Lima, 1982. En esa urbe degradada por la mugre y la miseria, apenumbrada por apagones recurrentes y sumergida en la violencia de la lucha ciega entre Sendero Luminoso y la represión institucional, Roger Santiváñez y Mariela Dreyfus, dos jóvenes poetas decepcionados de la izquierda partidarizada y de la precaria democracia belaundista, se juntaron en un bar del centro de la ciudad para compartir una larga conversación catártica. Amparados en un bosque de botellas de cerveza, fundaron así el Movimiento Kloaka, una de las aventuras contraculturales más resonantes de los ochenta.
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Aunque la existencia de Kloaka no se prolongó más allá del año y medio, aquel fue un lapso de profusa actividad, materializada en diversos manifiestos, revistas y recitales celebrados tanto en espacios de la burguesía cultural como en antros frecuentados por el lumpen (entre ellos el bar La Catedral, inmortalizado en la ambiciosa novela de Vargas Llosa). El colectivo liderado por Santiváñez se inspiraba en el anarquismo y hasta cierto punto en el movimiento punk nacido en 1977 -el que tomó el “no future” de lema-, pero se distinguía del nihilismo que marcó esa época por una actitud de adhesión a una utopía vitalista que iba a contrapelo de la fúnebre incertidumbre reinante en un país al borde del colapso, donde ninguna luz ofrecía esperanza. Cuarenta años después, Santiváñez publica “Kloaka y los subterráneos”, volumen que recopila abundantes textos dedicados a explorar los vaivenes y la herencia del referido grupo, así como a las personalidades generadoras de expresiones artísticas –plásticas, literarias, musicales- que florecieron en paralelo a su rumbo.
En el lúcido prólogo de este libro, Luis Fernando Chueca destaca su estructura fragmentaria, cercana al collage, emparentándola con la que constituía uno de los mejores poemarios de Santiváñez, “El chico que se declaraba con la mirada”. Chueca nos recuerda que, según Georges Didi-Huberman, este recurso de montaje nació en la Primera Guerra Mundial con el objetivo de retratar “el desorden del mundo”, y al cual Marjorie Perloff consideraba la expresión más renovadora de ese periodo. Didi-Huberman, asimismo, definía al collage como una forma de interpretar y recomponer la realidad de manera disgregada, renunciando a la totalidad.
Añadiría a esta reflexión que Donald Kuspit hizo notar que la neovanguardia -término al que Kloaka se adscribió-, corriente surgida en la posguerra, reasumió el collage como uno de sus medios representativos. Peter Bruger, por su lado, celebra la postura neovanguardista, calificándola de crítica a la institucionalización de las vanguardias. Santiváñez ejerce el collage y el assemblage a través de una doble coherencia: la de una pretensión y la de un logro. Pretende consolidar con este acto una continuidad ideológica que parte desde sus años de aprendizaje y consigue una congruente visión prismática que reconstruye una etapa artística e histórica en la que Kloaka brotó y se estableció.
La gran mayoría de textos de “Kloaka y los subterráneos” fueron escritos con posterioridad a la liquidación del Movimiento, precisamente en las dos primeras décadas de este nuevo siglo. Muchos son dedicados a los entrañables y revoltosos morituris que protagonizaron el explosivo estado de ánimo de esos años descontrolados. Ahí está el generoso Kilowatt, protosubte y rostro del grupo Kola Rock, destruido por la indiferencia de un sistema que confunde el pragmatismo con la crueldad, o Ricardo Quesada, semisecreto escritor que hizo de su existencia sacrificio y de su oscuro lirismo ancla de salvación. Cierto, Santiváñez adopta las formas de su “Chico que se declaraba” para organizar este libro, pero a la vez asume la esencia del título de otro de sus poemarios iniciales, “Homenaje para iniciados”, con la intención de rendir tributo a los compañeros de viaje que le brindaron tantas noches de complicidad, alcohol y demás efectos especiales.
Hoy, cuando incluso en el ámbito literario se manifiestan perspectivas negacionistas, revisionistas y de compulsiva reescritura de la historia, “Kloaka y los subterráneos” significa un valioso aporte documental y testimonial. Santiváñez, con medio siglo de tarjar versos y participar en los grupos decisivos de los setenta y ochenta, encarna una auténtica memoria viva de la poesía peruana contemporánea. Su voz honesta debe ser escuchada y discutida para enriquecer un debate que hoy es más necesario que nunca.
La ficha
Autor: Roger Santiváñez
Título: Kloaka y los subterráneos. El instinto de vivir.
Editorial: Pesopluma
Año: 2020.
Páginas: 287 pp.
Relación con el autor: amistad.
Valoración
3.5 estrellas de 5 posibles.
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