El conjunto de Deschamps desarrolló en los últimos años una extraña capacidad de ser buenos sin que se note mucho. La base de este equipo fue eliminada por Alemania en el partido más duro que tuvo el conjunto germano en Brasil 2014 y dejó ir la Eurocopa ante Portugal en casa en una final insólita. Esta vez, con algunas enmiendas y varios añadidos, los azules pudieron ganar todos sus partidos con la excepción del único que no importaba (empate con Dinamarca) y en todos los casos lo hicieron aplicando una estrategia efectiva: dosificar el esfuerzo, aprovechar la explosión y declinar el juego cuando hacía falta. Mourinho estaría orgulloso.
No es este un conjunto para la vista, pero sí tiene virtud. Del medio hacia atrás cuenta con cinco jugadores con gran técnica defensiva: Varane y Umtiti; por delante de ellos barre todo Kanté y flanquean al recuperador Pogba y Matuidi, ambos con responsabilidad de desdoble. A la izquierda, atrás, Lucas Hernández, en el fondo un tercer back, asegura el cierre; a la derecha, Pavard ha sido la solución que no se tuvo cuatro años atrás con Debuchy. Del medio hacia adelante, puros fuegos artificiales: Griezmann intercambia las bandas con soltura y disfruta la posición de segundo delantero; lo acompaña Mbappé, una bomba adolescente de velocidad, técnica y gol imposible de detener cuando empieza la carrera. La punta, el orden, lo provee Giroud, cómodo en su rol de pivoteador y punta de choque contra los backs rivales, una posición poco espectacular pero tremendamente útil.
Deschamps no ha innovado con el 4-3-2-1, solo ha vuelto a los fundamentos con sentido común y pragmatismo: ha ordenado al equipo desde atrás y es contundente arriba. A pesar de contar con pasadores, esta es una estadística que declina, pues prefiere el juego vertical y no se avergüenza del pelotazo largo. Al volver a su área, convierten la solidaridad defensiva y el sacrificio en un alimento espiritual, a la manera de lo que Simeone hace en el Atleti. Quizás ahí radica la importancia de Griezmann, cuyo rol ha excedido el del marcar goles y asistirlos. Su polivalencia y entrega han marcado el ánimo de una constelación con muchas estrellas ahora cohesionadas por un sentir legitimado, por fin, con una Copa.
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La sensación que dejan los campeones en Rusia es que se adecúan al tamaño del rival. Se vio con Perú y Australia, aunque también con Argentina y Uruguay, contra quienes elevaron la apuesta en la medida que el encuentro lo exigía. Si el partido se presenta cerrado, marcan la diferencia; si hay intercambio de golpes, se imponen por potencia. No será este el equipo que recordarán los preciosistas ni los nostálgicos de la belleza, pero es un campeón merecido.