Los amantes del fútbol sueñan con ver a sus selecciones disputar un Mundial, pero son pocos los que alcanzan el lujo de también verlos campeones del Mundo. Como peruano, crecí con la idea de que ver a mi selección en un Mundial es la satisfacción máxima. Más de cuatro años después y al inicio de una nueva Copa del Mundo, confirmo que no me equivoqué.
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Soy un veinteañero. Mis padres, siempre me dijeron que la espera para ver a Perú en un Mundial fue más que eterna. Yo no viví la espera completa, pero sí varias decepciones. El primer Mundial que recuerdo nítidamente fue Alemania 2006, y el primer partido de Perú por eliminatorias al que asistí fue un Perú vs. Chile, disputado en el 2004. En aquel encuentro Paolo Guerrero anotó su primer gol con la selección. Las eliminatorias para el torneo en Sudáfrica fueron una catástrofe. Mientras crecía, cultivé ideas y nociones futbolísticas. Aprendí qué era la federación y quién era el presidente (por ese entonces, Manuel Burga). Poco a poco me daba cuenta de varias cosas. El nuevo fracaso rumbo a Brasil 2014 fue muy duro, casi tanto como el de ahora. Tenía una fe enorme en el equipo, una expectativa especial por Markarián y por los varios jugadores en ligas top, a diferencia de las eliminatorias rumbo a Rusia, donde no nos sobraban futbolistas en ligas competitivas.
Después de la histórica clasificación, en la navidad del 2017, recibí el mejor regalo. Mi padre anunció que mis hermanos y yo iríamos con él a dos partidos de la selección peruana en Rusia. Mis latidos se desbocaron y por un momento creí en los milagros. No solo vería a Perú jugar la Copa del Mundo, también lo acompañaría. Mi debut en los Mundiales fue el Francia-Perú en Ekaterimburgo. El equipo cargaba con el amarguísimo arranque ante Dinamarca, que me hizo llorar de forma desconsolada, y ahora tenía que mostrar su mejor versión para clasificar a octavos. Llegar por primera vez a un estadio del Mundial fue único. Las emociones que uno siente al ver a su país en este escenario son inenarrables y las guardaré para siempre en el corazón. Sin embargo, aquella tarde de 21 junio el gol de Mbappé detonó nuevas lágrimas.
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Después de la consoladora victoria ante Australia, una única pregunta me consumía el pensamiento: ¿Cuándo volveremos? ¿Podremos clasificar a Qatar? Después de lograr el sueño de ver a mi país en la Copa Mundial, me quedé con ganas de gritar goles y ver más triunfos de la selección. Muchos hinchas peruanos, algo triunfalistas, estaban convencidos de que la hazaña se repetiría, pero ya sabemos que no fue así.
Perú comenzó pésimo el camino a Qatar 2022. Solo conseguimos 1 punto de los primeros 15. Después de una nueva racha positiva, la selección peruana pudo obtener el medio cupo. Mi fe creció como impulsada por un motor y visualicé a mi país jugando el mundial con tanto convencimiento que cometí una locura. Después del sorteo de los grupos, el 1 de abril de este año, se determinó que el ganador del repechaje jugaría en el grupo D, nuevamente junto a Francia y Dinamarca (Túnez completa el grupo). No pensaba en nada más icónico que Perú pueda clasificar y se cobrara la revancha ante los daneses, esta vez, en el cierre de la fase. Ni bien tuve la oportunidad, compré entradas a partidos del Mundial. Esos partidos que, se supone, los hubiera jugado Perú.
El 13 de junio mi mundo colapsó. Fue un golpe durísimo ver cómo Australia eliminó a mi selección en tanda de penales. Los bailes del Arquero Redmayne fueron como puñales que atravesaron mi pecho, pero lo que más corroía en ese momento es saber que viajaría hasta la península arábica en noviembre para atender al equipo que nos borró del torneo. No tenía sentido y me costó varias semanas procesar el luto. Durante varias noches me repetí que el Mundial es más grande que cualquier equipo que lo disputa y que no me perdería la oportunidad de asistir a la fiesta más hermosa. La vida es eso que pasa entre Mundial y Mundial.
En el avión de Qatar Airways desde Madrid a Doha coincidí con una gran cantidad de hinchas latinos. Mexicanos, ecuatorianos, argentinos y brasileños. Evoqué con nostalgia mi viaje a Rusia, las casacas y banderas peruanas multiplicadas a mi alrededor esa vez. Me he sentido ajeno, apagado, neutral. Estoy feliz y agradecido de tener esta oportunidad, pero me faltan esos latidos imparables de hace cuatro años. Mañana asistiré a mi primer partido en Qatar, nuevamente con Francia en la cancha, y repetiré acompañar a dos selecciones que ya vi en vivo en un Mundial. ¿Qué hubiese pasado si Perú clasificaba? Imagino la situación paralela a cada minuto, mi posición privilegiada para ver los tres partidos de mi selección y entonar desde lo más hondo de mi alma el himno nacional. El avión habría estado teñido de blanco y rojo. Los peruanos nos habríamos abrazado unidos, sin diferencias, con un solo corazón, una misma camiseta.
Por desgracia, no llegamos al Mundial esta vez. Solo queda esperar que Juan Reynoso se convierta en el segundo entrenador peruano en llevarnos a una Copa del Mundo, la de 2026. Sé que, a pesar de la extensión de cupos, no será tarea fácil. Espero nunca vivir una espera tan larga como la que les tocó a mis padres para de nuevo vibrar con la bandera de mi país en un torneo mundial. La mejor hinchada del mundo no merece sufrir tres décadas hasta volver a decir presente en el certamen. Ojalá sea así. Lo que, sí recomiendo, después de mi tragicómica anécdota, es comprar entradas cuando todos los equipos hayan clasificado.
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