Nuestra Lima, la que cumple este 18 de enero 487 años, era otra en 1991. Palabras como hiperinflación, terrorismo y pobreza hacían eco en todo el país, y la capital no era la excepción. A contraparte, ideas como espacio público, arte o, peor aún, la combinación de ambas, no tenían cabida en el imaginario de la mayoría de limeños. Sin embargo, donde sí tuvo cabida fue en la cabeza, en las manos y en el arte de Ricardo Wiesse (Lima, 1954), quien con el apoyo del entonces alcalde de Miraflores, Alberto Andrade, y a solicitud del responsable cultural del distrito por aquellos años, Luis Lama, se aventuró a diseñar y dar vida a un mural que cubriría 10.000 metros cuadrados de las paredes interiores de la Vía Expresa, en el tramo que abarca ese distrito.
En 1997 se hizo un trabajo de mantenimiento. Sin embargo, desde entonces, el mural quedó fuera de las prioridades de las gestiones municipales.
“En el interior de la Vía Expresa que conecta el centro de Lima con la Costa Verde se encontraban hasta hace poco los restos mortales del mural cerámico de Wiesse, un impresionante mosaico elaborado a inicios de los noventa que se fue deteriorando con el paso de los años. Las mayólicas empezaron a caer y el arte urbano, el grafiti que empezó a cubrir la obra, reinterpretó la cara que entonces mostraba el mural. Era el símbolo de una ciudad que dejaba de lado su relación con el arte, y la relación de este con el espacio público”, dice Rafael de Orbegoso, investigador que acompañó a Ricardo Wiesse en la restauración y reinterpretación de su obra.
El proyecto presentado por Ricardo Wiesse a la Municipalidad de Miraflores en 1991 contemplaba un área estimada de 1.200 metros cuadrados. En apuntes de la época, Wiesse señala: “La obra consiste en el recubrimiento de los muros de ambos lados de la Vía Expresa, sección central del distrito de Miraflores. Utilizaré material cerámico de desecho, pegado y ordenado sobre la superficie de acuerdo a un patrón lineal cromático determinado a escala 1:200, que se trasladará rigurosamente a dimensiones reales. Se tendrán en cuenta las caras laterales y los soportes de los puentes”.
El trabajo entonces fue financiado por el municipio, pero contó, al igual que hoy, con auspicios de la empresa privada. Así fue la construcción del proyecto monumental que se convirtió en símbolo de Miraflores.
Una pared, un sueño
La actual gestión de la Municipalidad de Miraflores, encabezada por Luis Molina, decidió por fin apostar por la restauración de las cinco cuadras de muros forrados de cerámica vidriada. Miguel Molinari, gerente de Cultura y Turismo del municipio miraflorino, cuenta que los trabajos de restauración, comandados por Ricardo Wiesse, comenzaron en octubre del 2019, pero la obra tuvo que ser suspendida al desatarse la pandemia del coronavirus. Los trabajos se retomaron el 3 de mayo del 2021 y terminaron en diciembre. En el año del bicentenario, nuestra capital sí tuvo una obra que inaugurar.
Ricardo Wiesse habla de la restauración con la evidente satisfacción de un trabajo bien hecho y con un tono entre alegre y melancólico. No se cansa de agradecer el aporte de la empresa privada con la donación de mayólicas, andamios y pegamento; y resalta la voluntad del municipio de Miraflores, pues él siempre estuvo dispuesto a trabajar en la restauración, solo que no encontraba eco en las autoridades. “Era triste y doloroso ver el mural caerse de a pocos”, dice. “Hice este mural pensando en la ciudad, en traerle un poco de aire, en dar a los habitantes de Lima un espacio en el cual encontrar un respiro. De pronto parecía que todo eso no era importante”, añade.
Un nuevo futuro
La restauración de esta magnífica obra fue realizada por 35 jóvenes especialistas comandados por Jorge Gutiérrez, productor de obra que Ricardo Wiesse convocó en esta oportunidad tal como hizo hace 30 años. Jorge se encontraba trabajando en Argentina, pero no dudó en repetir la experiencia al lado de Ricardo, su viejo amigo.
Sobre la obra restaurada, Wiesse escribió: “La actual es una versión sintetizada de la anterior, cuyo diseño de líneas repetidas aludía al mar y al desierto intercalados como las esencias del paisaje natural que enmarca la urbe. Ahora, el espacio abierto sigue siendo el tema, pautado por una fracción de las verticales ondulantes previas. Sus grandes tramos vacíos se disuelven en fronteras porosas, en pasajes paulatinos de un tono a otro, acordes a los cambios leves de los arenales silenciosos, a las gradaciones sutiles que pueblan las perspectivas despejadas y a la simplicidad que apacigua y neutraliza las vibraciones hostiles del entorno”.
El mural, sin duda, acompaña a los transeúntes como un respiro de aire fresco que los libera de toda agresión visual. Ricardo Wiesse destaca que el recorrido no impone representaciones literales, sino que invita a soñar. “No son líneas definidas ni figuras concretas. A mí me gusta alimentar la curiosidad visual del transeúnte. El arte abstracto enfrenta a las personas con los estímulos que se le presentan, despertando su sensibilidad. Si alguien, al verlo, siente que le alegra el día, con eso me basta”, dice el artista.
Rafael de Orbegoso celebra con especial alegría el término del trabajo y la posibilidad de una ampliación del mismo. “¿Te imaginas si los murales de toda la vía ofrecieran al transeúnte la posibilidad de disfrutar un espacio de respiro en medio del caos? En términos de desarrollo social y económico, nuestro país ha progresado, pero sus manifestaciones culturales continúan careciendo de la importancia que merecen”, dice.
Restaurar el mural de la Vía Expresa, en lo material y en lo simbólico, devuelve la esperanza en esta ciudad que se erige en medio del caos. Para quienes tenemos más de 30 años se trata de la restauración de 10.000 metros cuadrados de purita nostalgia.