Frases como “Todo fue un sueño” o “Entonces ella despertó” son las que un lector odia encontrar en una historia, recursos narrativos que hacen sentirnos engañados. Sin embargo, quien lea las ensoñaciones poéticas registradas por Abelardo Sánchez-León en “El tumulto del sueño” redescubrirá la vigencia que tienen en la creación las quimeras, fantasías, ilusiones y deseos. O como lo dice el maestro español Vicente Alexandre, a quien el autor cita en el epígrafe de su libro: “Vives mientras no sueñas”.
“Es verdad, el sueño lo entendemos como una trampa, una evasión, algo que te aleja de la realidad y te sirve de refugio”, reconoce el poeta limeño. Y lamenta que todos sus derivados, sea la esperanza o las ilusiones, hayan sido convertidos en retórica tanto por redactores publicitarios, como por curas y políticos. “Es por eso que uno las escucha con un descreimiento absoluto”, dice.
—Tan descreídos como del “sueño mundialista” del que hablan los periodistas deportivos…
Sí, pero ellos van con su calculadora siempre, lo que los acerca a las matemáticas, al rigor científico [ríe]. Yo tomo el sueño como un velo, como dice el verso de Eugenio Montale, el velo que se interpone entre nosotros y la realidad. Uno ha vivido mucho y ha sufrido mucho, y tu contacto con la realidad queda un poco distorsionado. En estos poemas, mis sueños son muy reales, pero interferidos por este velo indulgente. Y es que así es la vida. Este velo resulta necesario para soportar la realidad.
—En tu poemario, la actitud contemplativa es la que lo define.
¡Por primera vez! Mis amigos me ven más activo, más vital que contemplativo. El único poeta de la generación del setenta que sería contemplativo era Watanabe, que miraba siempre la herencia de Javier Sologuren. Serán los años los que me han hecho tomar cierta distancia del fragor de la batalla, de la noción de transpirar y estar vivo. Puede que mi poesía se haya vuelto más contemplativa, más tolerante, no lo sé.
—Pensando en Sologuren y Watanabe, ¿has experimentado algún acercamiento a la poesía oriental?
Siempre regreso a ella. Es verdad que mis poemas más recientes son mucho más breves que los que escribía en los años setenta. La poesía oriental siempre es limpia, cuidada, con la atención en el detalle. ¡Pero no me he vuelto un monje! Toño Cisneros, por ejemplo, a una edad crucial volvió a sus raíces cristianas, romanas y apostólicas. Se compró todo el paquete. Yo, si algo he comprado, será la capacidad de ver detrás de las cosas, de saber que no todo lo que brilla es oro. Hay que saber distinguir lo profundo de lo superficial. En eso estoy, en poner cada cosa en el lugar que le corresponde.
—¿La palabra ‘sabiduría’ está pasada de moda?
En el Perú, se cree que alcanzas la sabiduría cuando llegas a esa edad en que ya no estás esclavizado por los placeres terrenales y sexuales. El hombre es sabio cuando prima en él la cabeza y el corazón. Es decir, de la cintura para arriba. ¡Es por ello que no goza de mucho prestigio! Pero la verdadera definición de sabiduría nos habla de advertir el valor de las cosas. En nuestra sociedad, solemos proyectar en las cosas un valor que no tienen. Todo se convierte en negocio, en ‘business’.
—En “El tumulto del sueño” hay memoria y fantasías sexuales, como sucede en el mundo onírico. ¿Cómo tus sueños fueron nutriendo el libro?
Al final de su vida, Vicente Alexandre escribía en la cama, a mitad de camino entre el sueño y la vigilia. Él consideraba que ese estado generaba un tipo de poesía. Ese no es mi caso, pero es verdad que cada vez sueño más. Para mí son una válvula de escape. No los apunto y los olvido muy rápido, pero son un complemento de mi vida despierto.
—Se dice que los poetas tienen un poder adivinatorio. ¿Crees en eso?
Absolutamente. Tanto que ya no quiero mostrar mis poderes. Rimbaud dejó la poesía porque ya no la soportaba. Fue él quien definió al poeta como un vidente. Yo me controlo, pero veo cosas que pueden suceder. Y son terribles. Es un don maldito. Por otro lado, la gente se detiene mucho en la coyuntura. Pienso en los ‘selfies’ que se tomaban los congresistas tras haber vacado a Castillo. Solo piensan en el aquí y el ahora. Todos vivimos en un inmediatismo, no hay la posibilidad de ver, de imaginar un futuro.
—Es decir, no hay capacidad de soñar...
El sueño en todas sus vertientes: ilusión, proyecto, esperanza, futuro. Yo ya tengo 75 años, pero mi nieto, que está entrando a la universidad, cómo no va a tener un sueño, una vocación, una mirada del Perú y del mundo. ¡Tiene que haber! Si no, estamos mal.
Sueño mundialista
Hace 30 años, pocos escritores peruanos manifestaban entusiasmo por el fútbol. Por entonces, Sánchez León empezó a cimentar una fama de comentarista deportivo en revistas no deportivas. Su primer artículo, “El fútbol, un estilo de ser peruano”, se publicó en la recordada “Quehacer”, revista política y cultural de izquierda, dirigida a un sector que veía con sospecha al deporte rey, acostumbrados a verlo como un producto alienante. Décadas después, un escritor con ese prejuicio resultaría difícil de encontrar. “Yo creo que el fútbol gusta porque es lo que más se parece a la vida. El VAR trató de ser un pequeño dios en su intención de corregir los errores del humano, pero felizmente estos persisten”, dice.
—Hablando de sueños y visiones, toquemos el tema del fútbol. ¿Cuál fue tu ubicación frente a un campeonato tan atípico, cuestionado desde el principio?
¡Contemplativa! [ríe]. La guerra de Ucrania, el Mundial de Qatar, las protestas en el Perú, la hiperinflación en Argentina, todo ocurre al mismo tiempo en los noticieros. Me impresiona esa capacidad de ver el fútbol mientras todo lo demás sucede. Al jugarse en Qatar, el tema racial entró con mucha fuerza al Mundial. La FIFA tiene una posición ecuménica, quiere llegar a países donde no se juega fútbol. ¡El Vaticano y la FIFA son las dos grandes potencias mundiales!
—¿Te sorprendieron algunos resultados de la primera ronda, cuando equipos que se creían pequeños les ganaron a los favoritos?
Quizás el Portugal-Marruecos, pero Cristiano ya estaba perdido, era un jugador menos. El equipo jugaba para él y todo se volvía muy predecible, mientras Marruecos tiene un estado físico importante. Jugaron hasta el último minuto. Fue raro que Alemania se fuera tan temprano, y España, viéndolo con distancia, es una transición, un equipo hecho con suplentes del Real Madrid. El pecado mortal de Brasil es jugar a la brasileña: no puedes dar por hecho que tu forma de juego es la mejor. Tienes que poner tus ideas de juego en duda para mejorarlas. Y ellos no lo hicieron. Croacia llegó a semifinales por Luka Modrić, una brújula para el equipo. Más bien a Francia la vi cuidando piernas, jugando de forma displicente, supongo que para salir a matar contra Argentina.
—¿Cómo has visto la suerte de las estrellas?
Messi es un jugador conocido en todo planeta, un monstruo. Se porta muy bien, es un hombre de familia. Dice que este es su último Mundial y los periodistas deportivos nunca imaginaron que iba a jugar tan bien. Cristiano Ronaldo no le gusta mucho a la gente porque no debería jugar, es un estorbo, un lastre. Está en el equipo por vanidad. Incluso sus festejos de gol son una celebración narcisista. Neymar es una estrella perturbadora: se cae, se revuelca, grita. No da seguridad ni aplomo. Es un adolescente perpetuo. Entre los jóvenes, destaca el arquero de Marruecos, Yassine Bounou, por su sobriedad, su elegancia para tapar. Y el delantero argentino Julián Álvarez, que cae bien a todo el mundo.
—¿Cómo aprecias la final entre Argentina y Francia?
La final será el encuentro mediático entre Messi y Mbappé, ahora rivales pero compañeros en el PSG. Es un clásico entre Sudamérica y Europa. Argentina es un equipo cohesionado, con mucha fuerza, garra y juventud. Su entrenador, Lionel Scaloni, no vive de los nombres mediáticos. Pero si me preguntas por quién voy, te diré que, por solvencia, madurez y porque tienen a un entrenador osado como Didier Deschamps, mi favorito es Francia. Para los peruanos, ambos países nos resultan cercanos. Ganará el que juegue mejor ese día. Y creo que Mbappé va a despertar.
—¿Y tú sueñas con fútbol?
¡No! Yo me retiré de jugar a los 40 años. No era muy bueno. Siempre digo que era un Manuel Mayorga [volante peruano que jugó en Sport Boys y Alianza Lima en los años sesenta]. ¡Esa es la edad en la que uno debe retirarse! [Ríe].
Director de la revista “Quehacer”, hasta su de-saparición en el 2014, Sánchez León fue jefe de departamento de la Facultad de Ciencias y Artes de las Comunicaciones de la PUCP.
Cumplidos los 75 años, el escritor acaba de jubilarse de la universidad.
Autor: Abelardo Sánchez León
Editorial: Peisa
Páginas: 88
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