La proclividad por construir libros mediante la hibridación de géneros es un factor que prevalece en la obra de Abelardo Sánchez León (Lima, 1947). Basta con revisar sus poemarios desde el consagratorio “Rastro de caracol” (1977) para constatar su interés por los textos en prosa donde el lirismo y el aliento memorialista confluyen, muchas veces con armonía y complejidad que no solo demuestran una maestría técnica poco común, sino que también dotan a su discurso de disímiles perspectivas y propuestas. Este ganaba así una dimensión polifacética en la que las confesiones privadas del poeta trascendían el mero desfogue personal para enramarse con ámbitos más amplios y diversos: la arcádica clase media peruana de los años cincuenta que conoció en las décadas siguientes una lenta e irreversible degradación; el ambiente funerario de un país que en los ochenta se convirtió en un buen lugar para morir (“Buen lugar para morir” es el título de su libro de 1984) o la pérdida privada que se transforma en acceso para conocer y comprender el dolor de los demás (como es patente en las poderosas y lúcidas composiciones narrativas de “El mundo en una gota de rocío”, 2001).
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En su más reciente entrega, “Soldado de Dios”, Sánchez León se aventura, premunido por su oficio y el conocimiento obtenidos con el tiempo y la experiencia, a llevar más allá sus indagaciones formales y argumentales. El resultado es un libro inclasificable, que no se resigna a ser catalogado como una mera prosa poética. A ratos testimonio de parte; en otros, una oración laica, por momentos emocional registro biográfico, “Soldado de Dios” parte de dos temas centrales: los lazos amicales y la relación con la divinidad. El primer asunto es constante en la obra de Sánchez León desde su debut, “Poemas y ventanas cerradas” (1969); el segundo, en cambio, apenas si ha asomado entre sus poemarios y novelas. Como ha declarado en una reciente entrevista: “Mi vida no gira en torno a Dios y menos a la religión convencional”.
Sánchez León aborda estos motivos a través del recuento de su amistad con Marcial Rubio (aunque no existe una referencia explícita, es a todas luces evidente que el libro está inspirado en él), autoridad universitaria que pasó en cuestión de semanas de ser un héroe por impedir que la institución que regentaba cayera en manos de la ultraconservadora Iglesia peruana encabezada por Juan Luis Cipriani a un villano que, con la excusa de proteger un bien mayor, cobraba ilegales y excesivas moras a los alumnos más necesitados. Esto concluyó en una renuncia forzada desprovista de toda dignidad. Es en esa coyuntura adversa en la que el autor dibuja este retrato de un hombre que ha sufrido una vida dolorosa y repleta de episodios terribles, pero cuya profunda fe le impide renegar de Dios y lo impele a hacerse fuerte ante la fatalidad y asumir el mandato del poeta William Ernest Henley: “Soy el dueño de mi destino / soy el capitán de mi alma”.
“Soldado de Dios” rezuma lealtad y admiración por el amigo caído en desgracia, pero dista de ser una rendida hagiografía. Si algo caracteriza a este libro es su dura honestidad: recordemos que la amistad no consiste en ensalzar y defender ciegamente al compañero, sino en humanizarlo hasta las últimas consecuencias y, aun así, seguir queriéndolo. Sánchez León, consciente de las exigencias de su fidelidad, enumera los episodios de autoritarismo, arbitrariedad y egocentrismo de Rubio, y nos ofrenda una semblanza que rehúye la ambigüedad o la ligereza para exhibir a un individuo que se ha hecho a sí mismo en medio de la tragedia, sus contradicciones públicas y una fe tan auténtica como insobornable.
Quizá Abelardo Sánchez León no sea creyente, pero ha hecho de la amistad su religión; una no menos legítima que las otras. Y, tal vez, más necesaria.
DATO4/5Autor: Abelardo Sánchez León. Editorial: Lumen. Año: 2019. Páginas: 160. Relación con el autor: cordial.