Explorar sin más límites que los que el propio cuerpo impone. Aquel que danza busca el movimiento con conciencia plena y desde esa conciencia crea y recrea: trabaja con sus emociones e impulsos y los comparte con el espectador. Esta nueva edición del FAE Lima es, precisamente, una oportunidad para conectarnos con ese mundo de emociones.
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El cartel para los diez días de festival es amplio: 18 montajes entre nacionales e internacionales y, entre ellos, “Los regalos”, de la Compañía de Teatro Físico, que se presentará el 3 y 4 de marzo en el Centro Cultural de la Universidad de Lima. Integra el elenco de ese montaje Miquel de la Rocha, a quien reunimos aquí con la curtida danzante Mirella Carbone para desentrañar los misterios de las posibilidades expresivas del cuerpo. De la Rocha es fundador y director de la escuela de circo y danza Agárrate Catalina. Mirella es bailarina, coreógrafa y maestra, y su empeño y pasión lograron hace unos años lo que parecía imposible: que se estableciera la especialidad de Danza en la Facultad de Artes Escénicas de la PUCP.
¿Cómo es su aproximación a la danza-teatro? Entiendo que provienen de distintas formaciones: Miquel del circo y Mirella de la danza moderna, específicamente.Mirella Carbone: Yo provengo de la danza moderna, que es un género que agrupa diversas técnicas. Surge en contraposición a la danza clásica para que el cuerpo se exprese de una forma más libre y menos estructurada, más orgánica. La danza hoy se alimenta de distintas disciplinas que pueden ir desde el yoga, el ballet clásico, los bailes folclóricos, la danza Butoh y muchas expresiones más. De esas distintas posibilidades surge la danza-teatro.
Miquel de la Rocha: En mi caso, la aproximación a la danza llega a los 17 años, relativamente “tarde”, porque se supone que a estas disciplinas hay que acercarse lo más temprano posible, pero yo quería ser payaso inicialmente. En el camino de mi formación, fui incorporando distintas expresiones que se complementan y que me sirven para lo que necesito decir.
Es una necesidad de “decir” que prescinde de las palabras.MR: De eso se trata precisamente, de hablar con el cuerpo. El cuerpo como herramienta de exploración. A través del movimiento y su repetición, vamos despertando emociones que permanecen ocultas o dormidas, pero están ahí.
MC: Es que el cuerpo tiene una memoria colectiva. Desde que nace, el ser humano se conecta con el mundo a través del movimiento: primero es torpe e inseguro, pero luego va alcanzando un equilibrio. Es un proceso intuitivo básicamente, muy distinto a lo que sucede cuando se incorpora el habla.
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Pero esa exploración inicial se va perdiendo en el camino de adaptarse al mundo y sus convenciones, vamos perdiendo libertad corporal.MC: La exploración en la danza trata de encontrar quién es uno verdaderamente, detrás de lo aprendido. Se trata de perder el miedo o la vergüenza para dejar al cuerpo decir lo que siente sin el respaldo de la palabra.
MR: Por eso en la enseñanza apelamos al espíritu infantil que todos albergan en su interior. Cuando dejamos que aparezca nuestro lado niño o niña, volvemos a la capacidad de jugar con nuestro cuerpo. Hay cosas que solo hacemos cuando somos niños. En la práctica esto puede lograrse a través de movimientos reiterativos. La reiteración va liberando al cuerpo de sus límites.
¿En tu condición de hombre has encontrado barreras como performer o profesor?MR: Creo que existe temor en sociedades como la nuestra cuando se elige la profesión de artista, sea cual sea, y si eres hombre el temor es mayor. Todavía hay prejuicios fuertes. En la enseñanza, por ejemplo, ha sido interesante observar a las niñas cuando vienen al taller de circo. La mayoría elige el trapecio. Creo que ser iluminadas en el aire, en traje de lentejuelas, forma parte de una fantasía femenina, no lo sé, las motivaciones son tan diversas…
MC: El tema del género es complejo y hay mucho por debatir. Hay que abrir la mente y el cuerpo en simultáneo, cambiar la forma de mirar. En el caso de la danza, hombres y mujeres buscan lo mismo: la expresión única del cuerpo, un proceso que exige tiempo y paciencia para la práctica, la investigación y la observación.
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