Mientras por aquí decimos ¿Aló? después de levantar el auricular, en otros predios apelan al ¿Hola?, al ¡Hable! o al ¿Bueno? para empezar una conversación telefónica. Se trata de variaciones de un falso saludo, la constatación de que funciona este canal de comunicación, y que, según el escritor Martín Kohan, resulta un remanente histórico del asombro que, siglo y medio atrás, produjo tal invención en los hablantes: el milagro de hablar con una persona ausente.
El autor argentino trajo a la Feria del Libro limeña “¿Hola?”, conjunto de ensayos breves con los que, a manera de un musical réquiem, se despide del teléfono de línea, aparato analógico que supuso una revolución en las conductas, los modos de escuchar, de esperar o de intercambiar. Con su actual obsolescencia tras los celulares y las redes sociales, se diluyen un sinnúmero de atavismos que, uno a uno, Kohan identifica y analiza con lucidez y resignado humor.
“En algún momento, cada generación tiene que despedirse de las herramientas, incorporadas a sus vidas, que entran en obsolescencia”, señala el escritor, recordando la vieja radio de galena de sus abuelos alrededor de la cual se reunían en familia antes de la aparición de la televisión. “Sin embargo, sumemos a ello una transformación de la tecnología en comunicaciones que en los últimos años alcanzó una velocidad de vértigo”, añade.
—Un réquiem supone una ceremonia de despedida. Curiosamente, la rapidez de los cambios que señalas no nos permite, como sociedad, detenernos a pensar lo que dejamos atrás.
Por eso hablaba del vértigo. Vivimos tiempos de transformaciones muy aceleradas. Yo mismo me encuentro ahora algo desfasado con el E-mail, por ejemplo. ¡Ya suena a cosa antigua! La velocidad de los cambios y la de la nuestra forma de incorporarlos hace que no podamos detenernos. En mi caso, escribir un libro supone detenerse. Y cuando te detienes, adviertes cómo algo que estaba tan presente en nuestra vida ahora ha casi desaparecido. No me opongo a las nuevas condiciones, solo pienso que vale la pena detenerse y revisar qué pasó.
— Leyendo tu libro adivino que muchos otros se han detenido contigo: En “¿Hola?” muchos de tus amigos compartieron contigo ejemplos de cómo el teléfono simbolizó nuestra cultura.
Surgía una y otra vez, y gracias a ello detecté presencias telefónicas donde antes no las advertía, de tan naturalizadas que estaban. Cuando aparece, el teléfono altera las relaciones entre lo cercano y lo lejano. Las recombinó de una manera inédita: pasamos a estar cerca y lejos a la vez, lo que estaba fuera de pronto estaba dentro. El interlocutor estaba presente y ausente a la vez.
— Como si convocáramos espíritus...
Exactamente. Autores como Proust o Chéjov escribieron sobre el teléfono cuando recién apareció, y este carácter fantasmal, con todo lo perturbador que puede ser, es una de las primeras cosas de las que dan cuenta. Para Proust, el teléfono fue una experiencia muy perturbadora al separar la voz del cuerpo, algo que hasta entonces, excepto con Dios y las sesiones espiritistas, eran indisociables. La ausencia del cuerpo y la voz era subsidiada por la escritura. Proust contaba que hablar por teléfono con su abuela le producía un estremecedor efecto ligado a la muerte.
— La naturaleza del teléfono tradicional era su impertinencia. Sonaba y no sabíamos quién hacía la llamada. Hoy parece que nadie hablara por teléfono: preferimos enviar mensajes de texto.
Así es. Hemos vuelto al tiempo del telégrafo.
"No creo que la gente se sienta más liberada, al revés: se siente más atada. Con el teléfono de línea, podíamos no estar a disposición"
— ¿Crees que nos hemos liberado de la impertinencia del viejo teléfono?
Yo no usaría el término “liberado”. No creo que la gente se sienta más liberada, al revés: se siente más atada. Con el teléfono de línea, podíamos no estar a disposición. Ahora todo el tiempo somos objeto de demanda, nunca dejamos de estar conectados. ¡La disponibilidad personal es abrumadora! Al mismo tiempo, hay que ver qué parece atadura y qué liberación: el teléfono de línea era también una atadura. En su “Fragmentos de un discurso amoroso”, Roland Barthes habla de cómo estábamos “pendientes” del teléfono, una espera no se parecía a ninguna otra. Entonces eras esclavo del teléfono porque no te podías mover, no podías salir, ni siquiera hablar por teléfono, pues ocupabas la línea. Eso produjo una determinada subjetividad, y su declinación con la aparición de nuevas tecnologías, trajeron otras subjetividades. Por ejemplo, es muy llamativo que un hecho tan sencillo como que suene el teléfono, sea hoy vivenciado como una “invasión”, casi una agresión, lo que supone que pensemos nuestra subjetividad como un espacio cerrado y protegido. Cada quien se concibe a sí mismo encapsulado. ¡Pero no habría por qué sentirnos invadidos! Es nuestra decisión atender o no. Pienso que la declinación del teléfono ha aumentado exponencialmente nuestra intolerancia a lo inesperado. El miedo al cambio no previsto es un signo de nuestra época. Hoy parece que todo debe ser anticipado y convenido. Toda irrupción, sea grata o ingrata, es desalentada. Por supuesto que la vida no es así, y eso nos pone en conflicto.
— Sumemos a ello el hartazgo por la proliferación de los mensajes sin importancia...
Cuando conversas con la gente, adviertes el “no aguanto más” frente a los grupos de WhatsApp, por ejemplo. ¡Incluso apareció un recurso para acelerar los mensajes de voz porque la gente se agobia al escuchar los inacabables monólogos!
— A diferencia del reloj, que aún nos acompaña, el teléfono de línea nunca pudo ser un objeto de lujo. Quizás por ello no lamentamos su ausencia...
Efectivamente, nunca fue un símbolo de estatus, lo cual me entusiasma. Cuando era chico, el estatus radicaba en acceder al aparato. Pero después no hubo sofisticaciones de diseño o calidad. El teléfono de línea pasó de la exclusividad a la democratización. Como objeto, se resistió a ser símbolo de estatus. Y es que no hace falta: cuando se dice que en el palacio de tal príncipe el inodoro es de oro, solemos preferir que no sea así.
— Tan distinto al celular, con tantos diseños para el cliente que busque presumir.
El misterio, para mí, es que sigamos llamando teléfono a aquello que puede ser una grabadora, una máquina fotográfica, un reloj e incluso una linterna. No sé por qué le llamamos teléfono, si esa es una función que casi nunca usamos.
— Pensemos en ficciones como “La llamada indiscreta” de Hitchcock o el “zapatófono” del Súper Agente 86. ¿Las películas que convirtieron al teléfono como centro de sus historias han envejecido?
Son como capas de sedimentación, producto de la velocidad de los cambios. Empiezan a funcionar como citas históricas, como sucede cuando vemos una película en que dos personas viajan en una carreta tirada por caballos y asumimos que la historia procede de un tiempo en que todavía no había automóviles. Sin embargo, el efecto de la distancia temporal histórica se produce ahora con mucho menos distancia. hasta el tiempo necesario para fabricar la historia se ha acelerado. Cualquier chico de veinte años ve una película de Hitchcock y, al encontrarse con un teléfono fijo, que te obligaba a levantarte para atender, lo asume como el Titanic, enviando mensajes de auxilio a través del telégrafo. La diferencia es que, en lugar de haber pasado cien años, solo han pasado veinte.
—Hay pesimistas que podrían decir que ya estamos escribiendo también un réquiem para los periódicos. ¿Qué piensas?
Ojalá no haga falta. Pienso que tanto el periódico como el libro están resistiendo mucho. Algo tiene este invento, esta tecnología, que sigue siendo necesario como formato. La pregunta es: ¿Cuál es la calidad de lectura? A priori, nada impide que leamos con concentración y detenimiento en una pantalla. Sin embargo, empíricamente hay indicios de que la lectura en pantallas, y mucho más en pequeñas pantallas, resulta más ligera y superficial. Yo sigo leyendo los periódicos en papel, y no hablo de añoranzas por lo perdido. Solo planteo la pregunta: ¿Se lee con la misma concentración en papel que en pantalla? ¿La lectura es igualmente cuidadosa y comprensiva? Hay fuertes indicios de que no es así.
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