Es el maestro. Lo fue y lo será siempre para muchos de los que nos inscribimos en el Teatro de la Universidad Católica, que se fundó en 1961, y sigue activo en su esencia a través de otras formas institucionales. La marca del TUC inspirada por Ricardo Blume ha dejado una huella que puede rastrearse con facilidad en una muy buena parte del teatro en nuestro país. No solamente a través de los cientos de personas que fueron directamente alumnos de Blume, sino también de los muchos más que fueron o son alumnos de sus exalumnos.
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Pero hay más, porque la marca que construyó Blume con quienes fueron sus seguidores, por no decir discípulos, se ha extendido a la formación de instituciones, grupos, colectivos, espacios de encuentro que han dado mayor peso social a esta marca. Podríamos enumerarlos si no tuviésemos temor a quedarnos cortos y dejar de mencionar a alguno.
Tal vez sería importante revisar el panorama del teatro peruano cuando Blume llegó a él. Si bien ya el Perú había tenido la experiencia fugaz de la fundación de una Escuela Nacional de Arte Dramático y una Compañía Nacional de Comedias durante el breve gobierno de José Luis Bustamante, en el momento de los inicios de Blume en el teatro estas ya habían desaparecido. Su opción fue la de la Asociación de Artistas Aficionados, la AAA, y los cursos que allí daban Ricardo Roca Rey y Luis Álvarez, a quienes consideró desde entonces sus maestros.
Su debut en la escena fue el 29 de octubre de 1952 con una versión de “La mujerzuela respetuosa”, de Jean Paul Sartre, a la que le sucedieron casi todos los montajes de la AAA, mientras tomaba clases con Roca Rey y con Álvarez. Pero fue consciente de sus limitaciones y, como quería tener la mejor formación posible en esos años, partió a España con una beca del Instituto de Cultura Hispánica.
Al volver, en 1961, lo esperaba una propuesta de trabajo que era hacerse cargo del Teatro de la Universidad Católica, que estaba en busca de director. El maestro Blume ha contado muchas veces lo difícil que le fue aceptar esta tarea. Pero la asumió con todo el nerviosismo y el coraje que se necesitan para salir al escenario.
El teatro universitario fue para él un reto mayor. “Yo no soy universitario”, decía, recordando que nunca había sido formalmente estudiante en alguna universidad, cosa que, si éramos todos sus alumnos, nos repetía: “No olviden sus estudios”, y en ese tiempo debíamos firmar un compromiso de no descuidar nuestros estudios en la facultad que estuviéramos. Muchos le hicimos caso, pero otros no, y muy pronto hubo profesionales que habían estudiado en el TUC con él.
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Blume, como la gran mayoría, si no la totalidad de los actores a mediados del siglo XX, no fueron a la universidad; o si lo hicieron fue solamente para complacer a sus padres o por mera curiosidad intelectual. Porque entonces no había estudios universitarios de teatro. La gran mayoría se formó sobre el escenario, como había sido gran parte de la historia del teatro. Blume era, pues, en cierto modo, como muchos de los grandes creadores del siglo pasado, un autodidacta.
Desde que lo conocí, fue un estudioso permanente y no tuvo problema alguno en dejarse dirigir, y tuvo la fortuna de ser llamado por los mejores directores de teatro cuando fue contratado en México por Televisa. Y si bien tuvo una gran fama y arraigo popular desde “Simplemente María”, a la que le siguieron otros muchos éxitos en la televisión comercial, nunca dejó de hacer teatro, fue llamado como miembro de número de la Compañía Nacional de Teatro y ganó en repetidas ocasiones los más importantes premios de la crítica teatral.
Siempre quiso ser escritor, y si bien dejó un par de libros como consecuencia de sus colaboraciones de los jueves en El Comercio, probablemente esa fue una de las pocas tareas que le fue esquiva en su oficio de actor y director, pero sobre todo de maestro.
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