Londres, 1969. Led Zeppelin lanza su primer álbum; los Beatles tocan por última vez desde una azotea; Cream se despide con el disco “Goodbye”; The Who lanza “Tommy”, su ópera-rock; Bowie graba “Space Oddity” y Pink Floyd el “Ummagumma”. Mientras tanto, los jóvenes miembros de una banda de rock que ha empezado a hacer giras, a tener apariciones en TV y ganar cierto respeto, pasan días complicados. Han lanzado ya tres discos con una fuerte influencia sicodélica, con guitarras poderosas y una envoltura clásica que les otorga un sello particular, pero no han tenido el éxito que esperaban. No están muy contentos con su actual cantante y sienten que su música puede volar más alto aún. Una noche, en la segunda mitad de aquel mismo año, tres de estos jóvenes fueron a un bar, por recomendación de un amigo que tocaba allí, para escuchar algo de música, tomar unas cervezas y aliviar la tensión. No pasó mucho tiempo hasta que la voz que venía del escenario se impusiera en la noche, en su mesa y en la espuma. La banda era Episode Six. Inmediatamente, le propusieron a aquel muchacho de garganta poderosa que se uniera a su banda, que se llamaba Deep Purple, y que su voz era precisa para la música que querían hacer. El cantante respondió que ya los conocía, que tenía todos sus discos y le gustaba mucho lo que hacían, mucho gusto, soy Ian Gillan. Este genio que tengo al lado se llama Roger Glover y toca el bajo. Iremos juntos. “Mucho gusto”, le respondieron, cerveza en mano, Jon Lord, Ian Paice y Ritchie Blackmore. La historia del rock había cambiado para siempre.
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“Cuando me uní a la banda con Roger, en la sala de ensayo, todos prendieron sus equipos. Apenas sonaron las primeras notas, me flechó. Fue una radiante cofradía de sonido. Estaba como en una burbuja... Y cuando Roger se unió, fue uno de los recuerdos más hermosos que tengo. Fue como un nacimiento.”, declaró hace unos años Ian Gillan, quien hoy, en el disco número 21 realizado por la banda en estudio, sigue tomando el micrófono, dotando a “Whoosh!” de una personalidad vocal imponente y magnética.
Con la alineación Gillan-Blackmore-Glover-Lord-Paice, la banda alcanzaría muchos de sus momentos más brillantes. Pero la magia no duró siempre. Enemistado con Blackmore como consecuencia de las constantes pugnas por la orientación musical del grupo, Gillan se vio obligado a alejarse y emprender diversos proyectos en solitario, un insatisfactorio paso como frontman de Black Sabbath incluido. Regresa entre 1984 y 1989, cuando se aleja nuevamente, otra vez enemistado con Blackmore, solo para volver, esta vez de forma permanente, el 2002, con el guitarrista ya alejado para siempre del grupo. Tras más de 5 décadas sobre los escenarios, la voz de Gillan se ha conservado en noches vibrantes e infinitas, y sigue estremeciendo en este, el tercer trabajo discográfico de Deep Purple en lo que va de la década, una muestra de que su combustible creativo aun produce fuegos y explosiones.
“Lo que pasó después, fue una mezcla increíble de experiencias, influencias y química humana –siguió recordando Gillan sobre aquel primer encuentro musical-. Y pude escuchar partes de Beethoven, Chopin, también a Chuck Berry, Buddy Rich, a Sonny Boy Williamson... pude escuchar todo esto saliendo de la instrumentación de Ritchie y Jon, de Roger y Paice. Fue amor a primera vista. Música y amor al instante de una forma natural. Pienso que si hubiese pasado 5 minutos antes o 5 minutos después no hubiese ocurrido tal magia. Fue un timming perfecto. Empezó un proceso y duró para toda la vida”.
Whoosh! es prueba fehaciente, vigente y estimulante de ello.
QUEREMOS ROCK
A pesar de los numerosos cambios que han tenido, la formación actual no es muy distinta de aquella que esculpió en piedra el destino de la música contemporánea con “Deep Purple In Rock” - producido hace 50 años-, y que rompió otros moldes con discos como “Machine Head” o “Made in Japan” (1972). Jon Lord falleció el 2012 y Ritchie Blackmore no toca más con el grupo desde los 90, pero permanecen Gillan (voz), Paice (batería) y Glover (bajo). A ellos se suman Steve Morse (guitarra) y Don Airey (teclados). El primero fue, según Gillan, una pieza fundamental para mantener a la banda unida en sus peores momentos (llegó al grupo en 1994, tras la salida de Blackmore y el reemplazo momentáneo de Joe Satriani) y ha tocado con Kansas o el mismo Satriani; el segundo se unió a pedido del propio Jon Lord, quien dejó la banda amistosamente el 2002. Venía de una larga trayectoria como músico de sesión que incluía, además, haber sido parte de Black Sabbath o Rainbow.
Poco antes del inicio de la pandemia, en la primavera del 2019, Gillan (75 años), Paice (72), Glover (74), Morse (66) y Airey (72) se reunieron en Nashville para concebir este disco, cuya producción final se dio ya en estado de emergencia, una situación que obligó a los músicos a cancelar conciertos ya pactados y a estar, prácticamente, sentados en casa, rodeados por sus nietos, como la mayoría de hombres de su edad en el mundo: sus edades los hacían más vulnerables al coronavirus. “Es el parón más largo que nunca he tenido en mi vida. Es extraño, pero estoy vivo”, confesó Gillan en julio al diario español El País sobre esta etapa. Una de las mejores bandas en vivo de la historia también tiene que hacer cuarentena.
“Whoosh!”, 51 minutos y medio de puro power rock en 13 temas, no es ajeno a la situación actual del mundo, a pesar de haber sido escrito antes de sospecharse una crisis sanitaria como la actual. El tiempo, la existencia humana y diversos mensajes ecologistas son línea común a lo largo del disco, producido por el canadiense Bob Ezrin, que ha trabajado con Lou Reed, Pink Floyd (nada menos que en el “The Wall”), Alice Cooper, Kiss, Jane`s Addiction y Kula Shaker (de hecho, el astronauta protagonista de este disco recuerda al de “Peasants, Pigs & Astronauts”, de 1999). Ezrin también trabajó con Deep Purple en sus dos álbumes anteriores, “Now What?!” (2013) e “Infinite” (2017).
¿ES EL FINAL?
El disco abre como en sus mejores tiempos, con “Throw my Bones” -un tema en el que se luce especialmente la guitarra de Steve Morse-. Otras joyas son “The Power of Moon” –con un sonido que recuerda tiempos grunge-, además de “Man Alive”, un hipnótico tema de atmósferas lúgubres. En “Whoosh!” cada músico tiene tiempo para contar su historia a través del instrumento que domina. También destacan temas como “Nothing at All”, “No Need to Shout” o “The Long Way Run”.
Más de 120 millones de discos vendidos en todo el mundo no hacen sino confirmar las pasiones que su música aun despierta. Como decía hace pocos días un seguidor del grupo en la puerta de una tienda holandesa, a la espera del disco, parado al lado de un dummie tamaño real que mostraba al astronauta de la portada: “Este es un paso gigante para un hombre, pero ‘pan comido’ para una icónica banda”.
“Había muchas posibilidades cuando empezamos a grabar ‘Whoosh!’ de que fuera el último disco”, dijo recientemente Ian Paice en una entrevista. A pesar de esto, la situación del mundo parece haberles dado una nueva oportunidad. “Puede que no sea el último disco. Tenemos todo este tiempo muerto. Sabemos que no podremos hacer ningún concierto hasta el próximo año. 10 u 11 meses es mucho tiempo para que los músicos se queden sin hacer nada cuando podrían”, dice el baterista. Y agrega, para regocijo de los fans: “Si podemos y si tenemos algunas ideas que nos gustan, entonces no habría ninguna razón por la que no debería haber otro álbum”.
Larga vida al rock.
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