Cuando entramos, la audiencia se calentaba con los últimos éxitos del reggaetón: Bad Bunny, Karol G; pero también los clásicos como Daddy Yankee e incluso el ska de Los Auténticos Decadentes. Las mezclas de DJ Towa, animadas por su coreógrafo Mike Robalino, eran correctas más que nada, pero el público quería bailar y lo iba a hacer de todas maneras. Aún faltaban dos horas para el espectáculo principal, pero el alcohol ya fluía raudo, y los coros, constantes. “Acaba J Balvin y vao’ a tonear al barrio”, escucho decir a alguien.
A las 10:00 PM no sale aún el artista, pero en las pantallas gigantes se anuncia que en algún lugar de Lima se esconderá un par de Air Jordan especiales del cantante, solo para sus seguidores de Telegram. Provecho para quien encuentre las zapatillas, valorizadas en 1200 aproximadamente (sin contar gastos de importación).
Veinte minutos después de la hora anunciada, las luces se apagan. Tonos rojos pintan el escenario, así como imágenes con efecto de estática en la pantalla. Un J Balvin vestido de blanco aparece en solitario primero, luego sus seis bailarines, que lo acompañarían para casi todo el show. Ellos de rojo, él de blanco (por ahora). Suenan sus éxitos “Mi gente” y “Reggaetón”, luego otra de sus colaboraciones clásicas, “Bonita”.
Es él solo, sin banda, y solo su DJ como es el estándar de la música urbana. La gente le responde emocionada (pero no tanto como lo estarían en un rato), cantan con él, y él a su vez le responde a una inexistente Rosalía en el hit “Con altura”. Aquí ya se deja ver el efecto de los bloques de pantallas en la parte inferior y superior del escenario, el piso y el techo que, sumados al fondo, crean el efecto de envolver al artista. Es el empaque de su propuesta.
Entonces, tracks del álbum “Colores”, un compilatorio irregular: “Blanco” y “Amarillo”. Es en el último donde se nota el interés del público, aunque hubo de todo: los que saltaron, los que en su sitio se movieron apenas, y lo que conversaban con los suyos. Había espacio para moverse en la zona Platinum, para cambiar de posición y obtener un mejor ángulo. Luego sonó “Azul”, que es donde realmente se notó el efecto de la profundidad de la pantalla. Hablar brevemente de la peruanidad del pisco da pie a “Morado”, una oda al consumo de alcohol y sus efectos que el público ya experimenta en ese momento, sea entre el gentío o en los boxes que sí alcanzaron a llenarse.
Y como la suma de todos los colores es el negro, el escenario se apaga otra vez para dar paso a un J Balvin más callejero, como si recordara sus inicios: es la hora de “Tata”, “Medusa” y “X”; donde esta última obtuvo la mayor respuesta del público. Fueron las colaboraciones, antes que los temas lanzados en solitario, las que tuvieron mejor recepción en todo el show. Para muestra, un botón: “Safari”, que siguió en el repertorio. Qué digo uno, dos botones: también “6AM”, con Farruko, que pintó de naranja a público y escenario por igual con un amanecer que no conocemos en Lima, donde el sol surge de las aguas.
Recién vamos a la mitad del show cuando suena “Ay vamos”, uno de sus clásicos de toda la vida que conecta con la audiencia, a la que ganas no le faltan para romper el suelo con el perreo, hasta abajo entre la marea, hasta abajo también en los boxes, donde celebran con amigos, felices. Las LED muestran los artes que caracterizan al cantante: un mix de animación 3D y 2D, como esos segmentos breves cuando MTV todavía era un referente musical antes de YouTube y Spotify. Regresamos a la era “Colores” con “Rojo” y hay un cambio, pues Balvin, ahora con bermudas, aparece también con un a mancha roja en su polo blanco, la sangre de un corazón arrancado (¿en qué momento se manchó? no me fijé). No es sutil y tampoco lo es el efecto de la sangre espesa que chorrea por las pantallas que también son techo y piso.
Con un atuendo rojo y naranja, Balvin empieza con los agradecimientos a la audiencia. Un collage de fotos de los asistentes al show de Perú que, horas antes de que abran las puertas, ya estaban en los exteriores del Arena Perú para obtener el lugar más cercano. “Quiero saber dónde están los soñadores”, dice J Balvin, quien por un momento vuelve a ser el no tan famoso José Álvaro Osorio, cuando se presentaba aquí incluso en el programa “Combate”. “Perú fue el primer país que me abrió las puertas”, dice y pide que los espectadores prendan el flash de su celular. “Cada luz de ahí es una luz de un sueño de esperanza”. Algo redundante, pues parte vital de la música urbana es vender el viaje del héroe que surgió desde abajo (o desde no tan abajo, como José) para conquistar el mundo. Otra vez, sin sutilezas, pero, insisto, el que busca eso se equivocó de concierto. En algún lugar de ese discurso suena “La canción”, una de las más cantadas de la noche y que, otra vez, es una colaboración del “Oasis” que lanzó con Bad Bunny.
Ya en la recta final se escucha “Qué calor” y con ese, las pantallas presentan oro y billetes que, estoy seguro, motivarían una malintencionada “tiradera”. Luego, algo variado: “Loco contigo”, “Ritmo” (un sampleo de “The Rhythm of the Night”), “AM Remix” (Más Bad Bunny), “Poblado” (con Karol G), “Otra vez” (con los maestros Zion y Lennox), “Ahora dice” (con Ozuna y Arcángel) y un tema que, en palabras de Balvin, tenía que cantar de todas maneras en Perú: “Yo te lo dije”.
Pausa: aparece el paisano de Balvin, Ryan Castro, con el que canta “Nivel de perreo” y cuya voz grave se complementa bien con el artista principal. Luego Balvin descansa, se va del escenario y deja solo a Castro con su “Jordan”, pero el colombiano no abusa de la bienvenida y se va al poco rato. Entonces el DJ da paso a un grupo de bailarines de Colombia y Perú, que hacen una presentación correcta. Balvin vuelve vestido de negro, el opuesto de cómo empezó la noche, y sigue con el trecho último: “Mojadita”, “Qué pretendes”, “Yo le llego” y “No me conoce”. Ya aquí había gente de pie en las barandas de los boxes, felices. O con mucho alcohol en su sistema. Tal vez ambas cosas.
¿Encore? Sí, pero no hizo falta que la gente lo pidiera mucho. Ya estaba parametrado. Bastaron unos cuantos gritos de “otra, otra”, para que se active la “yapita” con “Ginza”, “I like It” y su hit internacional “In da Getto”, que hizo saltar a la gente y, recién entonces, se vivió el momento más intenso de la noche.
Y se acabó. Sea por la energía ante el último tema, que bien podría haberse mostrado más en otros momentos, o por los coros que siguen incluso cuando el artista ya se había ido, supongo que la promesa que escuché al inicio se cumplirá. De todas maneras, Balvin hizo su trabajo. Una receta sencilla, rápida, con pasos que se cuentan con los dedos de la mano. Eso no es poco.
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