La mañana en que Gregor Samsa despertó transformado en un monstruoso insecto ha marcado un antes y un después en la cultura de Occidente. Pocas narraciones han sobrecogido tanto a los lectores a través de las décadas como esta, que se desarrolla a través de las páginas de un libro breve pero conciso. Cien años después de su publicación, “La metamorfosis” de Franz Kafka no solo se ha ganado un lugar entre las obras más notorias de la literatura de su siglo, sino que sigue ejerciendo su influencia sobre la imaginación de nuestro tiempo, mucho más allá de los límites de la mera escritura.
Esta breve pieza literaria, además, es una de las pocas que vio la luz cuando su autor aún vivía. Antes de su muerte en 1924, Kafka dejó instrucciones claras acerca de cuál había de ser el destino de sus escritos.
Ninguno de ellos debía sobrevivirle. Debemos a la traición de su buen amigo Max Brod el que estos fueran publicados póstumamente. Pero “La metamorfosis” apareció mucho antes, en 1915. La primera vez, en las páginas de la edición de octubre de “Die Weissen Blatter. Eine Monatsschrift”, una de las revistas literarias más importantes de Alemania en la época y una de las que más impulsaron al movimiento expresionista hasta su cierre, en 1920.
Hay que preguntarse, sin embargo, qué es lo que hace de este libro algo tan singular. La historia de un hombre que, por razones inexplicables, se transforma en insecto no es, en el fondo, tan novedosa. Ya en el año 8 d.C. tenemos el caso del poeta latino Ovidio: su libro de “Las metamorfosis” abunda en ejemplos, tomados en su mayor parte de la mitología clásica, de personas cuya identidad y especie se ve de pronto transfigurada en algo completamente distinto. Con el correr de los siglos, estas transformaciones se repetirán a lo largo de las narraciones populares y en las páginas de la literatura, sobre todo de la fantástica.
En la obra de Kafka, sin embargo, hay una originalidad incuestionable, cuya clave hay que buscar no tanto en los sucesos que dan forma a la trama como en el tono de la narración misma. Abogado de profesión, él conocía a fondo los baldíos pormenores de la burocracia que define buena parte de la vida moderna. A ello se suman sus lecturas de filósofos como Schopenhauer y Kierkegaard, que le ayudaron a refinar sus definiciones de la angustia, la enajenación o la tragedia. Como un Ovidio en los albores del siglo XX, Kafka fundó una suerte de mitología invertida, que profundiza en los sucesos para encontrar su sentido, pese a la sospecha de que este no es más que polvo.
Las obras de Kafka nos presentan la banalidad en su más fiera dimensión. El tono de “La metamorfosis”, por ejemplo, es de un naturalismo tal que el relato resulta aún más abrumador que si hubiese sido escrito en un estilo barroco y recargado. Por más que muchos de sus divulgadores insistan en la oscuridad esencial de los libros de Kafka, lo cierto es que su prosa es lineal y transparente. Es, más bien, lo que yace entre líneas, aquella extrañeza casi ausente, la que resulta perturbadora.
TRANSFORMACIÓN PERPETUADesde que se divulgaron sus escritos, casi no existe una escuela o movimiento literario que no haya conocido la influencia de Kafka. Algunos de sus primeros lectores se cuentan entre los impulsores de las vanguardias en Europa. A ellos se suma una larga lista de escritores, entre los que se incluyen algunos del calibre de Thomas Mann, Vladimir Nabokov, Haruki Murakami o el Nobel sudafricano J. M. Coetzee. También el italiano Dino Buzzatti, cuya obra maestra, “El desierto de los tártaros”, está escrita bajo la notoria influencia de Kafka.
La sombra de Kafka cayó también sobre Latinoamérica. Jorge Luis Borges fue un ferviente lector de su obra, y hasta tradujo muchos de sus relatos. En cuanto a “La metamorfosis”, Gabriel García Márquez diría que “definió un nuevo camino para mi vida desde la primera línea”, así como que le enseñó que era posible escribir de una manera distinta a la que dictaban los clásicos.
Sería un error, sin embargo, pensar que el influjo de “La metamorfosis” se limita a las páginas de la “alta” literatura. Al inscribir el fenómeno de la transformación en el canon de la mitología moderna, Kafka dio pie a buena parte de las obras que hoy forman parte de la cultura popular.
Ante todo, habría que reconocer en Gregor Samsa al antecesor de muchos de los superhéroes de los cómics de Marvel y DC. Personas capaces de cambiar de forma por voluntad propia, o dotados con habilidades que rompen con la definición de lo humano: todos ellos deben a Kafka el que sus realidades nos resulten, a pesar de todo, verosímiles.
Casos notorios son personajes como Spiderman o Ant Man, cuyas habilidades los ligan también al mundo de los artrópodos. De hecho, en los cómics de Spiderman hay un personaje llamado Ashley Kafka: irónicamente, no se trata de alguien con superpoderes, sino que más bien es la psicóloga del hombre arácnido. Asimismo, podemos rastrear la noción kafkiana de la alienación en la ambigua situación en la que viven los Hombres X: discriminados por ser mutantes, pero respetados de alguna manera por el mismo hecho de ser “diferentes”, ni humanos ni monstruos. Eso sin mencionar el libro que dedicó el caricaturista Robert Crumb al autor de “La metamorfosis”.
En estos términos, Kafka no solo escribió un gran libro, un clásico en el pleno sentido de la palabra. “La metamorfosis” ha funcionado, también, como un combustible para la imaginación humana. Debemos a esta sublime pesadilla mucho más de lo que podríamos asumir a simple vista.
Comic Metamorfosis by josemiguelsilvamerin
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CRÉDITOS
Guión: Julio Escalante Rojas
Ilustración: Víctor Aguilar Rúa
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