¡Argentina, Argentina, Argentina…! ¡Campeones del mundo…! Mejor que eso ¡Tricampeones…! Argentina campeón en la mejor final de la historia de los Mundiales y en una Copa espectacular, por brillo y grandiosidad, por fútbol y vaivenes. La mente se escapa y vuela, atraviesa 13.000 kilómetros en una fracción de segundo y piensa en los cuarenta y cinco millones de argentinos exultantes, locos de felicidad, celebrando a lo argentino, desbordados, viscerales, porque Inglaterra es la cuna del fútbol y Brasil la patria del jogo bonito, pero Argentina es la capital de la pasión. De fútbol somos. Esta Copa devuelve el orgullo de haber parido a Di Stéfano, Maradona y Messi, tres de los cuatro dioses del olimpo redondo. También se lo devuelve al fútbol sudamericano, tan deshilachado en los últimos tiempos. Ahora obligamos al mundo a que nos mire en el mapa, acá estamos, esto somos: campeones.
CRÓNICA: Argentina campeón del mundo y Messi, el sabio Messi, el genio Messi, ya no tiene nada que demostrarle a nadie
El periodista es un profesional y su análisis debe ser aséptico de pasiones, pero también es humano y tiene una infancia, un sentido de pertenencia, su formación, una cultura detrás. Y pide permiso al lector para incurrir en la primera persona del singular y soltar el ADN que da la patria de uno.
Lo que se sufre por ser argentino no se compara con lo que se agradece por serlo. Un país anárquico, desordenado, caótico, exagerado, pero irreverente y talentoso, la patria del humor y de la música, del asado y el vino, de Borges, Gardel, Di Stéfano, Maradona, Messi, Fangio, Piazzolla, Ginóbili, Cortázar, Tita Merello, Discépolo, el Che, Fontanarrosa, Mafalda, Sandro, Calamaro, el Papa Francisco, Darín, Francella y tantos genios en todos los campos de la actividad humana. Y nos agrandamos, y nos caemos, y volvemos a sacar pecho, y nos damos de nuevo contra el piso, en el país y en el fútbol. Pero apenas despunta una mejora nos erguimos otra vez y llenamos los aviones para ser locales donde sea. ¿Qatar…? Vamos cuarenta mil. A veces insolentes, a veces detestables, pero ¡qué hermoso es ser argentino...! Es como que de tan atrevidos no le tenemos miedo a nada. Somos un espeso estofado del nativo nuestro y el gaucho, revueltos con gallegos, tanos, polacos, alemanes, yugoslavos, rusos, turcos, árabes... De toda esa mezcolanza salió una minúscula partícula: el argentino.
En un crítico momento suyo, la Argentina es campeón del mundo. Eso habla de resiliencia. El título mundial de fútbol excede lo deportivo, dice de altos valores espirituales e intelectuales, de ingenio y aguante, de pierna fuerte y templada. El jugador argentino, con confianza, traba con todo lo que tiene atrás, con la familia, el barrio, los amigos, va todo ahí… Siente que no debe fallar.
Euforia total
Hay una manera argentina de jugar al fútbol, es esta, con clase e inteligencia, pero con pasión y actitud. Como dice Calamaro en Estadio Azteca, estos muchachos tienen “eso que hay que tener y no todos tenemos”. Y Messi es, evidentemente, un sujeto con una conexión divina. Es capaz de hacer que el resto del mundo se dé vuelta y nos quiera. Pero entonces se perdería el subyugante sabor de tener a todos en contra. Esa oposición, esa casi animadversión nos alimenta, nos proporciona una fuerza interior avasallante. Messi es el causante de que buena parte del universo deseara nuestro triunfo. Al fin logró ese título tan esquivo. Y con todas letras: fue el salvador ante México, marcó 7 goles, fue el jugador más valioso en 6 partidos, Balón de Oro del Mundial y el capitán de la victoria. Terminó con el debate para siempre: es el mejor jugador de todos los tiempos. Y subió el listón de los 30 años a los 35. Nunca un jugador de esta edad alcanzó cotas tan altas de rendimiento. Pelé se retiró de los Mundiales a los 29, Maradona era casi un exjugador a los 30. Diego fue el ausente más presente. De haber estado vivo seguro estaría aquí en Doha y se hubiese abrazado con Messi. Él marcó el camino para siempre: no se debe aflojar, hay que persistir hasta lograrlo. Leo hizo todo lo humanamente posible por ser campeón. Y fue. Y ahora va por el octavo Balón de Oro anual. ¿O quién si no…? También va por otra Champions. Calló para siempre a los contras, sepultó las comparaciones con Cristiano Ronaldo, entró en la eternidad.
A la larga galería de ilustres argentinos ya hay que agregar a Dibu Martínez, el arquero héroe, el de la personalidad extrovertida y desbordante. En el minuto 138 y fracción, última acción del torneo, evitó la derrota. Le tapó una bola de gol imposible a Kolo Muani y mandó el partido a los penales. Y allí volvió a parar uno, que fue decisivo. Dibu confió años atrás: “si me llevan a la selección yo lo saco campeón a Messi”. Cumplió.
En Lima
“Primero hay que saber sufrir”, dice Homero Expósito en su tango Naranjo en flor. Y acá quedó demostrado que el fútbol es un hecho emocional por encima de tácticas e individualidades. Argentina exhibió un fútbol fantástico durante ochenta minutos. Fue muy superior en todos los aspectos del juego. Ganaba 2 a 0 y daba lecciones. El segundo tanto, de Di María, compite por ser el mejor del torneo. Messi, Mac Allister y Cuti Romero eran los emires del campo. Anticipo, vigor mental, categoría en el pase, circulación precisa y preciosa. Tal era la superioridad que el DT francés Didier Deschamps hizo dos cambios tácticos al minuto 41 del primer tiempo, algo que no se ve nunca ni en partidos regionales. Debe ser récord en los Mundiales. Pero la desorientación de su tropa era total y debía meter mano. Nada varió. Siguió como atontado Francia. Pero uno de esos cambios -Kolo Muani- le daría vida.
Cuando el resultado parecía cerrado y embalado, una larga corrida de Kolo Muani provocó un error de Otamendi, que le cometió penal. Fue el despertador para Mbappé, que hasta ahí miraba el partido. Tiró muy fuerte Mbappé y puso el 1-2. Y desató la tempestad. Faltaban 17 minutos sumando el descuento. Una eternidad. Y segundos después cayó el 2 a 2, otra vez de Mbappé con una volea de ensueño. Argentina, igual que frente a Holanda, pareció quedar nocáut. Pero fueron al alargue y nuevamente se repuso la celeste y blanca, Messi marcó el 3 a 2, Mbappé fijó el 3-3 con otro penal (bien sancionados los tres). Drama y emoción sin límites, ida y vuelta sin parar. Francia terminó actuando en el tiempo extra con diez jugadores de campo afrodescendientes y mandando físicamente porque Scaloni demoró los reemplazos hasta el final para ver si iban a penales y poner a dos especialistas: Dybala y Montiel.
No era justo que Francia se llevara una Copa que denostó y boicoteó, a la que dio vuelta la cara. Pero no le caigamos a Francia país ni a este equipo magnífico de Mbappé, fue su periodismo el que fogoneó sin parar para tirar abajo la cartelera. No pudo: el pueblo francés batió todos los récords de audiencia televisiva. Fue la final de las finales por espectáculo, dramatismo y situaciones cambiantes. Y el ganador está perfecto: hizo mucho más por la victoria. ¡Vamos Argentina, todavía…!
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