La política suele ser un terreno pantanoso donde la mayoría de quienes ingresan entre aplausos se despiden del poder sumergidos en el desprestigio, condenados al olvido o simplemente condenados. Lo hemos confirmado durante estos últimos años y, por eso, puede resultar extraña la aparición de una figura cuya labor política termina siendo más elogiada que criticada. Este es el caso de Ricardo Palma, el escritor y periodista que, tras haberse cumplido 100 años de su fallecimiento, vuelve a ser estudiado, aunque esta vez en su faceta de senador por Loreto. Una mirada oportuna, ahora que estamos a pocas semanas de elegir un nuevo Parlamento en medio de la incertidumbre.
Se trata de “Ricardo Palma y la tribuna parlamentaria. El tradicionista senador (1868-1873)”, una investigación de Fernando Flores-Zúñiga. Aunque el autor asegura haberse concentrado principalmente en el desempeño político del escritor, se basa también en su recordada labor periodística y literaria para darle sentido a su llegada y eventual retiro del trabajo de representación.
“Palma es la clara figura de un político intelectual, una imagen que pocas veces hemos visto en nuestra historia. Para mí Alan García fue un intelectualoide, José Luis Bustamante y Rivero fue un poeta que escribió tratados de historia, y Fernando Belaunde publicó libros más propagandísticos de su doctrina. Pero Palma pensaba en hacer política de la literatura y literatura de la política”, señala el autor en conversación con El Comercio.
—Otras épocas—
Oswaldo Holguín Callo, uno de los más reconocidos biógrafos del autor de “Tradiciones peruanas”, aseguraba que ser periodista y político fue una suerte de sinonimia durante una gran parte del siglo XIX. Palma usó su habilidad literaria para hacerse de un nombre a través de diversas publicaciones que, con el paso del tiempo, lo convertirían en senador con apenas 35 años.
“Su ‘sensibilidad social’, para decirlo de una manera moderna y cursi, se traduciría en una acción política que –errada o no, apasionada o relativamente calculada, fracasada o triunfal– logró finalmente concretarse en una realidad personal”, escribe Flores-Zúñiga en el quinto capítulo de su libro.
La política no fue menos corrupta durante el siglo XIX. Incluso registró mayor violencia. Pero las intervenciones en el hemiciclo eran completamente diferentes a las que hemos podido presenciar durante los últimos años. Y Flores-Zúñiga se ha valido del diario de debates de la cámara de diputados y senadores que conserva el Instituto Riva-Agüero para recuperar los discursos proclamados por Palma, así como para recrear las discusiones en las que participó. Quizás el debate más emocionante fue el llevado a cabo el 28 de octubre de 1872, en el que se pretendía concretar una acusación contra los ministros del fallecido presidente José Balta y Montero, apenas tres meses después de que este fuera asesinado mientras dormía. “Fue una discusión atilesca y Palma fue ferozmente veraz al combatir la hipocresía con la que se pretendía atacar al que estaba caído”, asegura el autor.
—Cierre definitivo—
El recordado tradicionista, quien por aquel año acababa de publicar la primera entrega de sus célebres tradiciones, había trabajado como secretario personal de Balta. Por eso, el brutal asesinato del presidente y la imposibilidad de concretar varios proyectos de ley debido a la feroz oposición parlamentaria le dejaron un sinsabor que lo motivó a regresar a su labor artística. “Abrumado por las decepciones, enfermo de cuerpo y alma, he vuelto a la vida literaria, santo refugio para el espíritu en las horas de tormenta. La conciencia me dice que acaso hago en esto un servicio a mi país”, escribió Palma en una carta fechada el 12 de enero de 1875 y dirigida a su amigo Juan María Gutiérrez.
Aunque en varios tramos del libro pueda sentirse una exagerada admiración del autor hacia el recordado escritor limeño, lo cierto es que no son pocos los motivos para ello. Una publicación que, en vista de las próximas elecciones parlamentarias que tendremos que encarar, conviene quizá revisar a modo de preparación.