En 1991 la locura marcó un hito. “Symbol”, publicado por primera vez ese año en Princeton (Asalto al Cielo Editores), es un poemario que confiere a la letra el valor de un ruido, una interferencia, sostiene Silvia Goldman en su ensayo “La letra que sobra es la letra que falta” (en “Góngora & Argot: Ensayos sobre la poesía de Roger Santiváñez”, editado por Paul Guillén para el sello Perro de Ambiente).Roger Santiváñez rompe con la poesía conversacional a la que tenía acostumbrados a sus lectores en sus tres primeros libros “Antes de la muerte” (1979), “Homenaje para iniciados” (1984) y “El chico que se declaraba con la mirada” (1988). “No era yo quien escribía”, sostiene. “Se trataba de un sonido que escuchaba y provenía de la ventana. Podría haber sido yo, pero estaba guiado por voces”.
AÑOS SALVAJESPero volvamos un poco en la historia. Santiváñez fue uno de los fundadores del Movimiento Kloaka a inicios de los ochenta. Junto con Domingo de Ramos, Mariela Dreyfus, el pintor Enrique Polanco, confesaron desde su “Mensaje” que el MK “odia y rechaza las formas represivas, enajenantes, reaccionarias de todo el sistema educacional burgués”. De igual manera arremetían contra “las formas antihumanas de relación social, basadas en la lucha de clases, en el individualismo y en el egoísmo, cuyo propósito es la destrucción violenta de la inocencia original de las personas”.
De esta manera, proponían “amar, amar locamente a la vida y al amor”, ya que se declaraban “santos, inocentes, puros, locos, fanáticos, peligrosos, visionarios, profetas, proscriptos, transparentes, bandoleros y delirantes”. Sin embargo, aceptaban que todo su radicalismo era “poco para contrarrestar siglos de dolor administrado por empresarios, gerentes, generales, banqueros & bancarios, abogados, doctores, prefectos, alcaldes, obispos, etc.” (“MK (1982-1984): cultura juvenil urbana de la postmodernidad periférica”, editorial Ojo de Agua, 2002).
LIBRO MALDITOLos Kloaka habían idealizado la actitud libertaria al margen de las instituciones, la bohemia salvaje, la formulación situacionista de la urbe y el habla lumpen-callejera. Praxis y poesía caminaban de la mano. Esa vitalidad fue evolucionando en el camino poético de Santiváñez. Él mismo cuenta que la escritura de “Symbol” procedía de una suerte de arranques inesperados e inconscientes. El libro se iba a llamar “El error de los afectos” y lo componía de súbito en cualquier momento. “Para esto tenía un papel enrollado en mi máquina de escribir todo el tiempo, de modo que agregaba uno o dos versos a cada hoja (cada poema) y así seguía”, agrega.
“Estaba imbuido de una paranoia terrible, y quería dejar testimonio de esas voces que escuchaba en mi cerebro, dentro de mí”. “Symbol” contiene cuatro partes, “Poder”, “Matar”, “Imaginar” y “Allucinar” diseñadas por Roger como una suerte de pauta. En un proceso casi místico, el fundador de Kloaka, ex militante de Hora Zero, se fue percatando de la dimensión musical de su obra, su trabajo con la palabra. “Descubrí también que el lenguaje se iba autoiluminando. Los sonidos cobraban su propia y autónoma identidad”. Llegó a darle a las inserciones coloquiales un uso distinto y particular. “Un texto impregnado de la zozobra y la angustia con la que vivió el Perú esos años”, refiere el crítico Julio León.
Un espíritu encallado a oscuras, al que se le sumaba la experimentación plurilingüística y el ritmo desencajado por la alucinación y el (ab)uso de sustancias: “Debidas al dolor que te producía tu negra sociedad / Lo posible obsedió tu mente hasta el rico delirio”. No obstante, Roger confiesa que este libro también tuvo que ver con un amor maldito, musical, nunca soñado.