Y ahí es donde uno empieza a adquirir una nueva identidad: no eres el limeño clasemediero ni criollo, eres del limeño de cono con tu propio código de conducta, estética, dinámica y semiósfera. Te das cuenta que has crecido en otro ambiente, quizás más rústico, con reglas distintas. Acá, como Vargas Llosa en el Leoncio Prado, tienes que aprender a ponerte a la defensiva bien rápido, tienes que ser muy cauto, mirando siempre los lados y aprender a relacionarte con todo el mundo. Eso lo mantengo hasta ahora, converso con gente del mundo de la cultura y con los patas de mi barrio, a veces nos encontramos y tomamos una cerveza. Es como convivir [con ambos mundos], pero ya sabes quién eres.
Chambi comparte su videos en el canal de YouTube "La biblioteca de Merlín". También hace transmisiones semanales en vivo, cuyo archivo se puede escuchar en Spotify.
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