Aquellos que tuvieron la oportunidad de leer “Austin, Texas 1979” pueden dar fe del talento de Francisco Ángeles. El escritor peruano, que radica hace un tiempo en Estados Unidos, creó una historia en la que la figura del padre trasciende a tal punto de conmover a los lectores. A esto debe sumarse un final de alto impacto, avasallador desde cualquier punto de vista. Estos factores hicieron de la obra una de las más elogiadas de la última década en Perú.
“Austin, Texas 1979” ha tenido una nueva edición, esta vez bajo el sello Literatura Mondadori y ya está a la venta en las principales librerías del país. Al respecto conversamos con Francisco Ángeles vía correo electrónico. Aquí la charla.
Cuando era estudiante de la universidad leía tu página Porta9. Hoy el proyecto no existe más y quisiera traer a colación una frase que te escuché en una entrevista: “Escribir el mejor libro del año en Perú tampoco es gran cosa”. Francisco, ¿por qué dedicarte a esto en un país que lee tan poco?
Porque quiero cambiar la forma de leer que ha dominado la literatura peruana por décadas. Porque no quiero que en el siglo XXI se siga escribiendo como hace 40 años. Y porque no me gustaría que nunca más una novela mala pase como buena porque “reflexiona sobre las contradicciones de un país complejo y dividido” (supuestamente, claro, habría que preguntar cuál fue el producto de esa reflexión). Para que nunca más una novela mala pase como buena porque tiene personajes que “buscan su origen”, y en ese origen siempre cae bien un poquito de multiculturalismo. Para romper el monopolio temático que quiere que los escritores nos limitemos a determinados temas de acuerdo a nuestro país de origen si queremos acceder al ámbito internacional, a los premios, a la academia y a ese museo que algunos llaman “canon”, todo lo que tiene mucha más relación con el mercado que con la experiencia íntima de la lectura y con todo lo que podemos ser transformados a partir de ella. En suma, para cambiar la manera en que percibimos y asumimos nuestra tradición, para comprender que no podemos seguir amparados en fórmulas ya desgastadas, y para decidirnos al fin a habitar literariamente en el siglo XXI. Y también, por supuesto, porque me gusta y me divierte.
Hay otro detalle que me llama la atención y es tu notoria habilidad comunicativa. Fuiste el presentador más buscado para la última Feria del Libro. ¿De dónde surge esta habilidad para comunicar ideas y comentar publicaciones? ¿Lo atribuyes únicamente a tus muchas lecturas?
Supongo que surge de las tremendas aburridas que me he pegado en presentaciones de libros, charlas y mesas redondas que asistí y fueron un plomazo. Siempre me pareció un crimen que te inviten a la presentación de un libro, aceptas y vas, cuando podrías estar haciendo cualquier otra cosa, y te terminen sometiendo a una tortura. Pero no me refiero solo a una cuestión de forma: tampoco suele haber ideas. Solo que, en el ámbito intelectual, el aburrimiento funciona bien como coartada: qué tal plomo esto, debe ser entonces profundo e inteligente, cuando en realidad es todo lo contrario. Eso suele ocurrir en las mesas de escritores: que los participantes no dicen nada. Y, para completarla, esa nada ni siquiera la dicen bien. Hay que cambiar el paradigma del suplicio e inventarnos algo medianamente interesante que ofrecer. Suena sencillo pero no lo es: hay que decir algo y decirlo bien.
¿Vivirás para siempre fuera del Perú o piensas regresar y establecerte algún día aquí otra vez? ¿En qué te ha ayudado a crecer el hecho de estar alejado del ambiente limeño de forma permanente?
No tengo planes de volver, al menos por ahora, pero en el futuro quién sabe. Tampoco es que irme de Estados Unidos implique necesariamente regresar a Perú. Hay 200 países más. Nunca se sabe. Pero por ahora, por diversas razones, me siento muy cómodo en Estados Unidos. Sobre lo otro, para mí ha sido muy útil estar fuera de Perú, pero no por el alejamiento en sí mismo sino porque me permitió encontrarme con otra realidad intelectual y me puso en contacto directo con una serie de ideas, lecturas, debates, que de otro modo nunca hubieran llegado a mí.
Que tu novela haya pasado de una editorial independiente al grupo Penguin Random House es como pasar más o menos como de Universitario al Real Madrid. ¿Cómo has tomado esto? Tras la alegría inicial, ¿hay una sensación de presión que cae sobre ti por este detalle?
No, en absoluto. El ojetivo sigue siendo el mismo: escribir cada vez mejor, llegar a la máxima cantidad de gente posible sin ceder un centímetro en el diseño y la ejecución de los textos, y seguir batallando contra los lugares comunes que sostienen nuestra literatura. Todo eso, por supuesto, puede facilitarse con el apoyo de una editorial grande más que con una independiente. Pero no lo tengo presente para nada al momento de sentarme a escribir.
Al revisar la contraportada del libro pensé que la historia era básicamente sobre Adriana y su locura contra su papá. Pero luego de leer la obra supe que trataba principalmente sobre la historia del padre de Pablo. ¿Cómo se generó esta historia?
Me gusta lo primero que dices. Desde que publiqué la novela, me pasó que en mensajes o emails de gente que la había leído, a veces en persona, el 99% me hablaba de la segunda parte de la novela, que es la historia del padre de Pablo, la que ocurre en Austin en 1979. Me decían que los había impactado, emocionado, que era de puta madre, la mejor parte de la novela, etc. Pero lo curioso es que en las reseñas, a pesar de que la inmensa mayoría fueron muy positivas, casi nadie decía nada de la segunda parte. Inluso gente que me hablaba de la historia del padre de Pablo después reseñaron el libro y casi ni la mencionaron. O a la inversa: la reseñaron, y a partir de ahí establecí algún contacto con ellos, y cuando este se produjo me hablaban de la segunda parte del libro, que casi no aparecía en sus reseñas, a pesar de que la reseñas hubieran sido muy positivas. Y, como dices, ni siquiera la contratapa ofrece detalle al respecto, a pesar de que es la parte más importante de la historia. Por algo el título remite directamente a ella. Todo esto lo menciono por algo específico: para mí el verdadero triunfo de esta novela fue conseguir escribir algo que pudiera conmover, hacerte sentir mal, que te mueva el piso, pero frente a lo cual no puedas decir nada. El antónimo absoluto de la práctica generalizada: en lugar del libro malo que ya sabes cómo defender o cómo justificar su supuesta importancia solo por la temática, antes de haberlo leído, yo quería conseguir el libro bueno que no sabes muy bien cómo justificar que te parezca tan bueno. Eso mismo: el libro que te deje sin habla. Pero con la impresión bien adentro.
Se habla en la novela de temas que para algunos podrían sonar comunes, como la venganza, los errores de nuestros padres y eso. Sin embargo, el tratamiento tan correcto que les das permite que el resultado final sea placentero. ¿Se puede escribir de temas cotidianos llevando la literatura a un nivel superior?
No solo se puede, sino que ese es el gran reto: ganarte al lector con lo mínimo, o sea con la mediocridad de la vida cotidiana. No con la novela del dictador ni de Sendero ni de la identidad nacional, que me parecen temas en los cuales los escritores poco pueden decir en comparación al inmenso material producido en investigaciones de otras disciplinas, ¿no?. Además, ¿cuál es la vida real de la mayoría de gente en 2016? Repito, en 2016, no en 1935. ¿Qué es lo que experimentamos o lo que conocemos? ¿El dictador? ¿La guerra interna? ¿El supuesto trauma nacional de la diferencia cultural? ¿La guerra con Chile? No lo creo, en absoluto. Creo que hay que hablar de lo contemporáneo. Y eso no significa dejar de lado lo político, como alguien podría malinterpretar a partir de lo que vengo mencionando. Todo lo contrario: se trata de pensar en la política actual, real, la de hoy, esa que excede el ámbito nacional y se manifiesta en la explotación, la precariedad y la inestabilidad generalizadas mucho más que en problemas de encontrarse a uno mismo o de “vivir entre dos mundos”. 500 años de garcilasismo fueron suficientes. Pasemos la página. Hay que atreverse.
Has dicho que vienes preparando tu tercera novela. ¿Hay hilos que conecten tus dos primeros libros con el proyecto que vienes trabajando?
Sí, pero primero publicaré este año la nueva edición de mi primera novela “La línea en medio del cielo”. Es una versión tan nueva que ni siquiera sé si debería llamarse igual: en 2008, cuando lo publiqué, ese libro tenía 20 mil palabras. Para esta eliminé 15 mil, me quedaron entonces 5 mil y le sumé 30 mil nuevas. Es decir, de las 35 mil palabras que tiene la versión 2016 de “La línea en medio del cielo”, solo 5 mil corresponden, y ni siquiera tal cual sino corregidas, a la primera edición. Yo mismo no sé si es o no el mismo libro. Y acepto que hay razones muy válidas para defender que es otra versión del mismo libro. Pero también se puede defender que es otra novela. A la larga supongo que da igual: no hay respuesta definitiva, a menos que eso venga de algo tan aleatorio como si la editorial y yo le dejamos el mismo título o le ponemos otro. Lo importante, para mí, es que encuentre sus lectores. Y que, después de leerla, tengan una opinión clara sobre ella.
Finalmente, ¿cómo se ha ido transformando la selección de tus lecturas con el paso de los años y la experiencia lograda?
Siempre leí a los buenos, desde niño. No pasé por la etapa de lecturas de iniciación, best sellers, novelas de aventuras ni nada de eso. Y ahora es igual, solo que los buenos cada vez me parecen menos. No solo en Perú sino en todas partes, no solo en lo contemporáneo sino en todas las épocas: cada vez me cuesta más encontrar un libro que me deslumbre o me llene de ideas o me golpee. Pero hay que seguir buscando, que siempre hay sorpresas.