“¡De Perú, Filomeno, rey del cajón!”, gritó Charly García. Sentado de blanco impecable sobre su instrumento ancestral, golpeándolo a veces con la mano plana, a veces ahuecando los dedos, la metralla del cajonero peruano fue enhebrando la base, el cuerpo y el alma del “Rap de las hormigas”. Era el 14 de julio de 1990 y el Teatro Gran Rex —ese monumento de la avenida Corrientes que se levanta a pocos pasos del Obelisco— estaba de bote a bote: Charly presentaba su disco “Filosofía barata y zapatos de goma”. Bastaron cinco minutos para que el peruano generara la atronadora respuesta tanto de los 3 262 espectadores como de Fernando Lupano, Carlos García López, Fernando Samalea, Fabián Quintiero, Hilda Lizarazu y del mismo Charly, que se lanzaron sobre él como si hubiese anotado un gol albiceleste.
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Casado con una sicoanalista argentina y temporalmente afincado en la capital porteña, Filomeno Isidro Ballumbrosio Guadalupe (El Carmen, Chincha, 1961) había conocido al astro argentino en la Feria del Hogar del año 83. Se lo presentó Miki González, cuya banda lo tenía como cajonero. “Conocí a Filomeno en un almuerzo, él tenía 16 años y era zapateador, no era músico. Como no había cajón en su casa ni en El Carmen, Bam Bam Miranda y yo le obsequiamos un cajón y una guitarra. Y toda su familia empezó a tocar con un talento espectacular. Apenas terminó el colegio se vino a mi casa-estudio. Mi primera grabación de reggae con cajón, zapateo y metrónomo fue con él: ‘Oba Me Boto’. Era muy preciso en sus toques y cantaba muy bonito. Con esa banda de rock tocamos en el auditorio de la Feria del Hogar en 1983”, recuerda Miki.
Y lo sigue haciendo: “Un día de 1989 se sentó a la batería para tocar blues. Pero no sabía nada de batería, aunque sí tenía un gran sentido rítmico. Lo que noté es que su toque sonaba como el de los bluseros americanos. Entonces hicimos el trío Magonba (Marambio, Gonzáles y Ballumbrosio). Tocábamos blues y festejo en el Tarot y el Cantarrana para cuarenta personas. Después nos fuimos a tocar con Félix Torrealba en bajo y con su hermano mayor Cochecho en guitarra. El 91 grabé ‘Mandela’ y el disco ‘Akundún’ con Meno en la batería y con parches electrónicos en ocho canales. Meno estuvo del 83 hasta el 96 conmigo. Los zapateos en el tema ‘Brian Meno’ son suyos. Fue mi gran amigo y un gran músico”.
Son de cajón
El primogénito de don Amador Ballumbrosio --con toda seguridad el más grande caporal en el atajo de zapateadores de todos los tiempos-- desde los cuatro años empezaría a seguir literalmente cada paso de su padre. Con una campanilla en el pecho, aprendió del fervor durante los rituales de adoración de Virgen del Carmen, cuya festividad central es el 15 de julio. Entonces el atajo de zapateadores sale a las calles para levantar polvo a taconeo limpio, con zapatos o a carne viva. El escenario natural son las arterias sin asfaltar de El Carmen, la parada especial ocurre en la calle San José. Entonces toda la familia Ballumbrosio sale para cantar, bailar y zapatear según los mandamientos de ‘Champita’, el gran patriarca que le enseñó a ‘acariciar el arte’, como le confesaría años después a Giancarla Di Laura, su segunda esposa literata y académica.
“Meno era un ser libre: le gustaba la gente, la bulla, cantar, cocinar, conversar. De una generosidad máxima, tenía el gran talento de siempre encontrar músicos en personas que, como yo, nunca habíamos agarrado antes un instrumento”, dice Di Laura, quien partiría el año 2000 a los Estados Unidos con Ballumbrosio y la hija de ambos. Así, el músico seguiría desarrollándose en Tucson, Chicago, Boston, Austin, Houston, Nueva York, Detroit, Washington, Arizona, Illinois, Wisconsin y Kansas. Hasta que finalmente anclaron en Texas. Su versatilidad le permitió transitar cómodamente por el jazz, el blues, la salsa, el merengue y otros géneros. Como la vez que en Chicago conoció al guitarrista Dan Völl y formaron el inclasificable Combo Loco.
“Hacía tocar con naturalidad la percusión a muchos amigos literatos cuando nos invitaban a congresos o cónclaves académicos, relajando la solemnidad de tales reuniones y despertando la humanidad profunda, el goce de la vida que la música aporta. Realmente Meno era una persona maravillosa que desparramó su amor, su espiritualidad, sus creencias y sobre todo sus costumbres a los cuatro vientos, ganándose el cariño sincero de muchísima gente de todos los sectores sociales y profesionales. Sin embargo, nunca hubo para él un mejor sitio que El Carmen, ni nunca hubo una persona tan grande como su madre, Adelina. Y siempre tuvo un tremendo amor por Valentina, su hija, por quien luchó hasta el último día. Gran percusionista, cantante, zapateador, Meno llevó su cultura adonde llegó”, puntualiza su viuda, sobreponiéndose al dolor.
El ciclo del lundu
“Todos los dolores juntos, los del hermano y del amigo, llegan con la partida de Filomeno. Lo conocí en los ochenta en la bohemia barranquina. Nos refugiábamos del terrorismo en El Carmen junto con Abelardo Oquendo, Chaqueta Piaggio, Chevo Ballumbrosio y otros. Era un pueblo muy pobre, pero lleno de alegría liderado por Don Amador y administrado por Mamá Adelina, que siempre nos puso un plato de comida sobre la mesa. Gracias a Filomeno empecé mi carrera fotográfica documentando la vida y el alma de esta gente maravillosa a lo largo de 20 años. Luego me fui a New York y Filomeno a Houston. La última vez fue en ese memorable concierto que organicé en el Instituto Cervantes de New York junto a Susana Baca. Se tocaron el panalivio más hermoso que haya escuchado y Filomeno zapateó en el estrado como todo un Fred Astaire”, señala el fotógrafo y documentalista Lorry Salcedo.
Perito en sonidos de repique desde las puntas del cajón, tanto como del centro y de los otros lados desclavando los ángulos, Filomeno fue un auténtico ‘lundu’, palabra de origen bantú que significa ‘sucesor’: en la palma de sus manos brillaron festejos, aguenieves, panalivios, zamacuecas y tonderos, que vienen del lundero y, de esta manera, completan el círculo vital del lundu. Así, su recuerdo se instala al lado de creadores como Francisco Monserrate, Caitro Soto, Eusebio Cirio “Pititi”, Chocolate Algendones o Canano Barrenechea. Nada menos.
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