No merecía menos Argentina. Demasiado golpeada, demasiado sufrida. Y esta final de Copa del Mundo, como alegoría de estos últimos años de convulsión sociopolítica, de una Latinoamérica que encuentra consuelos en el fútbol, lo más importante de lo menos importante, fue dramática como gran novela, melodramática como telenovela, perfecta como el guion más inverosímil. Pero fue.
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En la avenida Corrientes, la más transitada de la capital, ya era fiesta en el entretiempo. Messi de penal, como no era para menos, y Di María de contragolpe, sellando la actuación más sobresaliente del partido, instauraron las celebraciones de un encuentro que mostraba a una Francia opaca y desconcertada. Pero allí estaba Mbappé, quién más que Mbappé, para poner todo de cabeza. Malos aires entre los porteños. El 1-2 ni se sintió mientras la gente celebraba. Y el 2-2 llegó como un golpazo inesperado e irreal. Al alargue entonces.
Los 30′ extra fueron de película y fue Messi, quién si no, el que puso el que parecía un 3-2 definitivo. En la avenida 9 de Julio el gol se celebró sin verse: a través de la radio de un taxi que subía el volumen para compartir la emoción; o en las afueras de tiendas y restaurantes frente a una tele que transmitía para los que no podían ingresar.
Albicelestes
Hasta que los 115′ los sueños se atenuaba nuevamente por culpa de Mbappé, otra vez Mbappé. Sueños atenuados, pero nunca la esperanza, que seguía intacta. Hasta que llegaron los penales. Y fue Messi primero, cómo no. Y Dybala y Paredes después. Y Coman y Tchouameni fallando, el Dibu Martínez de por medio. Todo para que Montiel -un suplente, un actor secundario, apenas un héroe inesperado- el que haga estallar a un Obelisco lleno de argentinos y extranjeros y gente de toda laya y color e ideología.
¿Quién dijo que el fútbol es lo más importante de lo menos importante? Que invierta la frase y llore y grite y celebre y que se abrace. Que la Copa se queda en Sudamérica. Para los que sufren la hiperinflación, la crisis, la inestabilidad. Para los que creyeron. Y para los que no creyeron también. Un Obelisco entero entregado al fútbol. Y a Messi. Así sea.
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