El pasado 14 de setiembre, Mario Benedetti hubiera cumplido 96 años. El 24 de abril del 2008, un año antes de su muerte, un periodista de El Comercio tuvo un breve encuentro con el recordado poeta y novelista en su casa, en Montevideo. Fue la última cita del uruguayo con un medio de comunicación peruano. La entrega de unos libros, y el pedido para que autografíe otros más, fue el pretexto perfecto para robarle unos minutos al autor de “La tregua”, con cuyos versos miles de parejas se han jurado su más intenso amor.
Primero fueron dos correos personales desde Lima, enviados al propio Benedetti y a su secretario privado Ariel Silva. Por eso, estando ya en Montevideo, la confirmación de la cita -esta vez a través de una llamada local en una cabina de la Av. 18 de Julio- nos abría paso para un encuentro con el prolífico escritor y poeta uruguayo. “Mario te espera mañana a las once en punto. En punto por favor, él es muy riguroso en los horarios”, fue el comentario de Ariel esa víspera. Además de una veintena de preguntas, llevaba dos libros: uno de Umberto Jara (“Secretos del túnel”) y otro que en Buenos Aires me alcanzó Jorge Barraza (“Historia del fútbol sudamericano”). Había que buscar el encuentro y se consiguió.
El ascensor que conducía a su departamento del séptimo piso de la calle Zelmar Michelini 1337 se abrió justo a esa hora inglesa. La bienvenida la dio Ariel a quien esto escribe y al reportero gráfico Lino Chipana. Mario vestía un buzo deportivo blanco y azul, estaba sentado sobre su mesa de trabajo con varias hojas pequeñas -algunas con muchas correcciones- y un lapicero que siempre lo mantuvo entre sus manos. Miraba apacible. Al ser presentados como periodistas de “El Comercio” de Perú, mencionó el cariño y los recuerdos que guardaba hacia nuestro país que alguna vez le dio asilo político en 1983, cuando su Uruguay padecía tiempos tormentosos.
“Fueron momentos difíciles en mi vida que los saqué adelante en Lima con amistades peruanas como… (piensa) Vargas (Raúl), Thorndike (Guillermo), Oquendo (Abelardo), Lauer (Mirko) y su esposa Lola Salas, Igartúa (Paco), Neyra (Hugo), Ruiz Durán (Jesús), quién más, quién más… Domínguez (el ´Chino’ Carlos), Cevallos (Leonidas), Loayza (Luis) y varias damas que no tardaron en brindarme su apoyo. Mi vida continuó así, acostumbrándome a ser un exiliado y algo de pesimista que, a final de cuentas, es ser un optimista bien informado”, comentó con una voz dulce y casi apagada que parecía confirmar -recordando su rostro de fino bigote- al Mario Benedetti en las tapas de sus libros.
Hasta esa primera frase parecía que estábamos ganando una batalla porque Ariel había cortado de arranque cualquier intento de entrevista. Tan es así que, tras los saludos, todo se nubló. Y no por los flashes que no dejó de disparar Lino con su cámara sino por la sorpresa, especialmente de Ariel, por esas tomas fotográficas. “No, Mario –dijo, dirigiéndose a mí- nunca hablamos de una entrevista y si acepté una visita fue para una entrega de libros y nada más. Mario (por Benedetti) no da notas a ningún diario del mundo. ¿Imaginas la cantidad de llamadas y correos que nos caerán pidiendo una cita? Si ”El Comercio“ publica la entrevista vamos a tener a muchos colegas tuyos solicitando hacer lo mismo. Quiero que me entiendas, por favor”.
Benedetti solo miraba en un largo silencio. De repente, como impulsado por sabe Dios qué, soltó varias frases seguidas: “Señores, comprendan, estamos trabajando”, “estamos trabajando”. Cuando dije que podríamos volver por la tarde, Ariel se negó. En medio de ese departamento lleno de libros, caricaturas, diplomas y recuerdos y un reloj de pared que marcaba las 11:11 a.m., hice un último intento diciéndole a ambos que el mundo cultural (y político) peruano quería saber a través de “El Comercio” cómo se encontraba Mario, cuál era su estado de salud, en qué proyectos trabajaba y si Lima lo volvería recibir ya no como asilado. Y por último, sabedor de su vena de hincha, si seguía gustándole el fútbol.
Hablar de fútbol fue como si de pronto se abrieran las puertas de una represa. El diálogo se tornó fluido. Ahora era Ariel quien miraba calladamente. Lino, en tanto, seguía disparando haciendo blanco en el rostro iluminado del escritor.
Esta noche juegan Nacional con Cienciano por la Copa Libertadores. ¿Quién cree que gane?
Hoy espero que gane mi Nacional de toda la vida.
¿Y qué pasaría si es Cienciano el ganador?
No soy adivino, como ateo no creo en Dios. Si debe haber un triunfador, entonces que gane el que juegue mejor. Es lo lindo del fútbol (Nacional ganó 3-1).
Aparte de escribir, ¿no le interesa ya ir a los estadios? No. Las noticias del fútbol hoy en día se caracterizan por las cifras de los pases, los casamientos de los jugadores o las peleas con el técnico, y cada vez se está más alejado del comentario de una buena jugada.
¿A ese extremo ha llegado el fútbol?
Cada vez se está dejando de lado al deporte como juego para pasar a convertirlo en un negocio millonario internacional y no demasiado limpio.
¿Pero siempre tiene presente al equipo ‘tricolor’ del Nacional?
Yo sigo a mi Nacional pero no concurro más a los estadios, pues además se ha sumado a ese gran comercio del fútbol la violencia entre hinchadas y las barras bravas y esto aleja de la cancha a los adeptos a una sana competencia y a donde uno asiste, al menos yo, a disfrutar...
(En el rostro de Benedetti se notaba que tenía prisa por seguir trabajando. Ya había leído, como acostumbraba, casi todos los diarios muy temprano, acompañado por el riguroso análisis que realizaba delante de Ariel. Por eso dijo que él “escribe cuando lo dejan” en clara alusión a que nuestro encuentro debía finalizar).
Para finalizar, dejando el fútbol ¿a qué escritores admira?
Siempre leí a Marcel Proust, Henry James y Anton Chejov; y entre mis compatriotas a (Eduardo) Galeano, (Juan Carlos) Onetti, (Horacio) Quiroga, (Juan José) Morosoli y (Idea) Vilariño. Ahora, por favor, deseo seguir trabajando.
La última don Mario, ¿por qué en sus novelas estuvo siempre presente el montevideano?
El humilde, siempre el humilde, tanto el de aquí como el que vive en el exterior porque conocí su mundo. No me quedé con la poesía y llegué a cuentos y novelas.
Fue aquí que le pedimos nos firmara algunos de sus libros, que no eran pocos ya que en Lima, tras saber que tendríamos el encuentro con el insigne uruguayo, los encargos corrieron como ríos. Al despedirnos, mirando seriamente a Ariel, señaló: “Ya está. Hoy he firmado más libros que en una feria a estos señores peruanos, pero estuvo bien”.
Mientras descendíamos por el ascensor, recordando los momentos vividos hacía unos minutos, manteniendo aún su viva imagen apagada y hasta enfermiza, evoqué en mi interior dos de sus poemas: “Nunca pensé que en la felicidad hubiera tanta tristeza” y “la muerte está esperándome, ella sabe en qué invierno aunque yo no lo sepa”.
LA ANÉCDOTA
Cuando habló del fútbol y de Nacional, Benedetti recordó a su entrenador Washington ‘Pulpa’ Etchamendi: “Nacional andaba mal y hubo un periodista que al criticarlo le puso como ejemplo al técnico argentino José Pizzuti, que ganaba con Rácing dentro y fuera de su país. Me contaron que le contestó: ‘Pizzuti ataca con todo y por ser soltero, cuando llega a casa, ya tiene listo su asado. Su madre le da cariño. ¿Y conmigo, qué puede pasar? Que tengo que pagar la luz, el colegio de los pibes y ver que alcance el dinero… No, pues, no puedo salir a atacar y que me llenen el arco de goles. Ese gordo fue inmenso”, remató Benedetti, quizá en el único momento que esbozó una cierta sonrisa.